Si para algo ha servido esta pandemia es para darnos cuenta de la importancia que la cultura tiene para la sociedad. No imagino a ninguno de los confinados no haciendo uso de ella. Plataformas de entretenimiento como Netflix, HBO o Amazon han aprovechado la cuarentena para poner al día sus catálogos y así proveernos con horas de entretenimiento; muchas editoriales han facilitado el acceso a algunos de sus títulos de lectura para que los largos días en casa sean más amenos; los museos públicos han abierto sus colecciones online para que las personas, ahora más que nunca, puedan nutrirse de Arte con mayúsculas; incluso se ha puesto a disposición de los espectadores un excelso catálogo para que podamos ir al teatro o a la ópera sin salir de casa. Y podríamos seguir así, líneas y líneas, enumerando las muchas propuestas que desde el mundo de la cultura se han emprendido en estos momentos, que para muchos son de hastío y aburrimiento.

Pero para una sociedad que en gran parte ha entendido como cultura aquello que está vinculado con algún tipo de entretenimiento facilón quizás esto suene demasiado serio o tedioso. No olvidemos que los programas que más se consumen en televisión son aquellos que tan sólo sirven para hacernos pasar el tiempo, programas que no nos exigen pensar en nada, que son puramente banales y superficiales. Son aquellos a los que la sociedad se ha acostumbrado y los cuales han colonizado un precioso tiempo que podríamos utilizar en beneficio propio.

Hemos sucumbido totalmente a un tipo de cultura que no hace nada por nosotros ni nosotras, que tan sólo provee de entretenimiento y diversión, y cuyo valor experiencial dura lo mismo que un post en Instagram. Gran parte de la sociedad entiende eso por cultura. No hay más que ver dichos programas o posts para comprobar que la fórmula funciona pues la gran mayoría de los contenidos que comparten son similares. Una fórmula mágica que se basa en la idea de éxito vinculada a lo mediático, que se traduce en toda la farándula televisiva que nos tragamos y en los likes recibidos; pura adrenalina, en caso de conseguirla, o frustración, si no es así.

Y es que si algo nos dice esto de nuestra sociedad contemporánea es que gran parte de ella demanda ser escuchada o al menos ser vista. Ya no parece quedar espacio para el sosiego y la reflexión. Nos hemos configurado a una velocidad tal que cultivar el silencio se ha convertido en una estrategia de resistencia a tal celeridad. Hemos sucumbido al poder de la imagen, de la propia y la de los demás. De ahí que las redes sociales se hayan convertido en la nueva industria cultural de nuestra época, absorbiéndonos tiempo y dedicación. Un tiempo nulo y vacío, en la mayoría de los casos, pero que se ha convertido en indispensable para gran parte de la población. Su inmediatez ha creado una falsa idea de éxito rápido y sin esfuerzo que sobre todo ha calado en los sectores más jóvenes. No se trata de criminalizarlas pues bien utilizadas resultan una herramienta bastante provechosa, sin embargo, un mal uso de ellas amenaza con quitarnos una de nuestras más preciadas posesiones: el tiempo que dedicamos a nosotros y nosotras.

Herramienta

Ya me dirán cómo la cultura de los libros, de la música o del arte puede competir contra ello. Y es que lo que ofrece en realidad la cultura a la que me refiero es una herramienta de resistencia ante tal banalidad. Una herramienta que sirve para crear una sociedad más crítica y más justa; una sociedad que no se traga cualquier cosa que le ponen por delante, pues defiende su bien más preciado: su tiempo. No podemos dejar que nos arrebaten nuestro tiempo de manera tan sencilla. Debemos luchar por él. Y para ello la cultura es una herramienta totalmente indispensable.

Yo llevo intentando cultivar mi tiempo desde que comenzó el confinamiento. Lo primero que hice fue desconectar. Ello me costó. Deshacerme en la medida de lo posible de todo el foco mediático que nos invade día a día, de chismorreos y tonterías que lo único que consiguen es estemos eternamente enfadados. Algo que me quita mi tiempo y que no voy a permitir. Me he propuesto parar el ritmo. Volver a reconectar conmigo mismo nutriéndome de lecturas atrasadas, descubriendo nuevos sonidos musicales o revisitando joyas cinematográficas. Todas ellas obras culturales que me permiten disfrutar de momentos de relajación en casa, los cuales había olvidado antes de la pandemia por culpa de la vorágine a la que nos somete nuestra acelerada sociedad. Necesitamos más momentos de silencio que se opongan al ruido diario. La cultura nunca fue fácil, cultivarla requiere de esfuerzo y de trabajo que con el tiempo llevan al disfrute. De ahí que para muchos y muchas, entre quienes me incluyo, sea nuestro bien más preciado.