Lejos, muy lejos queda aquella realidad de febrero pasado cuando Perry So cerraba el abono siete de la OFM con el 'Bolero' de Ravel y nadie vaticinaba la realidad, o mejor dicho el limbo que durante meses enterró la actividad musical no sólo en el plano local sino mundial. El miedo a lo desconocido, al abismo incierto que un puñado de jóvenes atriles fue capaz de fulminar en la tarde de ayer de la mano de la batuta de Pablo Heras-Casado. Un mal sueño que tocaba a su fin. El gran repertorio se hizo con el escenario del Cervantes, con todos sus defectos, pero radiante de esa esencia europea tan presente y tan discreta siempre que nos conecta al mundo. Europa, la vieja Europa se hizo presente para trascender nuevamente sus horizontes y reafirmar sobre pautado esa identidad común que es precisamente la que finalmente devuelva la luz.

La European Union Youth Orchestra se presentaba por primera vez en Málaga con un programa en constante diálogo no sólo a través del tiempo sino también en los estilos y las escuelas. El ejemplo de cómo la música puede rozar las emociones más ocultas al enfrentar la música circunstancial de Purcell, de hace cuatro siglos, con el Copland de la New Deal de los años cuarenta pasados transformando completamente su sentido y discurso. Esa es la música, la que late por todos. Cámara para la 'Música para el funeral de la reina Mary' y ensemble en la 'Fanfarria para el hombre común' destacaron los equilibrios y empastes de las secciones de maderas y metales del proyecto EUYO.

Programa sin solución de continuidad que puso la mirada en el Stravinsky de las vanguardias de la mano de las pequeñas Suites orquestales, sin duda uno de los platos fuertes del concierto dada su atrevida inclinación solista que no empaña la variedad de estilos, formas y agrupaciones en el que no podía faltar el inconfundible humor del compositor. Momento de lucimiento de los atriles dominado por los constantes cambios tonales y dinámicos que Heras-Casado conoce y destila distinguiendo su batuta del maltratado repertorio del veinte que subraya, como no podía ser de otra forma, la idea de sin fin del repertorio de todos los tiempos. Algo que destierra la idea de espacios estancos y abre grandes ventanales al Arte. Sólo así podía entenderse el programa pasado.

Y finalmente Beethoven, el Beethoven que para las generaciones del Covid nunca volverá a ser el mismo porque bajó del pedestal de la Academia para devolvernos el sentido del hombre entre tanto joven talento. La alargada sombra beethoveniana iluminó desde la oscuridad del allegro con brio, resuelto con energía y dinámica ágil, hasta ese tránsito brillante y mítico del allegro de cierre donde todo vuelve a tener sentido especialmente la capacidad de sobreponernos a lo incierto. Concierto con intención, brillante y eléctrico, impecable.