Para Toulouse-Lautrec el circo era mucho más que el mayor espectáculo del mundo. Confesó que le apasionaba observar a los artistas del trapecio y los malabaristas por el perfecto dominio de sus cuerpos; pero, sobre todo, se acercaba para poder reírse con la torpeza y la ridiculez de los payasos, que, dijo, le recordaban su propia miseria. El Museo Carmen Thyssen de Málaga reúne en su Sala Noble Au cirque (En el circo), una exposición que recoge 46 obras en las que el autor plasma la fascinación de estas funciones.

El pintor, hijo de primos en primer grado, sufría de una enfermedad que condicionaba el desarrollo óseo y que impidió su crecimiento cuando apenas rebasaba el metro cincuenta. «Soy media botella», solía bromear a su propia costa. Lo cierto es que le atraía la singularidad de los personajes circenses, quizás como forma de hacer más llevadera la suya propia, generalmente objeto de burlas. Creadas en 1899 y editadas tras su muerte, las pinturas recogen la historia «bellísima, de superación y creación» del artista, aseguró la comisaria de la muestra, Lourdes Moreno, directora artística de la pinacoteca de la calle Compañía.

Dibujadas desde una mirada de voyeur (una de las frases lapidarias del artista es: «Yo pinto lo que veo, pinto las cosas tal como son; no comento»), bailarinas con cancán, payasos, arlequines, equilibristas y números ecuestres son algunas de las imágenes que se presentan, todas ellas realizadas con encuadres innovadores, «jamás vistos en una obra de arte», en los que se aprecian la influencia de la fotografía y el grabado japonés. Sí, porque quienes pretendan ver en esta exposición el emblemático impresionismo de Toulouse-Lautrec, quizás deberían pensárselo dos veces; la muestra nos enseña a un cultivador de otros tonos y motivos.

La temática de estas pinturas y su punto de vista revolucionario cautivaría en los años inmediatos a los artistas de la vanguardia y el diseño elegante de sus líneas, la fluidez de sus dibujos y las curvas que emplea en algunas de las escenas anticiparían el arte modernista que llegará después.

La vida bohemia y canalla de Toulouse-Lautrec, causada por su alcoholismo, la sífilis y su propio su deterioro físico, generó que su salud se volviera crítica en 1899, cuando tuvo que ser ingresado en un sanatorio a las afueras de París: llevaba dos años padeciendo manías, depresiones y neurosis, con episodios de delírium trémens, como uno en el que llegó a disparar a las paredes de su casa creyendo que estaban llenas de arañas. Pero, incluso, en sus peores momentos, el autor dibujaba y pintaba de manera eficiente, artística y firme. De hecho, ingresado en el sanatorio se valió de los dibujos circenses para «comprar su libertad»: los utilizó para mostrar a sus doctores que podía dejar de estar ingresado y volver a realizar una vida normal; pero tras un año recorriendo Francia, finalmente murió pocos meses después a sus 36 años. Después de la muerte del pintor, su madre y su amigo Maurice Joyant se encargaron de dar a conocer estos dibujos, para cuya reproducción se utilizó la técnica de goma bicromatada, que permitió observar el trazado de las líneas que creó el propio artista, incorporar el color y lograr de esta manera la sensación de estar contemplando sus trazos originales.

Una de las obras más destacadas de la muestra es la litografía La payasa sentada, Mademoiselle Cha-U-Kao (1899), cuyo nombre significa ruido y caos y que representa a una artista circense sentada con las piernas abiertas; posición que -como ha explicado la comisaria de la muestra- refleja una mujer muy alejada de las convenciones sociales propias de una dama de su tiempo. «Con esta exposición representamos una historia fantástica a nivel plástico y artístico, pero también una historia humana de superación encomiable», argumentó Lourdes Moreno, para quien la muestra es «un canto de cisne» de un autor considerado como uno de los padres de la modernidad.

Au cirque (En el circo) podrá visitarse en la Sala Noble del Museo Carmen Thyssen hasta junio.