Nunca antes hubo tanta indignación y tan multiplicada. Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965), director de la Fundación Juan March y filósofo habilidoso en definir con palabras claras cuestiones embrolladas, ha meditado sobre el asunto. Da cuenta en el ensayo Dignidad (Galaxia Gutenberg). Participará en el II Festival de Filosofía de La Térmica, entre el 27 y el 29 de febrero.

La sensación tras leer su libro es de apocalipsis.

Puedo imaginar que cualquier cosa es posible -un ataque nuclear, un cataclismo natural-, pero no más ahora que hace 100 años. Sin excluir el apocalipsis, creo que esa sensación es una de las expresiones del descontento.

¿Qué nos está pasando?

A mayor progreso del sentimiento de dignidad, aumentan las causas de indignación. A una esclava romana se le podía dar un uso sexual, formaba parte de su estatus de cosa. Cuando la mujer recupera el dominio de su cuerpo, eso mismo se convierte en violación.

Se ha llegado con horrible lentitud.

La moralidad tiene una velocidad geológica. Las dos instancias que velan por la dignidad son: primero, la ley, que reprime de manera coactiva los comportamientos punibles, ysegundo, el asco, que es el principal motor de moralización y, por tanto, de civilización.

¿Asco, dice?

El asco que produce el comportamiento de otros -o el tuyo propio- es más efectivo que la ley. En la Inglaterra del siglo XIX se metía presa a la gente por deudas, hasta que autores como Dickens describieron las cárceles mugrientas en sus novelas. Durante un tiempo nada cambió, pero la repugnancia acabó provocando reformas.

Mientras miles están sucumbiendo.

Reprochamos a los gobiernos occidentales insensibilidad hacia los derechos de los inmigrantes que huyen de la muerte, la guerra o la pobreza. Y es bueno escandalizarse. Pero hemos realizado un acto creador sin precedentes: al extranjero -históricamente considerado un paria- se le reconoce la dignidad. Lo interesante de la dignidad es que se conoce a través del escándalo.

«Nadie es más que nadie», le hacía decir Machado a Juan de Mairena.

Es clave para entender la dignidad. Obama no es en nada superior a un inmigrante que cruza el Estrecho.

La realidad, tozuda, lo niega.

No hay empresa superior a la de ser hombres y mujeres.

¿Cuál es la mayor indignidad?

La muerte. En el fondo, la muerte es un delito estructural porque convierte a las seres vivos en cosas que son cadáveres. ¿Cómo es posible que la naturaleza haya producido esa flor tan delicada que es el hombre -por su conciencia y moralidad-, y al final le acabe dando el mismo tratamiento que al mosquito?

Quizás lo merezcamos.

A mí me parece una chapuza. Se podría haber organizado mejor con un poquito de imaginación.

Y eso que usted es creyente.

Lo soy. Es incitante y un poco extraño, pero no me funciona como aspirina.

Ante el chapucero final, ¿qué propone?

El enigma de la vida es que somos únicos y, a la vez, sustituibles. Y la dignidad está emparentada con un arte de vivir que haga justicia a ambos. Un arte que es insumisión ante nuestro destino funerario y reconciliación al mismo tiempo.

¿Qué tipo de insumisión?

El lema sería: «Compórtate de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta». Y ahí entra la cultura, que genera valores como la belleza, la bondad, la justicia o la ternura.

No cambia la rotación de los planetas.

El segundo paso es reconciliarse con la imperfección humana. Yo recomiendo el humor, la deportividad y el juego. En resumen: si esto es una comedia, intenta hacer un buen papel.

Cuando no se tiene lo básico, difícil.

El concepto de dignidad es superior al de felicidad. Para la felicidad se necesita un mínimo de salud, de economía, de sociabilidad; la dignidad la puedes tener haciendo cola para entrar en el crematorio de Auschwitz. Por el hecho de ser humanos, tenemos una dignidad de origen, que no nos la puede quitar nadie.

El capitalismo lo intenta.

El capitalismo tiende a instrumentalizarlo todo, sí. ¿Eso quiere decir que siempre lo consigue? No. Y esa tensión es sana.

Dirige la fundación de los March. Capital y cultura es un tándem sospechoso.

Nunca recibí una sola indicación. La posmodernidad, el relativismo y el multiculturalismo han generado incertidumbre en el ámbito cultural, y siento que la fundación puede ser una institución digna de confianza.

Y usted, ¿qué se autoimpone?

A mí me parece una chapuza. Se podría haber organizado mejor con un poquito de imaginación.