Regresamos a las trincheras finitas de los domicilios de los que hacen la cultura en nuestra ciudad, que estos días se refugian en la creatividad, la lectura y el cine para sobrellevar el confinamiento decretado por el coronavirus. Conectamos con los búnkeres personales de varios integrantes de la comunidad cultural malagueña.

Silvia GrijalbaDirectora del Instituto Cervantes de Albuquerque

«La situación, en teoría, no podia ser más atractiva: estar en casa sin salir y no sentirte culpable de tu cierta misantropía y de tu tendencia a la clausura. Las hijas únicas y las escritoras tenemos esa peculiaridad. Disfrutamos sin necesidad de estímulos externos y casi siempre nos sobra la compañía (aunque cuando la elegimos la apuramos intensamente). Así que la idea de estar un mes enclaustrada, trabajando desde el salón, como hace algunos años, cuando era periodista por libre y cuando mi profesión consistía en escribir novelas, no me era extraña y me gustaba. Antes y ahora. El trabajo consigo organizarlo y, en algunos aspectos, aprovecho más la concentración y el tiempo. Y el ocio es el de siempre porque en El Cairo llevo tres años prácticamente sin salir. Pero no es lo mismo de antes. No es igual (aunque lo parezca) que cuando me pasé cuatro meses encerrada para acabar 'Contigo Aprendí' o cuando de repente me acordaba de que llevaba seis días sin hablar con nadie cuando escribía 'Alivio Rápido'. Ahora no consigo concentrarme, no logro abstraerme parar de lo que hay ahí fuera. Tengo la impresión de que si me olvido de la Pandemia le estoy siendo infiel al mundo. Que si intento sacar un rato para escribir algo de ficción o los problemas del trabajo me absorben tanto que no me acuerdo de porqué no salgo de casa, estoy traicionando a la gente enferma, a los ancianos que están asustados, a los que tienen que coger el metro porque no pueden tele trabajar, a los que arriesgan su vida para cuidar la de otros... Hago los mismos ritos que cuando era periodista en casa. Tomo el café en la cama, leo un poco, me levanto, contesto mails, me sumo en los problemas laborales, descanso, ando en la máquina de correr como un hámster obediente y todos los elementos encajan para tener lo que a mi me parece una vida apacible. Pero esta pandemia nos domina con una autoridad dictatorial e imbatible, la del miedo. Y me pongo guantes para recibir al chico que se pasa el día en moto para traernos la compra a los que teletrabajamos y me despierto por la noche con una opresión en el pecho que no sé si es insuficiencia respiratoria o un ataque de pánico y oigo una tos y pienso en lejía.

Luego, a ratos, me convenzo de que mi preocupación no soluciona nada y hago monerías con el gato o pongo un disco o bailo. Pero poco rato porque lo ha conseguido, nos tiene paralizados y obsesionados a los que tenemos la inmensa suerte de no estar enfermos y a el gran privilegio de estar encerrados».

Alfredo Taján

Escritor y directr de la Casa Gerald Brenan

«La ley del confinamiento instituye la amenaza del más fuerte, que al final, por su inmoralidad, te hace asociarte con el más débil o, por otro lado, te hace creer que la mezquindad puede redimirte (Malaparte), o incluso te hace pensar, en soledad narcisista, que eres el autor famoso más desconocido (Cocteau), o al contrario, tener piedad, y defender esa piedad, de aquella Mesalina lasciva, muerte viva, a la que el terror revolucionario doblegó (Schama)

No nos engañemos, casi nada es distinto después de una masacre, no lo ha sido antes ni lo va a ser ahora, ni siquiera si desciendes al Infierno para después ascender despavorido al Cielo (Wilde); no va a cambiar nada, o muy poco, porque somos ínfimos peones de un diminuto tablero mental y Dios mueve al jugador, y éste, la pieza, entonces ¿qué Dios detrás de Dios la trama empieza? (Borges)

Este texto trufado me lleva a una reflexión sin prestamistas: en estas horas en la que planeamos extraños juegos para no desfallecer, muchos imbéciles continuarán girando sobre sí mismos e imaginarán que poseen dogos surrealistas -cuando nosotros lloramos a nuestra mascota Úrsula que se nos fue justo un día antes de presenciar la debacle coronada-, cocinarán coles de Bruselas con bechamel, pollo a la pepitoria, y nunca sabrán que la madre de Nerón detestaba a Séneca por corrupto y sibilino.

Yo me niego a esperar, ¿el qué?, me niego a endurecerme, ¿por qué? El egoísmo es una moneda que no cotiza en mi espacio aéreo, un bric-à-brac, una baratija Meijí de principitos caprichosos; así que de una vez por todas la lámpara añada su destello: el único Emperador es el Emperador de los Helados (Stevens) mientras la entelequia de la libertad se imponga sobre todas las cosas».»

Lourdes Moreno

Directora artística Museo Carmen Thyssen

«El equipo del Museo Carmen Thyssen Málaga continúa trabajando desde casa. Tenemos reuniones semanales -videoconferencia- y estamos en contacto también de forma individual a diario. De esta manera, conservamos nuestra estrategia y mantenemos un espíritu unificado y de ánimo frente a la situación. Seleccionamos temas y continuamos publicando el boletín semanal del Museo, con cerca de 7.000 suscriptores.

Tenemos una amplia presencia en redes sociales, que hemos procurado acentuar en estos días. En Twitter, aparece #1día1expo. Se recuerdan las exposiciones organizadas por el Museo desde sus inicios en 2011 y comienza con la visita virtual. Debo decir que, incluso, para el equipo, está siendo muy instructivo contemplar, con una cierta perspectiva, estos proyectos. En Instagram, cada integrante del equipo elige una obra de la Colección Permanente al que añade un comentario. Los componentes del Área de Educación también están muy involucrados y han preparado, para las familias y los más jóvenes de la casa, contenidos para desarrollar en común, que pueden descargarse de nuestra web.

Otra de las dedicaciones en estos días está enfocada a preparar las conferencias de nuestra programación. Entre ellas las incluidas en el ciclo dedicado a obras y pintores del Museo, Disonancias en torno a 1900: Sorolla, Zuloaga y Solana, con especial atención a la ponencia sobre este último autor.

En cuanto al lado más personal, además del tiempo de trabajo realizo algo de gimnasia, tareas domésticas y cocina, con especial atención a la repostería. También, por supuesto, hay momentos para escuchar a los amigos y, sobre todo, a mis padres. Durante los fines de semana, he visto alguna película de cine clásico de aventuras, La Diligencia de John Ford, o Lawrence de Arabia, dirigida por David Lean, y confieso que ha sido muy gratificante ver imágenes de amplios horizontes y ese color dorado y cálido del desierto. De noche, y con menos tiempo del deseado, leo Olvidado rey Gudú, de Ana María Matute, una lectura que permite viajar a un tiempo remoto y habitar un reino distinto al de esta época amarga y oscura, que deseamos pase lo antes posible, porque sin duda, amanecerá de nuevo.

Rafael Robles «Rafatal»

Cineasta y dj

«La primera sensación que tuve, o mejor dicho lo primero que rememoré cuando todo esto empezó es que podríamos llegar a sentirnos atrapados en casa como Tippi Hedren en los brazos de Rod Taylor, bajo la amenazante y severa mirada de Jessica Tandy, más que la de los propios pájaros del maestro Hitch. Y es que esta (The Birds, Alfred Hitchock, 1963) es una de mis pelis favoritas cuyo horror se basa precisamente en eso «cerrad puertas y ventanas y quedaos dentro, porque fuera está el fin». No es en los brazos de Rod Taylor, pero sí en los de Vanessa Ortiz, con quien llevo dieciocho años de película, que estoy viviendo este confinamiento. Ambos estuvimos de acuerdo en que el mundo se trasladaba de la película del inglés americanizado a la del francés que adaptaba a Bradbury, otro americano, véase (o revéase más bien) Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966) sobre esa sociedad distópica en la que se quemaban libros aparentemente subversivos, o más bien, cualquier libro, y el Estado instaba a perseguir, con la ayuda de la ciudadanía, a cualquier rebelde.

Y sincera y afortunadamente, ni lo uno ni lo otro, porque la ficción es narrativa propulsada por el gas del conflicto, y en casa lo único que lamentamos es haber tenido que retrasar el estreno de La llave, una pieza repleta de esa ficción conflictiva por la que se mueven de nuevo (porque en ella aparecen todas mis musas y musos del pasado, Ana Iglesias, La Prohibida, Laura Baena, Fele Martínez, Estrella Morente€ muy al estilo de 8 y ½ (Federico Fellini, 1963) sus protagonistas, y confieso que es un auto regalo que nos hemos hecho y con el que hemos disfrutado mucho) y uno nuevo: el cantante Antonio Cortés, que ha pasado de muso a convertirse en un amigo imprescindible que cada tarde, a eso de las 7, conecta por Face Time para dirigirnos a Vane y a mí en nuestra tabla de ejercicios.

Por las mañanas mantengo mi trabajo desde casa. Un cineasta no se pasa la vida rodando en la calle. Ahora estamos con un nuevo documental titulado Una isla en el desierto, que requiere de investigación, documentación y guion, además de muchas horas, semanas, de montaje en la moviola. Así que no echo mucho de menos el mundanal ruido. Por las tardes tiramos de plataformas, videoteca, discoteca y biblioteca que tenemos en casa, y hemos vuelto a encender los fogones que con el trabajo casi siempre están apagados, recuperando recetas familiares dictadas por teléfono. Así que ni tan mal, lo que sí echamos de menos es abrazar a los nuestros, como todo el mundo, los que están en Málaga, y algunos repartidos en varios países.

Aunque algo nuevo sí ha traído este confinamiento (no sólo las películas que cito aquí que curiosamente y sin premeditación, comparten la década de los 60) Vane y yo hemos instaurado en el búnker el día (por ahora los sábados) La Travesti Confinada, y con una lista de Spotify (que lleva el mismo nombre) y tras unas buenas horas de chapa y pintura, kilos de pelucas que hemos subido del trastero (cumpleaños, aniversarios, cualquier celebración que se precie€ siempre travesti) un nutrido grupo de amigos, elegimos un tema, nos grabamos con el móvil, y una estrecha colaboradora de mi equipo, Lourdes Soriano, lo edita, y reenvía en 24 horas. Un verdadero placer. Eso sí, ese día salimos travestidas al balcón para aplaudir, como debe ser».

Aurora Luque

Escritora

«Los japoneses disponen de una palabra, ikigai, para designar eso que nos motiva a levantarnos cada mañana, sea de tipo profesional o espiritual. La encuentro en un libro que recomiendo, el delicioso Hanakotoba. Pequeño diccionario japonés para las cosas sin nombre, de Álex Pler (quien dirige, por cierto, la librería Haiku Barcelona). Antes de la era covidiana, cuando abríamos los ojos, el día nos mostraba su racimo de ofertas más o menos previsibles y cada cual instintivamente se aferraba a la rutina más estimulante para arrancar el motorcillo de la jornada. Ahora se nos ha averiado ese mecanismo. No contamos con la gasolina de lo previsible. Y creo que eso nos permite un montón de aventuras creativas. ¿No llevábamos años quejándonos del estrés, de la acumulación de actividades y compromisos, del ritmo infernal de nuestras jornadas que no nos dejaba leer nunca aquella novela, ver aquella película que se nos pasó, telefonear a aquel amigo sin motivo urgente? Pues ahora tenemos esa oportunidad. Veo en la TV (¡desconectémosla, contagia el virus de la rutinitis!) que los psicólogos recomiendan a todo el mundo que se marque una rutina. ¿Más rutina? ¡Si nuestra vida es una pura imposición de rutinas aplastantes! Ahora que una calamidad nos obliga a salir de ese círculo, demos una oportunidad a la imaginación.

A ver. Hay que hacer ejercicio, cierto. Para quienes odiamos el carácter repetitivo de la gimnasia y del pedaleo ¿qué tal un poco de baile dramatizado y gesticulante? Cada día me invito a mí misma a bailar la banda sonora de una película: un día Chicago, otro Pulp fiction, otro Cabaret, otro Zorba€. Bailar como si tuviéramos que actuar en un musical. El cuerpo lo agradece y te ríes de tu propia torpeza. Ojo con las esquinas de las mesas. También me invito a ir al cine. Pero con su ritual: me cambio de ropa y preparo una cerveza y una tapa a eso de las ocho. Después de la siesta me voy de casa. Sí, y bien lejos. Un viajecito diario. Doy una vuelta por mis estanterías hasta que escucho la invitación al viaje. Cómo viajar a Panamá sin moverse del sitio: coges un libro de Blaise Cendrars, Panamá y las aventuras de mis siete tíos, maravillosamente editado por Media Vaca y lo lees en voz alta paseando por el salón. He olido, lo juro, las brisas oceánicas. He abierto la maleta en el camarote. Pero el viaje más seductor está siendo otro: cada día visito un círculo del ínfierno. Embarqué con Dante y Virgilio, y Caronte nos dijo cosas alucinantes. Tinieblas, quejidos, vértigos: qué miedo. Todo está ahí, en la nueva y diáfana traducción que José María Micó ha logrado de la comedia dantesca en la editorial Acantilado. Y luego el traductor, en el canal de conferencias de la Fundación March, completa la crónica del viaje.

Y escribir: escribir sin tasa, para vaciarse. Por cierto, se habla mucho del papel higiénico, pero ayer entré en la web de unos grandes almacenes y entre los productos agotados estaban los folios. ¡Los folios, el papel, esa cosa vieja y analógica!

Y por último: también me invito cada día a un pequeño banquete. Nunca cocino platos repetidos. Hay tiempo para que los guisos cuezan lentamente. Slow food. Slow poetry. Slow life. Para prisas atropelladas ya estaba la vida que conocíamos. Hoy voy a probar una receta nueva, africana: maakouda de atún, de la que no había oído hablar antes. Y luego he quedado con Alighieri. Buenos días».

Juan Gaitán

Escritor

«Tuve la suerte (supongo que fue una suerte, pero a veces a uno le entran sus dudas) de comenzar la reclusión un día antes del decreto oficial de alarma. Comencé en teletrabajo el viernes 13 de marzo.

Mi habitual horario laboral es de 7 a 14 horas, y me impuse mantener la misma jornada en casa, así que me levanto a las 6.30 de la mañana, me ducho, me visto, hago café y me siento a trabajar. En casa dispongo de una habitación/biblioteca/despacho donde escribo mis libros, mis columnas, mis poemas€ y ahora es también mi despacho.

A las dos doy por concluida la tarea. A esa hora ya empieza uno a tener hambre. Almuerzo en familia, un rato de descanso y en torno a las cuatro, deporte. El deporte forma parte de mis hábitos de vida y es una necesidad para mi salud. Tengo una bicicleta estática y unas pesas, lo bastante para una sesión de hora y media aproximadamente. Después, ducha y vuelta a esa habitación/biblioteca/despacho a leer, escribir, trastear con las guitarras€ Así paso el resto de la tarde.

Ya cuando la luz del día y yo nos vamos rindiendo, me reúno con el resto de la familia, cenamos, vemos alguna serie€ Y rematamos el día. Antes de dormir, un rato largo de oscuridad y radio, una costumbre que me acompaña desde la niñez.

Me he percatado de que he construido una serie de rutinas que hacen llevadero el confinamiento, y que le estoy cogiendo apego a estas rutinas como antes se lo cogí a otras sucesivas, y he reparado también en que soy un tipo muy ordenado, muy metódico y quizás, también, un tanto previsible. Solo un tanto, espero€