"Si una flecha la hiriese, la nube, antes de morir, lloraría sangre durante 15 días, los suficientes para teñir de rojo la ciudad sagrada de Bengala» (Tratado de las nubes, Renacimiento). Más o menos eso ocurrió el 21 de mayo del 2000: falleció Rafael Pérez Estrada y la Málaga cosmopolita, exquisita y culta quedó herida por una ballesta que ahora, dos décadas después, sigue doliendo. Porque tal y como escribió una vez José Luis González Vera, profesor, escritor y columnista de La Opinión de Málaga, Pérez Estrada «llevaba en la frente, en los labios y en el corazón el beso perpetuo de un ángel que él alimentaba con esmero». Porque autores interesantes y de criterio hubo, hay y habrá siempre bastantes; como Rafael, eso sí, ninguno.

Abogado de profesión y dibujante por talento y convicción, Rafael Pérez Estrada (Málaga, 1934) fue uno de los grandes personajes culturales de la Málaga que aspiraba al cosmopolitismo y la europeidad sin renunciar al olor a sal y espetos. Murió poco después de cosechar el beneplácito, digamos, generalista con su novela 'La extranjera', la que le alejó de las minúsculas editoriales, las tiradas para amigos y connoisseurs que él prefirió en lugar de la gloria de los grandes círculos literarios. Falleció una tarde de domingo aciaga para tantos, que palidecieron como lo hacen muñecas a los pocos días de fallecer su propietaria (las de 'El domador'), y dejando un ingente archivo de notas (incluida una especie de continuación de 'La extranjera', 'Doctor Harpo', que acabó publicándose en 2002).

Pero el tesoro sigue siendo mucho más hondo de lo que se imagina -la sala El Legado de Pérez Estrada, en el Archivo Municipal, no es más que una suculenta aceituna en el contexto de una ensalada-. Y es que hablamos de un hombre en cuyo primoroso piso de La Malagueta, lleno de exóticos biombos, estatuas de ángeles que sus amigos le traían de todo el mundo, conservaba facturas de la luz, tickets de entradas de cine de años lejanísimos, dedicatorias de fans («Para el muy divino Pérez Estrada, de su querido amigo y no menos divino, Rafael Alberti)... Su casa era como un bestiario, un catálogo razonado de lo dionisiaco, de lo vitalista, y su obra, un cosmos raro, lúdico y aparentemente inagotable, en el que lo por descubrir superaba con mucho lo descubierto.

Por eso, diez años después de la muerte se creó la Fundación Pérez Estrada, un empeño personal de Esteban, hermano del autor, y un buen puñado de amigos y colegas, con los propósitos de difundir y poner en valor el corpusliterario del autor de 'El muchacho amarillo', relanzarlo razonada y coherentemente, y acercarlo al público que lo necesita aunque no lo sepa aún. Porque Rafael siempre bailaba cómodamente en los salones secretos, en los reservados de los exquisitos. Recientemente, la Fundación presentó el primero de los tres volúmenes que reunirán la obra completa del escritor; una tarea absolutamente titánica: sólo este primer libro, que concentra los versos, la pulpa lírica del fabulador a partir del año 1985, consta de 1.100 páginas.

Escribió Rafael Pérez Estrada: «Me preguntó el muchacho con los ojos llenos de atardecer: ¿Cuando yo muera se parará el mar? Y preferí no desilusionarlo». No se detuvo cuando murió Rafael, hace 20 años, aunque sí algunos sostienen con vehemencia que se ralentizaron un tanto las olas en señal de luto. Y ahí siguen, un poco más lentas, un poco más tristes.