En muchos artículos me he preguntado a mí mismo, con el secreto objetivo de que usted, querido lector, me hiciera llegar la respuesta de alguna manera, qué diablos es eso del turismo cultural. Pero creo que al fin, zote que es uno, he llegado al eureka. Y todo ha sido al reflexionar sobre una noticia que no lo es tanto porque lleva seis años siendo: esta temporada, una vez más, no habrá ni una sola galería malagueña en ARCO, la feria más popular del arte contemporáneo de nuestro país. ¿Cómo es posible algo así en la «ciudad donde habita el arte», en la urbe de moda, la de los taytantos museos, la que ocupa el cuarto puesto en pujanza cultural del Estado (según la Fundación Contemporánea)... Pues muy sencillo: porque en Málaga no se habla de cultura, sino de turismo cultural.

Y me he dado cuenta de que no entendía la expresión por un simple prejuicio: para mí cultura siempre ha sido un motor de cambio, el elemento del que se dota una sociedad para mejorarse, una herramienta, en fin, centrada en el futuro, en el diseño de lo que vendrá; el turismo cultural, en cambio, sólo entiende la cultura como lo ya testado y avalado, con el sello de aprobación de los cánones (cualesquiera que sean) y listo para ser consumido. La cultura, creo, tiene que ver con crear (incluso de parte del espectador: él, con su intervención, contribuye a delimitar una pieza in progress, aún no insertada en las páginas de la historia); el turismo cultural, el de los nombres de peso y aquilatados ya y las marcas imprescindibles y sonoras, está más relacionado con el consumo, puro y duro, por parte de receptores pasivos.

Ojo, no hay nada de malo en el turismo cultural: sólo que es turismo, no cultura. Y creo que a veces se confunden los términos interesadamente. A mí me ha costado entenderlo. Me ha costado entender que incluso un malagueño puede ser un turista cultural en su ciudad, si es que es agente pasivo de las propuestas. Así que por fin he comprendido cómo en una ciudad que se deja unos cuantos millones de euros al año en sostener un impresionante andamiaje museístico no haya ni una sola galería con una propuesta lo suficientemente interesante para acudir a la feria más popular del arte contemporáneo (o, en su defecto, que no tengamos al padrino necesario para que nos pasen la mano y nos metan en el programa).

Ojalá esto del turismo cultural nos termine sirviendo para hacer cultura. Cuando los franceses abandonen el Cubo que ahora aloja el Centre Pompidou Málaga, tendremos que articular nuevos contenidos, habrá que levantar un proyecto para que el interior no se quede vacío. Si alquilamos otra marca cultural, será que seguiremos haciendo turismo cultural; si lo que se presenta es una propuesta propia, original, entonces se tratará de cultura. Y así, quizás, viviremos en una ciudad con alguna galería seleccionada por ARCO.