Asegura que suele escribir en libretas de análisis clínicos, de publicidad de medicamentos y con pluma. Y que lo hace «por el envés, sobre lo que nadie escribe y como nadie lo hace». Rafael García Maldonado lanza Diarios de cabotaje, un dietario curiosamente polifónico porque refleja las obsesiones, tormentos, enseñanzas y las vivencias propias y ajenas, de muchos de los que se pasan por la farmacia buscando un remedio a su dolor.

Suele citar esta frase: «Toda la buena literatura de la historia habla de lo mismo, de la angustia del hombre en el tiempo». ¿De eso habla también Diario de cabotaje?

Hablo de eso, claro. Es, de hecho, el tema principal. Aspiro a que lo mío sea buena, la mejor literatura. Si no, no escribiría. Yo me tomo esto muy en serio, e intento hacer lo que hacía mi maestro Conrad, justificar cada párrafo en nombre del arte. Lo que ocurre es que yo escribo por el envés, sobre lo que nadie escribe y como nadie lo hace. Mis maestros son los viejos del campo, los niños enfermos, las mujeres humildes que trabajan como mulas y los locos sin consuelo. Luego están Faulkner, Onetti y Lobo Antunes, mis referentes, pero aprendo más de los primeros, con los que trato a diario.

Separas el yo propio de un diario usando la tercera persona. ¿Por qué?

Porque cuando fui a pasar el primer tomo al ordenador el yo me sonó fatal, y me acordé de Pascal, de aquel aserto suyo: «El yo es odioso». Es así, y probé en tercera persona porque yo, aunque decadente y minoritario, soy un novelista, lo mío es la ficción. Pero aquí no miento, esto es verdad, esto es mi vida, la existencia bipolar de un hombre de doble vida, que por las mañanas lleva bata blanca y por las tardes lee y escribe compulsivamente, una suerte de doctor Jekyll y Mr. Hyde.

Muchos diarios están escritos para que no los lea nadie salvo sus autores, claro. El suyo, al contrario, nació para que fuera leído por los demás. ¿Eso multiplica el pudor, hace que el narrador no sea tan sincero en sus confesiones?

Bueno, yo empecé a escribir diarios en 2014 porque tras publicar El trapero del tiempo y salir bien parado del lance me angustiaba no poder escribir todos los días. Tenía mucho trabajo, muchas guardias, y los libros se me perdían. Me dije que esto era una cita obligada que tenía a diario con la pluma, una cuartilla de una libreta. Suelo escribir en libretas de análisis clínicos, de publicidad de medicamentos y con pluma. Ya tengo 20 cuadernos, tres tomos más... A comienzos del verano pasado le di el manuscrito que ahora se publica a mis editores, y me dijeron que lo iban a publicar sin ninguna duda, que era una manera estupenda de conocerme y luego pasar a las novelas y cuentos, que no son fáciles, la verdad. La primera reseña, de José Antonio Montano, ha sido muy muy buena. ¿Pudor? No, ninguno, yo ya no soy yo. Yo soy literatura.

¿Cómo sería Diario de cabotaje si estuviera siendo escrito estos días marcados por el coronavirus?

Bueno, de hecho estoy escribiendo todo esto en el Diario de cabotaje de 2020, que indefectiblemente será una suerte de Diario del año de la peste. Al lector del futuro le resultará, supongo, tan estremecedor como me resultó a mí el libro de Defoe, que ando releyendo. Quién podría sospechar que viviríamos esto, y que me pillaría a mí en primera línea de fuego en la farmacia, con mucha incertidumbre y algo de miedo, pero intentando ser lo más profesional posible.

Inevitable preguntarle cómo está viviendo esta crisis sanitaria desde su perspectiva de farmacéutico. ¿Le está sirviendo para aprender algo del ser humano?

Esta crisis me pilla con quince años de ejercicio profesional a la espalda, con un equipo extraordinario de compañeras y siendo padre de dos niños. Tengo que estar a la altura por todos ellos, sí: por mi familia y sobre todo por mis pacientes, que, como te decía al principio, me han dado las grandes lecciones de teoría literaria, con las que luego hago todos mis libros. Yo, en el fondo, doy voz a quien no la tiene y la merece. Escribo desde la penumbra.