El inagotable laberinto picassiano está poblado por múltiples personajes, principales y secundarios, que ofrecen visiones a veces radicalmente opuestas del pintor malagueño. Una de sus nietas, Marina, milita en el bando de los descendientes nada complacientes con el mito. Lleva años empeñada en deshacerse de la herencia que le correspondió del genio de La Merced para matar simbólicamente al yayo; este junio culminará su aventura con una pantagruélica subasta online, a través de Sotheby’s, de un impresionante stock de lienzos, grabados y fotografías (algunas piezas están valoradas en medio millón de dólares).

Hija de Paulo, el primogénito de Pablo Picasso (con la bailarina rusa Olga Khokhlova), Marina no ha ocultado los ángulos más pesadillescos de una infancia marcada por la ruina económica y familiar. En su tremenda autobiografía Picasso, mi abuelo recordó las veces en que ella y su hermano Pablito acompañaban al padre, un alcohólico aspirante a motorista que sentía auténtico pavor por el pintor, a las puertas de su mansión; allí tenían que esperar horas para que les atendiera, si es que lo hacía, porque la mayoría de las veces solía estar en su estudio o en cualquier otro compromiso inamovible. Pablito se terminó suicidando un día después de la muerte del artista, en 1973: al parecer, fue su manera de vengarse de Jacqueline Roque, la viuda, quien le prohibió velar el cuerpo del abuelo. El nieto no murió al instante, no: Marina le acompañó en su lenta agonía, de más de tres meses; además, tuvo que pedir dinero a amigos y familiares para poder costear el entierro. Porque ellos eran Picasso pero pobres de solemnidad. Conocida es una frase atribuida a Émilienne Lotte, la madre de Marina (y también conocida por sus problemas psiquiátricos y con la bebida): «Ya veis, con toda su fortuna, ese cerdo [Pablo Picasso] siempre nos tiene sin blanca».

Recuerdo doloroso

Para nosotros ver una obra de Picasso supone una experiencia puramente artística; para Marina, su nieta, un recuerdo doloroso, revivir las heridas emocionales de la extrema indiferencia, dice, con la que siempre la trató el autor del Guernica. «Nadie en mi familia pudo escapar a su total dominio. Necesitaba sangre para firmar cada una de sus pinturas. He pasado toda mi vida tratando de escapar de la miseria creada por Picasso, un ser egocéntrico y despótico», aseguró hace años en una entrevista. Desde hace décadas, eso sí, gracias a la herencia recibida del yayo, Marina disfruta de una de las grandes fortunas de Suiza, donde reside, cifrada en torno a los 2.000 millones de francos.

Aún así, dice, sigue huyendo de esa sombra. Y siempre lo ha hecho deshaciéndose parte de las propiedades recibidas tras la muerte del genio (especialmente la gran villa de Cannes La Californie) y del stock artístico, piezas de importancia que va despachado de tanto en tanto (hace tres años, por ejemplo, logró colocar Personnages dans une ville du midi, una acuarela sobre papel de Pablo Picasso, por 372.500 dólares). A partir del próximo 8 de junio volverá a perseguir al mejor postor: Sotheby’s ofrecerá más de sesenta obras del malagueño de la colección de su nieta, piezas que irán desde los 440 hasta los 444.000 euros. Las obras a subasta se exhibirán además al público, «con debidas medidas de restricción y seguridad» por la pandemia, entre el 15 y el 18 de junio, aseguran desde la casa de pujas.

Entre los objetos a subasta, figuran incluso una palette del genio de 1961, Oil on card, cuyo precio oscilará entre los 4.427 y los 6.648 euros. También se pondrá a disposición Nu (1972), el dibujo en tinta negra de una figura femenina desnuda, inspirada en Roque, cuyo precio de salida ronda los 200.000 dólares.