Ante una sacudida como la del Covid-19, corresponde apelar a la imaginación, el trabajo y la poesía. Así responde Loquillo a la pandemia del coronavirus, con una propuesta, La vida por delante, en la que retoma la alianza con Gabriel Sopeña invocando el álbum del mismo título que ambos cocinaron en 1994. Loquillo poético, de cadencia más pausada, que hoy se presenta en el Marenostrum Castle Park de Fuengirola

Es una sorpresa verle recuperando su alianza con Gabriel Sopeña. ¿Era algo que ya tenía en mente antes de la pandemia o ha venido determinado por la nueva situación?

A quince días de empezar la gira El último clásico, mi último álbum de rock español, tuvimos que reinventarnos y trabajar para el día después. Durante la preparación de la gira, mi intención era grabar con Gabriel Sopeña nuestra nueva entrega poética. Esta vez, dedicada a Julio Martínez Mesanza y a su poemario Europa. Como tampoco había posibilidad de grabar, ya sabes, cuando mengua la fortuna, el ingenio debe ocupar ese espacio... ¡No es mío, es de Churchill! Era el momento para dar lo mejor de nosotros mismos. En la peor situación y en el peor momento para la industria: la poesía era la respuesta.

El tándem con Sopeña nos retrotrae a La vida por delante (1994), su primer acercamiento integral al mundo de los poetas. ¿Qué representa ese disco en su carrera?

La vida por delante fue, quizás, el álbum más importante a nivel personal. Era la primera vez que rompía con los Trogloditas. Con un lenguaje diferente, otro escenario, los teatros, y recuperando una tradición que era casi la némesis de mi generación. Es como cuando Bob Dylan se electrificó. El impacto que supuso ese álbum, que alcanzó el Disco de Platino, sentó las bases del personaje de Loquillo contemporáneo.

Sopeña fue también el cómplice en Con elegancia (1998) y en otros dos trabajos, la banda sonora Mujeres en pie de guerra (2005, aquí con textos suyos) y Su nombre era el de todas las mujeres (2011, poemas de Luis Alberto de Cuenca). ¿Ve estos cuatro álbumes como una secuencia con su lógica interna?

Cuando nos unimos Gabriel y yo con la canción Brillar y brillar para el disco Hombres, en 1991, yo ya sabía que aquello iba a representar un antes y un después. Si Sabino [Méndez] fue la persona que mejor supo reflejar a Loquillo en los 80, Gabriel Sopeña fue el que me despojó del personaje adolescente y me vistió del artista que soy ahora. Estos álbumes forman parte de todo un proyecto vital. Y musicar a Manuel Machado es un asunto pendiente.

El mensaje de estos conciertos, ¿es que la poesía es «el arma cargada de futuro» de Celaya, el refugio intelectual para tiempos en que todo se mueve?

La cultura ha sido la gasolina del confinamiento, y la música, su banda sonora. Tenemos que fajar la recesión de la industria musical a base de esfuerzo y trabajo, y con lo que nosotros llamamos economía de guerra. La poesía ahora significa resistencia, actitud, orgullo y solidaridad. Somos lo que defendemos.

Hace tiempo que da a entender que es un artista que viene de otra era, del siglo XX, la edad del rock'n'roll... ¿Tiene la sensación de que con el virus se aceleran los tempos?

Te contesto con El último clásico: «En un mundo posmoderno / no han dejado nada eterno / En un mundo de apariencias / necesitas referencias». Bienvenido al siglo XXI, amigo. Yo he crecido con los clásicos. El rock and roll ha sido la expresión cultural más influyente del final del siglo XX. Por otro lado, he tenido la suerte de crecer en una ciudad con influencia de la cultura francesa. Nunca entendí cómo, en mi ciudad, los cantautores y las bandas de rock eran antagónicos. Para mí, Serrat y Los Sírex son igual de importantes. Yves Montand fue para mí una referencia, como lo fue Elvis. He sido telonero de los Stones y The Who, y he cantado con Johnny Hallyday. Era lógico que terminara creando un personaje, contradictorio para muchos, pero coherente para mí.

¿Cómo ha vivido el confinamiento? ¿Época de recogimiento interior, creativa, indignada, resignada, atenta a las teorías de la conspiración...?

Me puse a trabajar para el día después, leyendo a los clásicos, desde Virgilio a Séneca, pasando por Baltasar Gracián y Cioran. He repasado todo el cine europeo de los 70. También he estado trabajando con Igor Paskual, Luis Alberto de Cuenca, Jaime Stinus, Gabriel Sopeña y Nacho Canut. He retomado canciones que quedaron sin terminar de las sesiones de El último clásico, y he revisado la biografía que está realizando Felipe Cabrerizo. Yo soy un chico del Clot y me han educado con los valores del trabajo y la superación personal. No tengo tiempo para tontadas de teorías conspirativas. Tengo cosas más importantes que hacer, como pagar una hipoteca y mantener los puestos de trabajo de todo mi equipo.

Se ha dicho que de la pandemia saldrá una humanidad mejor, aunque en el debate público y en las redes campa la crispación. ¿Qué sensaciones tiene?

El discurso del odio va unido siempre al de la ignorancia. Por eso hay que contrarrestarlo con la solidaridad, la cultura y la educación. No utilizo personalmente las redes sociales, hablo a través de un Nokia y me gusta decir las cosas a la cara.