"Observé las pinturas y observé a la gente observando a las pinturas, y me di cuenta de que los cuadros siempre devolvían la mirada a aquellos que las estuvieran mirando. Fue un descubrimiento fascinante». Palabras de Frederick Wiseman, legendario realizador de documentales y firmante de National Gallery, un largometraje fundamental para quien aún no se haya dado cuenta de que un museo es siempre bastante más que un edificio con pintón en el que se cuelgan obras caras. Mañana, tras dos meses cerrados, reabrirán las puertas de los centros artísticos de la ciudad, comienza, por fin, la desescalada cultural que debería llevarnos a esa nueva normalidad diseñada por el Gobierno (y que seremos nosotros, los ciudadanos, los que tendremos que implementar). Los lienzos, esculturas e instalaciones que han estado todo este tipo en la oscuridad de las salas apagadas, heridos en su vanidad de obras maestras sin nadie que las contemple, serán de nuevo esos espejos que nos mirarán y retratarán como individuos e integrantes de una ciudad.

La de mañana será una jornada importante en la historia reciente de Málaga. Pinacotecas como el Museo Picasso Málaga, el Museo Ruso, el Centre Pompidou Málaga y el Museo Carmen Thyssen han hecho que muchos, muchísimos malagueños se sientan más ligeros de complejos y cargados de experiencias, han motivado una cierta reconciliación de una parte ciudadana que se sentía algo alejada de su propio paisaje y, de paso, han conseguido que entre todos concibamos la cultura como algo que va mucho más allá del talento y de la expresión artística, que es también identidad, marca registrada y motor económico. Ahora toca demostrar nuestro compromiso con todo ello.

Qué buena idea que todos juntos, al margen de instituciones (a veces tan ensimismadas), hayan decidido comenzar de nuevo tras este tremendo parón, de la mano y ofreciendo por tanto un mensaje tan optimista como posible: «Habrá muchos proyectos que no tendrán futuro, lamentablemente, y otros que si son capaces de adaptarse, saldrán adelante. Sobre todo, los que tengan la capacidad y la generosidad de asociarse», comentó a este periódico hace unas semanas José Lebrero, máximo responsable del Picasso. Y tiene razón.

Si de algo debe servir la crisis del coronavirus es para que nos demos cuenta de cómo medir exactamente el valor y el éxito de un museo. Suele hacerse exclusivamente a través de un indicador: la taquilla, la venta de entradas, la cantidad de gente que ha cruzado sus puertas. Evidentemente, este año, sin turistas, todas las pinacotecas ofrecerán unas cifras de visitas muy inferiores a las de anteriores temporadas; será una oportunidad inmejorable para cambiar el paradigma, nuestro modelo de percepción de las cosas: los museos deben valorar más la calidad de sus visitas que las cifras de asistentes y convertirse en lugares de paseo, piensan María Acaso, jefa de Educación del Museo Reina Sofía y Alberto Nanclares, profesor de la Escuela Superior Técnica de Arquitectura de Madrid.

Así, Nanclares defiende la conversión de la pinacoteca en un lugar «más basado en el crecimiento personal que en la recepción de datos», y Acaso anticipa que «la visita ligada al turismo de dos horas tendrá que modificarse y trabajar más por proyectos». Pero pasar de lo cuantitativo a lo cualitativo exige varias cosas: ofrecer formatos más innovadores y duraderos, contar con un público curioso y abierto y, sobre todo, con la complicidad de los políticos, los representantes de las instituciones que financian estas aventuras artísticas y que suelen limitar el concepto de éxito y fracaso de un museo al número de tickets despachados.

«El coronavirus nos debe llevar a pensar si lo que ofrecen los museos es un bien de primera necesidad o sólo un producto más para el ocio y el turismo propios de sociedades opulentas». Lo dijo hace unas semanas Lebrero. Y añado: también nos debe llevar a pensar si lo que ofrecen interesa a sus vecinos, a los ciudadanos que sufragan con sus impuestos estas iniciativas que, a veces, casi siempre por prejuicios, pereza e ignorancia, siente lejanas.

Mañana tendremos la respuesta en la reacción de la ciudadanía malagueña ante la reapertura de los centros artísticos; sabremos si del mismo modo que el arte nos hace no sé si mejores pero sí más personas, los museos hacen a las ciudades más ciudades. Ojalá muchas colas en todos y cada uno de los museos malagueños para que esas obras artísticas, algunas más maestras que otras, estén orgullosas de quienes las contemplen y sepan que en estos dos meses de soledad y silencio han sido eso, simplemente un parón ya pasado. A partir de hoy, entre todos, los que acudan y los que no, pintaremos, esculpiremos, creamos nuestro autorretrato como ciudad, de sus realidades y aspiraciones, de sus preocupaciones y de su futuro, de su fuerza y de su confianza en su identidad.