Paredes desnudas, cajas apiladas y la curiosa fusión del acento malagueño y el ruso forman el paisaje de las salas del Museo Ruso de Málaga. Componen una especie de ballet en continuo movimiento, de personas y de materiales. «Todo está en perfecta sincronía; ésta es la vida secreta de un museo», nos dice el coordinador de mediación de la colección, José Manuel Moreno. Cada año, el museo renueva sus cuadros. Esta vez, la galería abrió las cortinas en un momento que nadie ve: el cambio de exposición. La próxima cita, los días 17, 18 y 19, cuando los malagueños podrán asistir al montaje de la nueva anual, Realismo: pasado y presente. Arte y verdad.

«Es como ver el salón de mi casa sin muebles», resume la guía de visitas, Ekaterina Yashina. Ekaterina habla entusiasmada sobre este tipo de visitas ya que da a conocer el trabajo que no se ve diariamente, un labor en la que «un equipo ruso y otro español trabajan codo a codo para que esto sea posible». «Les ponemos cara y hacemos reflexionar sobre la cantidad de oficios que hay en el mundo del arte para poner en marcha una exposición»,comenta mientras sus compañeros embalan con cuidado una de las pinturas más singulares de la exposición, el lienzo de la mujer que llevó al imperio ruso a su máximo esplendor, Catalina II.

Al contemplar el cuadro de la época de los Romanov no pensamos en la odisea de 4.500 kilómetros que supone su llegada a la Costa del Sol. No es una tarea fácil. Las obras salen de la lejana Rusia en barco y en camión. Inician su travesía en San Petersburgo hasta Helsinki, de Helsinki llegan a Alemania y de allí a Málaga. Los lienzos son escoltados en todo momento, como si de un jefe de Estado se tratara.

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El Museo Ruso de Málaga vacía sus salas

La preparación para la llegada de la nueva colección es casi un ritual. En función del tipo de pintura seleccionan la luz, que puede cambiar totalmente la percepción que tengamos de un cuadro. El color de las paredes va en sintonía con el discurso expositivo; por ello se pintan de nuevo con cada nueva colección. Y luego está la temperatura. Los trabajadores de la pinacoteca explican: «Aunque en Rusia están a 10 bajo cero y en Málaga haga 20 grados la temperatura del cuadro es siempre constante, igual que su humedad». Los cambios de temperatura pueden resultar perjudiciales para las pinturas. Tanto es así que estas cajas deben pasar en vacío en torno a unas 24 horas dentro del museo de origen para aclimatarse a la temperatura del mismo

«Otra curiosidad es el precinto que envuelve a la obra: si llega descolocado es porque alguien ha trasteado la obra», apunta el mediador. «Todo está numerado incluso el embalaje, para que cuando vuelvan a su casa, Rusia, lo envuelvan los mismos papeles».

Las trabajadoras Marta y Natalia traducen el ruso de sus compañeros y comentan: «Tras la visita, el público de Málaga ve más cercana unas obras que vienen de tan lejos». Y también se sienten más cercanos al lugar donde habita el arte, tiene una vida que no vemos y que, sin embargo, resulta clave para entender todo lo que implica una exposición. En ocasiones el vacío habla por sí solo.