Ha llegado por fin Veneno, el estreno catódico de la temporada, a través de Atresmedia. La serie de Los Javis, además de reivindicar el papel aperturista que jugó sin proponérselo la transexual Cristina Ortiz en la España de la década de los 90, supone un reconocimiento al colectivo trans que ha trabajado en la película y que incluye tanto a las protagonistas (artistas transexuales interpretando, por fin, a transexuales) como a profesionales de campos tan diversos como la fotografía, el equipo técnico, ayudantes de dirección, peluquería y maquillaje... Y es que Cristina, desde la tumba, parece haberse tomado la revancha para ella y, de paso, para el resto del castigado colectivo LGBTBI.

Torremolinos acogió parte del rodaje de Veneno. Porque la Costa del Sol fue un lugar fundamental en la formación del personaje de La Veneno. Dicen que a los 16 años, siendo aún un chaval de Adra (Almería) con unos esquemas mentales llenos de fronteras y límites, tuvo una especie de epifanía en una discoteca gay torremolinense: «Me quedé asombrada de ver unas mujeres espectaculares con los pechos al aire. Mi amigo Alfonso me dijo que eran travestis y me di cuenta de que quería ser como ellas». Y lo consiguió, al menos de esto estaba convencida, cuando años después sentenció: «He sido la travesti más guapa del mundo».

«En Torremolinos vivió los primeros amores, las primeras experiencias sexuales, las primeras noches de desenfreno, conoció los primeros shows de travestis y a Paca La Piraña, que es una de las personas más importantes de su vida...», explicó Javier Ambrossi a la revista Shangay recientemente. «También hizo un show de transformismo en público por primera vez. En aquella época la llamaban La Coneja porque sonreía mucho», añadió Calvo. Entre Marbella y Torremolinos, noches infinitas de descubrimientos y libertad, Cristina cogió impulso para viajar a Madrid y convertirse en La Veneno.

132 actores, 200 figurantes por capítulo [son ocho] y 150 técnicos completan esta superproducción televisiva que pretende entretener y lanzar también un mensaje: las mujeres trans no son peligrosas; peligroso es el mundo que las rodea. Fallecida en circunstancias aún no aclaradas del todo en noviembre de 2016, Cristina Ortiz fue estrella de televisión además de prostituta y presidiaria. La Veneno no tuvo una niñez sencilla. Marcada por los abusos, las palizas, los insultos, las amenazas y todo tipo de vejaciones, siempre se la calificó de juguete roto («Juguete roto no; un bombón», se defendía ella). Con su desparpajo, su espectacular belleza y su forma de hablar tan descarada, plagada de insultos, llegó a tocar el cielo de la fama. Ganó mucho dinero, conoció a personajes muy importantes pero su caída estuvo a la altura de su éxito: fue brutal. Sus últimos años estuvieron marcados por las penurias económicas y un enorme deseo de reconocimiento aunque, sobre todo, tenía mucha necesidad de sentirse escuchada. De la mano de Valeria Vegas cumple en 2016 el sueño de ver publicada su autobiografía, un proceso que resulta clave en el desarrollo de la trama de Veneno ya que el guión hace saltos temporales gracias al desarrollo del papel de Valeria Vegas.

«Fue un referente trans sin quererlo. Cristina no fue nunca de víctima y eso la convirtió en una heroína», asegura Isabel Torres, la actriz que incorpora a La Veneno en su edad madura (tuvo que engordar 20 kilos y trabajar el reconocible acento almeriense de Adra, para calcar ese mítico «diiiggoooo») junto a tres coaches durante dos meses. A Valeria Vegas la interpreta Lola Rodríguez, de 21 años. Las similitudes personales entre la escritora real y la actriz son, cuanto menos, curiosas ya que ambas han vivido sus propios proceso de transición, unas vivencias que Lola dice haber sabido imprimir a su personaje: «Cuando La Veneno era famosa en televisión yo tenía unos 9 o 10 años pero ya entonces buscaba respuestas a mi homosexualidad. Cómo no, Cristina fue importante en aquello no sólo porque fuese un referente de belleza sino porque ya era una persona indispensable en el mundo trans», recuerda la joven.