Sí, parece mentira, pero la semana que viene, el lunes, Antonio Banderas será sexagenario, entrará en esa década que, equivocadamente, por clichés y lugares comunes, solemos asociar a la jubilación, a la amortización profesional. Sin embargo, el malagueño soplará las velas de su 60 cumpleaños en una particular cúspide personal y laboral, la de su ático en la calle Alcazabilla, una metáfora perfecta de su momento vital: está arriba, junto a los suyos, cerca del cielo pero sin perder de vista ni la tierra, ni su tierra.

Sesenta años de vida disfrutada, sudada y apurada al máximo. «Soy una persona muy vehemente, muy apasionada y a la que le encanta la aventura. Dicho de otra manera, soy un hombre al que le gusta con pasión la vida», escribió para la revista ¡Hola! hace unos años. «A veces miro para atrás y me parece que el tiempo ha pasado a una velocidad increíble. Mis amigos, que son mi termómetro, me dicen que sigo siendo el mismo, con algunas tonterías y canas más», relató a La Opinión de Málaga hace tiempo. Y tanto que ha pasado rápido, porque han pasado muchas cosas. De Málaga a Hollywood, de Hollywood a Málaga.

Quienes conocen a Antonio aseguran que queda mucho de aquel niño que se hacía las piardas en el Puerto de Málaga y que se sentaba en las butacas del Cine Echegaray, su particular «cinema paraíso, que olía a una extraña mezcla entre lejía, caramelo y madera vieja», para unas matinales cinematográficas que determinarían su futuro. Banderas lo recuerda a la perfección, porque tiene una memoria portentosa; si no, se lo recordará su ciudad, con la que convive desde hace ya varios años, en esa residencia desde la que ve perfectamente ese Teatro Romano en el que actuó. «Me acuerdo de estar vestido de romano, con el casco y el plumero, en un Vespino hasta el Teatro Romano de Málaga para interpretar a Marco Antonio en el Julio César de Shakespeare... Es muy gracioso ahora, pero entonces no era tan gracioso». Eran los tiempos del Teatro ARA, de Ángeles Rubio-Argüelles, junto a la que aprendió la más importante lección: «No tener nada excepto ilusiones y ganas, muchas ganas». Allí comprendió que tenía que luchar por su sueño: «Si no hubiera sido actor habría sido director; si no, ayudante de dirección; si no, maquillador; si no, habría llevado los cafés...».

Luego empezaría la leyenda de ese joven que se fue a Madrid prácticamente con lo puesto -jamás deshacía el equipaje de su maleta porque era un nómada de pensiones: llegó a pasar por nueve, y de todas le echaron- para escribir su propia historia; una peripecia que se repasa como un libro casi de ficción, inventado, porque resulta una vida casi imposible de imaginar: Banderas encontrándose, desencontrándose y reencontrándose con Pedro Almodóvar, Banderas aprendiéndose fonéticamente sus parlamentos de Los reyes del mambo porque no sabía ni papa de inglés, Banderas recibiendo las propuestas sensuales de Madonna, Banderas estrenando por todo lo alto en Broadway, Banderas presentando, cantando y siendo candidato a los Oscar, Banderas rodando a las órdenes de Woody Allen, Jonathan Demme, Alan Parker y Steven Soderbergh, Banderas abriendo su propio teatro en su propia ciudad... Una vida de vidas la de Antonio.

Muchos pensaban que cuando sufrió un infarto el actor y director iba a parar, acompasar su frenético ritmo de trabajo. Él mismo así lo quiso creer durante, calculamos, tres segundos y medio. Pronto se dio cuenta de que su gran característica es la voracidad, el hambre con la que afronta la vida y el arte. «Me di cuenta de que no quería ser un muerto en vida», concluyó. Y hala, de vuelta al tajo: desde entonces ha abierto el Teatro del Soho CaixaBank, ha protagonizado la película por la que muchos recordarán su carrera (Dolor y gloria, con Palma en Cannes y candidatura al Oscar incluida) y preparándose para un nuevo reto, presentar los Goya malagueños del año que viene desde su casa, desde sus tablas de la calle Córdoba.

Secreto

«El secreto es tener paciencia y poner atención a los detalles. Yo no he tenido punto de referencia ni tampoco grandes personalidades que me pudieran ayudar. Todo lo he hecho muy solo, pero muy poquito a poco, creyéndome mucho a mí mismo, presentándome a muchísimas pruebas; he tenido que comer mucha mierda de vez en cuando, pero al final, poquito a poquito las cosas se fueron centrando», contó a este periódico preguntado por su fórmula personal del éxito.

Han llegado para quedarse las arrugas (dice que las acepta, y que siempre ha rechazado las sugerenciasde retoquitos de expertos en estética) y también el miedo a «lo peor de envejecer»: «El momento en el que tu cuerpo no pueda hacer lo que tu mente quiere. Entonces, Houston, tendremos un problema», ha dicho en alguna ocasión. Así que este hipocondriaco confeso se atiborra de te chino y hace yoga y corre religiosamente para que la edad siga siendo un número. Todo eso está muy bien, Antonio, pero ya sabe que su secreto es su apetito por la vida. No se sacie. Felicidades anticipadas.