"Are you ready?", Gritaba un Brian Setzer en estado de gracia antes de comenzar el atronador show con los Stray Cats en una Sala Razzmatazz llena hasta la bola. Era 2004, un servidor con 22 años y unas patillas a juego con el respetable, en primerísima fila con mi novieta de entonces (como testificaría la contraportada del disco de ese directo) estaba viendo ante mis ojos a uno de los pocos guitarristas aún vivos que están en mi altar pagano de deidades.

El viaje no había sido nada fácil, como un rapto gitano me llevé a mi partenaire femenino a escondidas de su familia, dos días a la capital del Tibidabo, con alguna mentirijilla piadosa de estancias en casas de amigas y esas cosas que se le cuentan a un padre de los de antes con bigote. Casi con las habas contadas y solo sabiendo donde íbamos a trasnochar pero no ha dormir nos fuimos a la aventura, pisando por primera vez mi amada ciudad Condal.

A Barcelona la tenía antes de poner un píe allí idealizada, mi padre estuvo muchos años trabajando en una empresa de publicidad afincada allí y uno de sus hermanos también vivía cerca, siempre venía contando maravillas.

Una vez volviendo mi padre de un viaje a la sede central con mi hermano mayor todavía adolescente, al llegar al portal de casa, un niño vecino descerrajó un tirachinas con tan mala suerte que le dio en la pupila, mi padre desesperado al ver que los médicos le daban el ojo por perdido llamó a su jefe Don Víctor explicándole el caso, a los diez minutos le estaba llamando el jefe supremo de esta importante empresa el Señor Salsa, - no se me olvidará su nombre- poniendo a su disposición dos opciones, Estados Unidos o la clínica Barraquer de Barcelona, corriendo el mismo con todos los gastos. Mi hermano volvió hecho un hombrecito con miles de juguetes y el ojo recuperado en gran parte de su visión y mi padre (al que le pilló la noche anterior la muerte del dictador con La Rambla en plena catarsis de cava ) volvió con una buena resaca.

Precisamente allí terminé después del concierto de los Stray Cats, en pleno barrio Chino, buscando el número del cabaret El Cangrejo, club de variedades de la vieja escuela, que se mantenía intacto de los años dorados - si los hubo- con mesas bajas de tapete colorado y vasos de tubo biselados. Nuestro objetivo era después de disfrutar de los dioses del rock, ver en directo a lo más parecido a una deidad que ha tenido el Raval. Carmen De Mairena.

Para nuestra sorpresa había cola para entrar, alguna despedida de soltero, parejas y solitarios con palillo en la boca, rodeado de chulos, marineros americanos y travestis aspirando encima del techo de un coche frente a la entrada.

Espectáculo maravilloso de vedettes que contaba chistes que le sacarían los colores a Marilyn Manson, transformismo de copleras old school que ni Ru Paul, pero la estrella de la noche se hacía esperar. Al cabo de un buen rato, la gente de la entrada empezó a vociferar y aplaudir como locos, abriéndose paso entre las mesas y con el inicio de Carmen De España sonando enlatado, alcanzó el escenario la de Mairena, nuestro segundo advenimiento de la noche.

Hoy me entero dieciséis años después del fallecimiento de esta gran dama, con una vida terrible, pero que supo brillar en el fango de la mediocridad siendo lo que la mayoría aspira, libre como el viento. Bendita sea ella y esa Barcelona peligrosamente maravillosa. «El temps és com la mula, no recula».