Librepensador. Observador de la vida. Percusionista del Kanka y amo de casa. Todo esto define a Juanín Rubio o El Manín, el cantautor malagueño. Su energía, tanto encima como fuera del escenario, contagia a cualquiera. A pesar de que el distanciamiento social es un obligación, el buen rollismo de Manín debería contagiarse a muchas personas.

«Los músicos, como trabajamos los findes, pues entre semana no hacemos nada, por eso soy amo de casa además, se me da bastante bien y es muy relajante», bromea. Al Charles Chaplin de la música, como lo definió su compañero de la industria y fiel amigo, El Kanka, nunca tuvo pretensiones de artista, aunque ha estado rodeado de ellos casi 15 años: «Yo quería ser historiador, lo que pasa que siempre se me ha dado bien aporrear cosas y hacer ritmos». Y su don le ha llevado a tocar y acompañar a artistas como Rozalén o El Kanka, del que es percusionista: «El Kanka y yo formamos una banda y nos recorrimos España veinte veces en autobús porque éramos pobres. Eso es lo bonito de empezar desde cero que arañas anécdotas y momentos», recuerda.

Su primer disco, La Vida Esta, le ha iniciado en esto de la industria como cantante, aunque Juanín es aún reacio a tener esa fama de cantante: «Yo no quiero este tipo de fama vacua que tienen los cantantes, no sirve para nada y a mí no me interesan los followers, me interesa quedarme», afirma.

Al malagueño no le hace falta nada para crear música, solo su inseparable cajón. Pero su nueva faceta como cantautor no lo aleja de la de percusionista: «Ser cantante y percusionista es algo que se puede compaginar, mi proyecto es modesto y pequeño, yo he estado 15 años trabajando junto al Kanka y no me planteo dejarlo».

Como a millones de personas la pandemia ha trastocado la vida de muchos y Manin es uno de ellos: «A mí la pandemia me ha cambiado la vida», asegura. «La cosa está chunga: estoy en paro, tía», dice. Pero aún así su sonrisa no se va. La intención era recorrer, junto al Kanka, escenarios nacionales e internacionales pero la pandemia ha cancelado todos los planes: «Iba a ser un año muy bueno, íbamos a hacer muchos festivales; íbamos a volver a Latinoamérica. Teníamos muchas cosas y todo eso se ha caído», lamenta.

Durante el confinamiento, muchos artistas como él, se han dedicado a componer pero Manin ha optado por hacer otras cosas: «Yo me autoinspiro, así nunca me hace falta inspiración pero a veces sí ganas. La mente y el cuerpo no estaban para eso. He compuesto dos canciones y una era a un amigo mío que murió durante la pandemia».

Su primer álbum está lleno de canciones reivindicativas, sus letras se mojan en temas que muchos evitan. «Mis canciones son muy reales», dice. Uno de sus temas favoritos, Adoquines, habla sobre un día a día en Madrid: «Cogí lápiz y papel y apunte lo que veía. Adoquines trata de la vida en la calle y la gente que lucha cada día en ella».

Ahora sus conciertos se han trasladado a nivel local, pero Manin siempre encuentra una pizca de positividad y ahora su plan B es ser profesor de cajón, conga y bongo: «Hace tres semanas monté una escuela en el polígono de la Azucarera, tengo a cinco, seis alumnos».