Regresamos a las trincheras finitas de los domicilios de los que hacen la cultura en nuestra ciudad, que estos días se refugian en la creatividad, la lectura y el cine para sobrellevar el confinamiento decretado por el coronavirus. Conectamos con los búnkeres personales de varios integrantes de la comunidad cultural malagueña.

Miguel Rueda | Músico (ballena)

«Llevo tres días buscando un hueco para poder escribiros estas líneas, mientras lo hago, escucho de fondo como la moto-correpasillos de Román (el benjamín de mis cuatro hijos) cae rodando por las escaleras, ha sido Vera (5 años en Mayo) que quería probar si daba vueltas€ Mi mujer le regaña, pero intentando no gritar demasiado, porque los vecinos (que son muy pacientes) ya nos han puesto en aviso vía whatsapp de las molestias sonoras de nuestros zagales durante este confinamiento y la verdad, nos da bastante apuro.

Aparte está mi aventura musical con Ballena, con quien justo acabamos de sacar nuestro segundo disco, Odisea Ballena, titulado así antes del confinamiento por el número de vicisitudes que tiene que pasar una banda para grabar un disco cuando dos de sus componentes son padres de familia y todos tenemos nuestros trabajos y responsabilidades.

El coronavirus ha cortado de raíz un extenso planning de conciertos y actos promocionales del nuevo disco, pero seguimos haciendo entrevistas y siguen saliendo las reseñas en prensa, en papel y digital.

Las criticas de Odisea Ballena están siendo muy buenas y eso me da rabia, rabia e impotencia por no poder tocar en directo y aprovechar este momento€ Pero todos estos sentimientos duran poco cuando leo las noticias y veo a familias que han perdido varios miembros en cuestión de días. ¿De que me quejo? Tengo a todos los míos sanos y salvos, estamos pasando mas tiempo juntos que nunca, me están demostrando que son responsables haciendo los deberes y ayudando en casa como pueden€ Soy afortunado y doy gracias a Dios.

El día a día en esta santa casa esta siendo así, una maravillosa locura, se hicieron planes y horarios para pasar el confinamiento lo mas ordenadamente posible como mandan todos los expertos ya que mi mujer y yo tenemos que seguir teletrabajando y el orden en estos casos es lo mas recomendado€Por supuesto nos lo hemos saltado todo, nos levantamos tarde, comemos más tarde aún, Mateo y Bruno (los mayores) juegan a la play más de lo recomendado mientras sueñan con volver a jugar o como mínimo entrenar con sus compañeros y amigos del C.D. Rincón, su equipo, y por las noches vemos pelis con el proyector y si nos apetece montamos las camas en el sótano, y, sí, lo reconozco somos de los que hemos acabado con la harina y la levadura y tenemos el horno a pleno rendimiento, ya habré cogido 3 kilos (miento, seguro que son más) entre festivales gastronómicos y los fabulosos bizcochos de Penélope, mi maravillosa compañera de búnker.

Así esta siendo mi día a día y así espero la normalidad con incertidumbre, mientras, me doy cuenta de lo que se puede echar de menos a la gente, a los amigos, a la familia y a meterme en el local o subirme a un escenario a hacer música con mis compañeros ballenos: Juande, Ale, Sixto y Alfon. #amorballeno».

Txani Rodríguez | Escritora

«La primera vez que vi las imágenes de la población china confinada en Wuhan sentí miedo: todos aquellos hombres y mujeres en las ventanas de sus casas, asomados al abismo de la angustia, cantando al caer la noche para no sentirse solos. Sin embargo, ahora que nos ha tocado a nosotros vivir lo mismo, la situación no me ha resultado tan terrorífica. De hecho, cuando salgo a aplaudir y veo frente a mí imágenes muy similares a las de Wuhan, me sorprendo frívola, fisgando las macetas de mis vecinos o pensando en lo bien que quedaría en mi pequeño balcón esa mesita blanca que tiene el de al lado. La realidad, en fin, es un disolvente y, a menudo, asusta más lo que está por suceder que lo que nos sucede. Sin embargo, lo que nos sucede es escalofriante y nos ha situado frente a la enfermedad y a la pérdida; nos ha dado la medida exacta de nuestra vulnerabilidad. Yo suelo subirme, vulnerable, a la bicicleta estática mientras veo las noticias, y, muchas veces, noto en la garganta una tristeza violenta que trato siempre de sofocar, como si llorar no fuese una de las cosas más lúcidas que pudiéramos hacer durante este encierro.

Paso los días en Llodio, el pueblo de Álava al que pertenezco, corrigiendo los textos de mis alumnos, respetando los plazos de entrega de mis colaboraciones con los medios de comunicación, leyendo, sobre todo, clásicos, viendo películas, sobre todo, clásicas, y tratando de escribir no siempre con éxito: otro clásico en mí. Como todo el mundo, entre bizcocho y bizcocho, fantaseo con el bendito momento en el que regresemos a la calle. Ahora se habla de la nueva normalidad y a mí me da que va a ser como esas reconciliaciones de pareja en las quedan demasiados cabos sueltos: bien, pero no. Ya veremos. Sea como fuere, espero poder volver pronto al río de la Estación de Gaucín, donde he pasado sin excepción, todos mis veranos. No habrá para mí nueva normalidad hasta que no regrese a ese rincón de la Serranía de Ronda, dentro del Parque Natural de los Alcornocales. El año pasado grabé allí un vídeo muy corto con el teléfono móvil en el que se ve correr el agua del río y se escucha el rumor, tan relajante, de su cauce. Para el invierno, me dije, sin sospechar que este sería nuestro invierno más largo. A veces, cuando lo miro, sonrío; otras, me pongo melancólica.

Todo esto pasará, tarde o temprano, y retomaremos nuestras viejas rutinas. Yo publicaré una novela poco después de que se restablezca la normalidad y las cosas del trabajo me ocuparán de nuevo. No sé qué recordaremos cuando miremos atrás porque el pasado siempre es imprevisible. Pero sé que el futuro me espera en la orilla de ese río, el Guadiaro. Siempre me he sentido privilegiada por poder pasar una breve temporada en ese pueblo, donde nació mi madre, rodeada de naturaleza, pero con buenos bares a mano para compensar lo de la vida sana, vaya a ser; y cuando regrese, me sentiré más privilegiada aún, por poder bañarme en el agua clara, por poder secarme al sol, por poder mirar las montañas de la serranía, por estar viva: por estar de vuelta».

Kurt | Artista

«El confinamiento lo estoy viviendo en absoluta soledad. No tengo hijos ni pareja. Estoy completamente solo y eso te sitúa en un tobogán emocional. Hay días que te levantas eufórico. Otros, deprimido. Y otras veces te cuesta conciliar el sueño. Lo estoy llevando regular. Además, afecta a la creatividad porque esta situación no te permite trabajar bien.

Hay incertidumbre en lo social, lo global y lo personal. No tengo una gran preocupación respecto a lo económico porque lo he pasado muy mal. De hecho, no creo que esté tan mal como aquella época en la que dormía en una furgoneta y no tenía dinero para volver a casa. Estoy entrenado para situaciones muy complicadas.

Ahora habrá que renunciar un poco al dinero y al prestigio para estar más en la calle y acercar el arte a la gente. La función del arte ahora mismo es estar al servicio de una sociedad herida para que la gente olvide ese trauma y disfrute.

Durante este confinamiento, también he sentido mucho la marcha de Luis Eduardo Aute. Hace ya más de seis años que Aute pasara por mi estudio en Mollina con ocasión de su pregón de la Feria de la Vendimia. Estuvo allí como tres horas escrutando cada rincón. Yo me disculpaba cada tres minutos por el desorden y la porquería acumulada. Y él sólo decía que era perfecto. Cada mota de polvo, cada churrete de pintura era para él la muestra de que ese atelier estaba vivo. Dejó caer su pesado corpachón embutido en una sencilla camisa azul en la butaca Ikea comida de mierda y dijo: «Kurt, no tienes que disculparte por lo que manchemos nosotros, porque nosotros no manchamos». Tuve la ocasión de visitarlo, cuando aún tenía fuerzas y ánimo, e intercambiamos obra. Hace tiempo lo entrevistó La Sexta en su estudio y me maravilló que justo a la espalda del periodista estuviese la pieza que le regalé junto a un alto relieve de Cristo que él mismo eligió. Me consta que le gustó. Descansa, amigo, te llevas mucha belleza y dejas más aún».

Joaquín Campos | Escritor

«Siempre quiero andar con cuidado al decirlo, pero como los te quieros, esta etapa vital no hay manera de explicarla sin que aparente ser violenta. Porque a mí esta pandemia me está arreglando la vida. Yo iba a pedir una excedencia el año que viene o al siguiente. No escribir me afea el sueño. Y por culpa de mi distanciamiento literario ardo en deseos irrefrenables de asesinar a gente por motivos espurios; tantas veces cómo caminan y por dónde. Suerte que el delito me sigue quedando grande.

Me entristece enormemente que este asunto tan televisado ya haya generado en España decenas de miles de muertos. Pero como los que venden ataúdes además de los que creman a sumar las televisiones subvencionadas que a fin de cuentas son parecidos a los dos gremios anteriormente citados, somos algunos más los que estamos sacando partido, en mi caso indirectamente, de una pandemia/confinamiento que al menos en la isla de Sal, República de Cabo Verde, no es precisamente extrema. Salgo a pasear cada día, compro cervezas donostiarras keller, leo poemas en voz alta por las calles sin asfaltar mientras las engullo€ También debo reconocer que por estos lares no existen hospitales como usted los conoce ni mucho menos respiradores cuando las mascarillas o los geles los transeúntes se los inventan sabiendo que jamás serán ni patentados ni exportados. Y sí, mi empresa ha tenido que cerrar aunque aún mis condiciones laborales no son malas del todo, ya que me quedaba un año de contrato y esperamos, con fuerza, que todo vuelva a la normalidad.

Es muy literario estar varado en una isla donde no existen los barcos ni los aviones, ni muchos menos los corresponsales a nueve mil euros la mensualidad. También podrían los nativos, sin prestaciones sociales y ahora mismo sin trabajo cuando bastantes tienen más hijos que sueños, buscar a gentes que aparenten vivir bien para navajearlas. No sé, al menos a los que vayan en pleno confinamiento bebiendo cerveza y recitando poemas por las calles. Porque pasar hambre es como dejar de fumar enganchado a la nicotina. Yo, mientras se deciden o no, he abierto dos cataratas de par en par: Merienda de negros, que debería ser una novela; y Demasiado humano, un poema largo como un ciempiés que quiere alejarse lo máximo posible de Walt Whitman, el primer progre.

En la parte negativa asegurarles que yo a día de hoy debía estar girando por Colombia y que mi nuevo libro, el poemario Poeta en Pekín, editado por Renacimiento y ya impreso y a la venta, debería estar en las librerías, hoy cerradas a cal y canto, en demostración palpable de esas leyendas que desde niños venimos oyendo en España sobre que la izquierda es cultura, cuando no son pocos los partidos de izquierda que forman parte del gobierno de España y que han decidido mantener a las librerías cerradas cuando que yo recuerde no existían las aglomeraciones en sus espacios cuando en España hay atascos hasta en los coches-choque.

Creo sinceramente que habría valido mucho más la pena contagiarse en la sección de Humanidades de Luces que comprando en la pescadería del Mercadona. Pero los gobiernos, aunque alardeen de ser diferentes, son tan parecidos cuando se trata de la cultura€».

NYSU | Realizador audiovisual

«La gente se está batiendo el cobre ahí fuera para salvar vidas. Yo intento aportar no molestando. Desapareciendo para que el virus desaparezca.

El confinamiento me ha encerrado cara a cara con tres guiones que soy incapaz de terminar. Ya no hay rodajes, ni paseos, ni cafeterías. Me he quedado sin excusas.

Rodar una película con un mal final es como mandar a Bambi a Normandía. Quizás si fuera guionista me resultaría más fácil. Quizás lo que te convierte en guionista es el don de concluir.

Escucho mucha música y veo mucho cine.

Pretendo sepultarme bajo el talento ajeno y esperar a que, por drenaje, se me pegue algo.

Intento informarme lo justo y necesario.

Pienso que ya dimos la razón a DeLillo y a Orwell, espero no tener que dársela a Íker Jiménez.

Pienso en qué pasará con los perfiles en redes sociales de la gente que fallece.

Cuando oigo que saldremos de ésta siendo mejores personas, no puedo dejar de pensar en cuánta gente que lleva una camiseta de Los Ramones no podría enumerar ni cinco canciones de Los Ramones.

Como dijo Chuck Palahniuk, «Lo bueno de la teletienda es que no hay publicidad».