Cada año, la celebración del Día del Orgullo LGTBI sirve para rescatar historias de hombres y mujeres que han estado a la vanguardia social, jugándose el tipo en busca de la igualdad y el respeto. La editorial Casiopea acaba de lanzar Damas de Manhattan: las mujeres que forjaron la historia de Nueva York, un volumen en el que Pilar Tejera reúne la vida de «30 mujeres sorprendentes»; figuras como Emily Warren, que se encargó de dirigir a cientos de obreros para rematar las obras del puente de Brooklyn tras el fallecimiento de su marido, el arquitecto del proyecto; o Margaret Corbin, que defendió a cañonazos la Gran Manzana del asedio de los británicos. Entre ellas, la malagueña Victoria Kent, una exiliada republicana que protagonizó una de los grandes amores homosexuales de la época junto a Louise Crane, una rica heredera de Massachussetts.

Que Kent fue una pionera genuina, valiente y singular es bien sabido por todos: da cuenta de sus capacidad y empeño el hecho de ser la primera mujer en colegiarse en el Colegio de Abogados de Madrid y en ejercer como letrada ante un tribunal militar, además de regir la Dirección General de Prisiones durante la II República (diseñando una honda reforma del sistema penitenciario). Baste este testimonio en primera persona para captar el carácter insobornable de esta mujer moderna y humanísima: «Yo conocí como los presos dormían con cadenas en los pies. Decidí las cadenas y grilletes instalados en las prisiones de los hombres. Pues bien, esos hierros los mandé llevar a Madrid y fueron fundidos con otros metales en un busto de Concepción Arenal», escribió. En su vida privada tampoco se plegó a las obligaciones a las que la sociedad sometía a las mujeres de la época.

Tejera recupera en Damas de Manhattan la relación entre Victoria Kent (1891-1987) y Louise Crane (1913-1997), quince años menor que ella, perteneciente a una familia millonaria y de rancio abolengo (su padre, miembro de la familia propietaria de Crane Paper Company, que abastece al tesoro americano para la fabricación del papel moneda; su mader, cofundadora del Museo de Arte Moderno de Nueva York). «Procedían de mundos distintos, eran como agua y aceite, pero desde que se conocieron nunca más se separaron y marcaron tendencia cultural y política en el Nueva York de principios de siglo», dice la autora del libro.

Gestapo

Se conocieron en Nueva York, ciudad a la que Kent, siempre fiel a los ideales republicanos, fue a parar tras exiliarse en París y México en una huida eterna del franquismo (que ordenó su captura y pidió ayuda a la Gestapo). Y allí levantaron una relación avanzada a su tiempo (no residían bajo el mismo techo) que sólo zanjó la muerte de la malagueña (en 1987) y que fue mucho más allá de lo sentimental: Crane financió la revista Iberia por la Libertad, editada en inglés y castellano y que pretendía actuar como órgano de información del exilio español en los Estados Unidos y para dar a conocer internacionalmente la verdadera situación del país bajo el yugo del dictador. Además, en el salón del estupendo apartamento de la neoyorquina en la Quinta Avenida se organizaron reuniones cuya lista de invitados elaboraba el Departamento de Estado con el objetivo de combatir el franquismo. Esa Nueva York cosmopolita, curiosa, a la vanguardia y abierta le debe mucho a esas reuniones.

Carmen La Guardia, en Un exilio compartido, ya desveló la historia de amor (hasta entonces se hablaba de amistad), complicidad, compromiso y respeto entre estas dos mujeres a lo largo de 37 años. Cuentan que en su testamento Victoria Kent mencionó a «Luisa», la persona «más importante» de su vida. El volumen de Pilar Tejera contribuirá a reivindicar el legado de Victoria Kent, dolorosamente silenciado en su propio país (como el de tantos exiliados republicanos), y a conocer una historia de amor entre dos mujeres que trabaron un proyecto conjunto que fue mucho más allá del amor. «Lo humano, que es tan grande como el universo y tan pequeño como sus componentes», como dejó escrito la malagueña.