La desescalada cultural en Málaga tuvo en la jornada del martes su primer gran aldabonazo: reabrieron los museos de la denominada ciudad de los museos. Y algunos lo hicieron con un atractivo estimulante; por ejemplo, el Museo Ruso se ha desconfinado estrenando dos temporales de lo más apetitosas: por un lado, ofrece una completísima colección de carteles de cine mudo soviético, en una reivindicación de cómo se puede fabricar arte mayor desde la creación aplicada y vinculada al marketing; y por otro, dedica una de sus salas a uno de los grandes poetas fílmicos, Andrei Tarkovsky, en cuya vida y obra ahonda a través de fotografías y hasta lienzos propios.

Mucho del mejor arte soviético se encuentra en formatos más bien artesanales. Afiches, posters y artículos de propaganda política fueron campo de implementación de los postulados de la creación vanguardista y también probetas para el ensayo de novedosos ángulos artísticos. En este sentido, el centenar largo de carteles exhibidos estos días en el Museo Ruso dentro de Rompiendo el silencio. El cine mudo en Rusia sirve para comprobar cómo, a diferencia del Hollywood de la época, se optó por promocionar los filmes del momento a través de la innovación y la creatividad en lugar de empleando el marketing de las celebridades y las estrellas de la época. Y siempre sin desatender el objetivo de un poster: llamar la atención y conducir a la compra.

Los hermanos Vladimir y Gueorgui Stenberg, Anton Lavinski, Mijaíl Veksler y Nikolái Prusakov son algunas de las mayúsculas firmas de este arte en minúsculas; cada una con sus particularidades y aproximaciones, pero todas brindando obras de valor autónomo al de las películas que vendían. No, sus contribuciones artísticas no son comparables a las de Serguéi Eisenstein, Vsevolod Pudovkin y Dziga Vertov, los grandes revolucionarios soviéticos del arte de los fotogramas, pero sus trabajos gráficos, de tremenda potencia simbólica y expresivo cromatismo (a veces tiene uno la sensación de estar contemplando viñetas de cómics experimentales), justifican de sobra la operación de rescate de la pinacoteca de Tabacalera.

Tarkovsky

«Un libro leído por mil personas diferentes son mil libros diferentes». Lo dijo Andrei Tarkovsky, uno de los grandes realizadores y pensadores cinematográficos de la historia, el autor de obras maestras absolutas como Nostalgia, Solaris o Stalker, meditaciones sobre el lugar del ser humano ante lo desconocido. Andrei Tarkovsky. Maestro del espacio reúne más de un centenar de piezas entre los fotogramas de sus películas e imágenes reveladoras de sus trabajos, fotografías del proceso de rodaje y lienzos realizados por él mismo. Un completo stock para conocer más y mejor a un maestro de las imágenes y las palabras, más piezas para un puzzle que no debe ser jamás resuelto.

Pretenden los responsables del Museo Ruso mirar a Tarkovsky más como un artista plástico que como un director de cine. En realidad, a nadie se le ocurriría denominar pelis a las cintas del de Zavrazhie (quien, recordemos, tituló uno de sus libros más reveladores Esculpiendo en el tiempo). Las paredes de la pinacoteca muestran imágenes de sus películas (La infancia de Iván, Andrei Rublev, Solaris, El espejo, Stalker, Nostalgia y Sacrificio) y fotografías tomadas durante los rodajes, en las que se ve cómo Tarkovsky ejerce un control absoluto del trabajo, creando una atmósfera única que envolvía a todos los que participaban en ese proceso creativo. Instantáneas en las que se puede contemplar a un hombre en la titánica tarea de su vida, definida así por el propio autor cinematográfico: «El artista existe porque el mundo no es perfecto. El arte sería inútil si el mundo fuera perfecto; el ser humano no buscaría la armonía, simplemente viviría en ella. El arte nace de un mundo mal diseñado».

Una parte especial de Andrei Tarkovsky. Maestro del espacio la ocupan las obras pictóricas elaboradas por el propio director, piezas en las que se percibe la capacidad que tenía para organizar el espacio más allá del set de rodaje.