Regresamos a las trincheras finitas de los domicilios de los que hacen la cultura en nuestra ciudad, que estos días se refugian en la creatividad, la lectura y el cine para sobrellevar el confinamiento decretado por el coronavirus. Conectamos con los búnkeres personales de varios integrantes de la comunidad cultural malagueña.

Pedro Okña: artista y gestor cultural

«El último fin de semana pre-confitamiento (me gusta llamarlo así, me siento como confitado) fui enmascarillado a comer chuletitas con mi familia. Un nos abrazamos pronto, guapxs... y para casa a reunirme con mi chico y su perro. Vamos a prepararnos para el Apocalipsis, nene... Compremos cerveza y pasta.

Por suerte, yo soy de los que continúo trabajando,mi vida de no artista es junto a personas en situación aún más complicada ante esto que nos ha caído a lxs humanxs: soy educador en un centro para gente con problemas de adicción y como consecuencia muchxs en situación de calle, así que ahora soy artista,confinado y esencial. Esto me llena. Aunque salir a primera línea de guerra casi cada día tiene un lado pesadilla. Subir al bus es algo extraño a las 6.30 horas de la mañana entre distancias, guantes y no pasar.

A partir de medio día vuelvo a casa...

Y ahí es donde empieza la otra vida. La vida cautiva.

Esa que nos han limitado los gobiernos para que no nos pongamos malitxs por culpa de un bicho fast and furious.

Comemos casero.

Siesta corta.

Cafelito.

¿Qué raro es todo, no?

La hora del aperitivo.

Y a jugar.

Nos disfrazamos con amigus (amigus es el termino que he robado a mi amiga Antoña que define a las personas que más amor me dan esta etapa)... Nos une, nos entretiene, nos divierte... Mamarrachamos como excusa para estar cuidándonos como cibermanadas confinadas.

La inspiración asoma pero se ve que también está confitada como yo.

Creo que se quedó en las calles, en los abrazos, en las miradas, en los besos, en los viajes, en el Kipfer, en los sábados por la mañana... Eso es de lo que más me estoy dando cuenta. Me inspira lo real, lo vivo, lo físico luego en casa lo moldeo confinado... Pero necesito la libertad.

Sueno a canción taleguera.

Qué importante la libertad.

Ella traerá inspiración. Ea».

Salva Marina: músico y profesor

«Me considero un privilegiado porque estoy pasando la cuarentena en el campo, en la naturaleza. Tengo la suerte de que mi chica tiene una casita de campo con un terrenillo en Alhaurín El Grande; ella tuvo la lucidez de decir a tiempo que nos fuéramos al campo, pensando especialmente en mi hija de 3 años, Candela. Y nos vinimos el día antes de que cerraran el tránsito y empezara la cuarentena.

En el campo se está notando mucho la ausencia de los seres humanos: veo muchos más animales, hay una actividad extraña, la naturaleza está respirando de nosotros. Tengo la sensación de que la especie se autorregula cruelmente, y lo ha hecho siempre en la historia.

Estoy teletrabajando en casa, dando clase de guitarras a mis alumnos por whatsapp y mandándoles propuestas para hacer en casa a mis alumnos pequeños (doy clases en un colegio público de música, trabajo para la Fundación Barenboim Saïd). También hacemos ensayos virtuales compositivos con Frutería Toñi. Así que seguimos creando, seguimos haciendo cosas.

Mi mujer, mi hija y yo disfrutamos del campo, caminamos por el terreno, comemos nísperos y cogemos flores. Y así estamos hechos unos jipis totales, con nuestros tres gatos, que están como si hubieran venido al paraíso. Pero tenemos la desgracia de no poder juntarnos con la gente que queremos, de tener la familia lejos, como todo el mundo.

Y, claro, me da tiempo para replantearme muchas cosas. Lo hablaba estos días con algunos amigos: es curioso el ser tan social que es la especie humana. Hemos progresado y triunfado como especie gracias a la capacidad de asociarnos y de hacer cosas juntos y es curioso cómo esto es un torpedo a la línea de flotación del ser humano, a ese éxito de la sociabilidad. Pero ese poder de asociación y de organización está permitiendo que la gente esté manteniendo lo esencial para poder vivir: los hospitales, ni te cuento; la alimentación, el campo, los mensajeros, que se habla poco de ellos... Me parece alucinante todo lo que gracias a podernos organizar estamos consiguiendo para los demás. Es como que las funciones de cada uno se marcan más estos días.

Los que tenemos la función de entretener y emocionar, los artistas, nuestra esencia es crear cosas, nuestra música puede estar sonando en algunas casas, acompañando a la gente. Pero la otra cara, presentarse ante el público en un espectáculo, se va al garete y deja de existir. ¿Cuándo llegará el momento de poder juntar en un garito a 100, 200, 300 personas o miles como meten muchos grupos, una persona pegaíta a la otra como hacíamos antes? No soy científico ni agorero, pero hago mis cálculos y hasta dentro de un año y medio no lo veo muy claro.

Lo que más caracteriza esta situación, más que el encierro es la incertidumbre. La incertidumbre siempre es lo peor, lo que destroza más el ánimo, el no poder anticiparnos a las situaciones y planificar. Espero que de todo esto saquemos conclusiones, aunque creo que cambiarán costumbres y no mucho más».

Alejandro Morales: bailarín y coordinador de el Taller

«Tengo la suerte de estar pasando el confinamiento con mi madre, mi padre y mi hermana en una casa amplia con terraza, patio y azotea. Mi padre, autónomo y repartidor de carne, se levanta cada día a las 5 de la mañana para abastecer las carnicerías, y cuando vuelve, mi casa se transforma en un laboratorio sacado de un capítulo de Stranger Things. Después del proceso de desinfección al que le sometemos a diario (ropa, maletín, dinero€), se mete en su habitación y apenas sale por miedo a traer algo de la calle y contagiarnos. Aunque estemos en familia, hemos suprimido los besos y abrazos que nos dábamos cada día por precaución.

Como artista, cuando empezó el confinamiento entré en una fase de hibernación creativa que me hacía sentir una gran frustración. En este periodo de encierro estoy aprendiendo que debo permitir y respetar el no sentirme inspirado, el darme ese espacio de aceptación y no sentirme mal por ello y el aprovechar cualquier impulso que desentierre mi creatividad y no frenarlo. Ese impulso puede aparecer en cualquier momento, como por ejemplo el pasado domingo a las 3.00 de la madrugada, estando en la cama sin poder dormir, apareció la inspiración y grabé una improvisación de danza experimental site specific en el baño de mi casa.

La parte más difícil de la cuarentena, ha sido sin duda el cerrar la sede de El Círculo Breaking, el espacio de experimentación urbana El Taller. Gracias a la autogestión y a la pasión por lo que hacemos, conseguimos cumplir nuestro sueño, crear un espacio seguro para artistas underground que aman la cultura urbana y motivan a la nueva generación para seguir el legado que entre todos hemos construido durante estos años. Ahora no sabemos que pasará, pero mantenemos la esperanza gracias a las personas que creen en nuestro proyecto y que nos han mostrado su apoyo desde el minuto 1.

Desde que empezamos el confinamiento, los miembros del staff ofrecemos todos los días clases de breakdance y pilates en nuestro directo de Instagram para hacerle más ameno el encierro a las personas. Como homenaje a los más pequeños de la casa, hemos lanzado la iniciativa Battle Heroes. Cada niño y niña se disfraza de su superhéroe favorito y uno de nuestros voluntarios se pone un traje de Spiderman para llamar desde el directo a cada uno de ellos y compartir un rato de diversión y danza. Sus caras de ilusión durante ese momento no tienen precio, y eso es lo que nos hace seguir buscando nuevas iniciativas que les puedan ayudar a desconectar de la realidad. Se les ha privado de la libertad y no entienden lo que está pasando, por eso desde nuestra organización queremos dar un fuerte aplauso a todos esos niños y niñas que también son superhéroes en esta situación».

Daniel Ortiz Entrambasaguas: cineasta y presidente de procinema

«Decía Ernesto Sábato que la verdad es perfecta para las matemáticas, la química, la filosofía, pero no para la vida. En la vida, la ilusión, la imaginación, el deseo, la esperanza cuentan más. Y es con eso con lo que me quedo durante todos estos días en los que estamos confinados, con la esperanza.

La preocupación disparada por momentos a prueba de cualquier estetoscopio donde poder escuchar los latidos del corazón de una situación nunca antes vivida es latente y, aunque en mi caso afortunadamente no haya tenido a ningún familiar ni persona cercana teniendo que acudir a servicios médicos, está presente continuamente. Preocupación por el estado de personas que sí lo han sufrido, preocupación por el estado de odio perenne que muchos tratan de implantar aprovechando las circunstancias, preocupación por el devenir de la situación que según dicen será distinta a lo vivido hasta ahora. Pero yo soy optimista por naturaleza y siempre me aferro a la esperanza. He de decir que en mi caso en los que estamos con diferentes proyectos en desarrollo, ha servido para adelantar alguno de ellos, además de preparar con más calma las convocatorias que hasta ahora se habían publicado con anterioridad a este estado de alarma como es el caso de Ibermedia.

Por lo general este estado de confinamiento lo sobrellevo bien, la parte creativa en la que estoy escribiendo y desarrollando algunos de los proyectos en los que estamos, aunque confieso unos principios de bloqueo iniciales pero tengo la suerte de contar con alguien cercano de mi equipo que tiene un poder inherente en poner luz a situaciones de callejón sin salida creativa, para retomar con su pausa correspondiente y concluir con el poder resolverlo finalmente.

Cierto es que los días entre semana por la mañana en horario de oficina se trabaja prácticamente en una misma tónica, a veces con más intensidad a la de antes. Es un momento donde las reuniones de trabajo se han intensificado por Skype y en muchos casos se continúan por la tarde.

Los fines de semana invierto parte del tiempo para retomar series que nunca antes por diferentes razones pude ver y se quedaron ahí, en esa parte de tareas pendientes. Dedico también tiempo a leer, a jugar a algún videojuego o a veces en no hacer nada. Lo de no hacer absolutamente nada lo he hecho dos veces en este mes, con el teléfono apagado y dedicándolo a contemplar desde mi terraza el mar o bien a volver a ver clásicos del cine como también a las comedias de los 80 y 90.

Estoy pendiente de todas las noticias siempre, también a las internacionales. Siempre lo he hecho, pero he tratado de desconectar en esos dos momentos sobre las noticias que a modo de carrusel nos relata la situación a modo de tiempo y resultado. Y, eso para mí como adicto a estar informado de manera constante, escuchando las noticias de la radio (lo más que hago desde siempre), el estar pendiente sin pausa de ello, lo he tratado de parar aplicando algo de entretenimiento visual o radiofónico y la verdad que se agradece para el engranaje mental de volver a retomar todo con más ganas, tu vida, el trabajo diario, etc.

El contacto con la familia y allegados se hace mayor por la situación y de hecho sirve para retomar contactos que desde hacía mucho no sabías de ellos y que esta situación ha hecho que aquellos que puedan estar en cualquier rincón del mundo vuelvas a tener noticias.

Hans Blumenberg decía que la infelicidad sólo tiene una forma absoluta, la de la imposibilidad de consuelo. En estos tiempos difíciles, la coherencia muchas veces nos hace ser esclavos de nuestras palabras, pero éstas no siempre son el resultado de una reflexión. A veces aparecen en nuestra boca sin que sepamos muy bien por qué, y ese impulso inexplicable también nos acaba esclavizando.

Yo soy optimista por naturaleza como decía al principio, pero a veces reflexiono sobre ello llegando a pensar que ni el optimismo ni el pesimismo tienen fundamento, porque no conocemos el futuro. Son más bien actitudes instintivas, que seguramente derivan del temperamento personal. La esperanza es más razonable, porque se basa en la percepción de que sigues el camino correcto. En noruego existen tres verbos para esperar: å vente, å forvente y å håpe. El primero se usa cuando uno espera un autobús o un tren a que pase; el segundo, cuando uno espera por ejemplo consideración de los demás, y el tercero cuando uno espera con esperanza. En inglés to wait, to expect y to hope. En castellano sólo nos queda esperar a solas, con un solo verbo que se nos confunde en el tiempo...

¡Un abrazo!».

Regina Álvarez: cineasta

«No es tiempo de ruiseñores. Incluso al amanecer el silencio se apodera de este bosque en el que habito. Sólo un gallo lejano que jamás había escuchado y al que ya odio a muerte, rompe la nueva atmósfera sonora que envuelve mi casa. El aeropuerto ha enmudecido. No hay cómo ni a dónde huir.

Desde que empezó este mal de muchos he activado el modo ostra, que es en el que vivo cuando escribo o comparto soledades en las salas de montaje o de sonido. La situación me ha parado un rodaje por fin encarrilado tras años de laboriosa espera, si bien agradezco a esta paz impuesta la oportunidad de darle una o varias vueltas más a la historia. Ignoro las noticias y me he distanciado de las redes sociales porque me pone de los nervios la mala baba. Ordeno armarios y desvanes con tal pulcritud que ahora no encuentro nada.

Casi a diario me peleo con la compañía telefónica que me maltrata desde hace años con cortes intermitentes en el fluido de internet. Vuelco toda mi rabia chillándole al robot de atención al cliente y pulsando los números del dial del teléfono como si aplastara una por una las cabezas de los jefazos de la empresa.

Visiono exhaustivamente tertulias, conciertos y entrevistas rodadas a los protagonistas de mi película, los componentes del mítico grupo musical malagueño que baila sin que nadie les vea, y a los que, dato curioso, no les gustan las limusinas.

Paseo con la perra Lupe dando vueltas como una posesa por mi jardincito inclinado: sube escalera, baja escalera... ella a la segunda vuelta se sienta a mirarme convencida seguramente de que he perdido el poco raciocinio que me quedaba.

Las tardes de pereza las dedico a ver maratones de pelis de zombis para aprender estrategias de defensa en caso de necesidad. En general veo mucho, mucho, cine.

La música también me sirve de terapia en estas jornadas inusualmente grises y lluviosas. Por las mañanas me pongo funk y bailo como cuando era joven pero con un 80% menos de agilidad. Y a esa hora en la que todo el mundo aplaude a los héroes del momento, yo, lejos y sorda a las ovaciones que no llegan hasta aquí, escucho a Chopin, Beethoven o Liszt y lloro un ratito para soltar la angustia de un día más, a lo Margo Channing en la fiesta de cumpleaños de su novio pero sin dry martinis, que sólo me faltaba tener un accidente doméstico a los que soy propensa incluso sobria. Cuando me canso de llorar cambio de música y pongo a los Dead Kennedys. Hablo con amigos, ceno, picoteo, vuelvo a cenar y a las doce invoco a Morfeo, que se está poniendo tontito de más y se me resiste in crescendo. Hasta su abrazo parece prohibido. Duermo lo que puedo hasta que sale el sol, es un decir, se despierta el maldito gallo de enfrente, y yo también, pero sin molestar a nadie, canto: Un día más me quedaré sentada aquí€ Uno o cien. Los que hagan falta».