Todo lo que conlleva preparar un concierto desde su idea artística inicial hasta el aplauso final del espectador conlleva una labor intensa en la que la posibilidad de cancelación es otra de las variables que pueden dar al traste a un proyecto. Pues bien el último programa de la JOBA, del pasado viernes, en La Malagueta rozó esta semana esa posibilidad a vueltas con las nuevas restricciones de los aforos. Finalmente no ocurrió por pura convicción de los organizadores (la OFM) y el no escaso apoyo del primer edil. Con estos mimbres la JOBA, finamente, convirtió al coso malagueño en una improvisada Santa Maria della Pietà para acoger el monográfico Vivaldi bajo las órdenes del maestro y concertino Barry Sargent.

El proyecto formativo de la JOBA es hoy una realidad asentada y ello ha beneficiado especialmente en el alto valor técnico de los atriles que conforman la quinta promoción del conjunto barroco. Desde aquella última interpretación en el Seminario hace ya varias temporadas no volvían a los atriles del joven conjunto barroco la universal página del Petre Rosso, Las cuatro estaciones. Una obra que volvió del pasado a mediados del siglo pasado de la mano de la Sinfónica de Stuttgart.

Lectura en perspectiva incisiva, provocativa y evocadora la desarrollada por el arco de Barry Sargent, concertino de la Orquesta Barroca de Sevilla en la que no faltó la necesaria y menos brillante colaboración de los violines primeros de Juan Utrera y Fernando Jurado quienes aportaron el aliento necesario para los diálogos entre cuerdas y solista. Daba la sensación que el peso de la responsabilidad de un programa como éste se transformó desde el comienzo del concierto más que en una valoración de resultados en pura creación artística de altísima solvencia en la que destacó especialmente la idea de unidad formal de los cuatro conciertos que conforman Las estaciones.

El allegro de apertura de la Primavera desveló la dinámica contrastante que desarrollarían concertino y cuerdas a lo largo de la interpretación y convirtiendo los tiempos centrales en delicados momentos líricos evidenciando las decisivas influencias que introduce Vivaldi del mundo de la lírica en contraposición de los tiempos extremos donde el virtuosismo técnico puso a prueba el resultado de la agilidad y el ataque del conjunto. Así, momentos como el presto final del verano o el allegro non tropo del invierno se erigieron como ejemplos magistrales de diálogo, discurso musical y por supuesto talento de los atriles.

Pero el programa comenzó con el concerto grosso nº2 para dos violines, violonchelo y cuerdas que comparte la misma tonalidad que el Magnificat vivaldiano, sol menor, donde los violines de Irene Hernanz y Ana Rosa Dávila junto al cello de Antonio Dorado y el irrenunciable clave de Carmen Jurado, feliz descubrimiento del encuentro, destilaron una lectura donde destacó el sentido arcaizante, evocación de los antiguos maestros, pero también contrastada en los cuatro tiempos que articulan la página.

Programa, en pocas palabras, exigente para el conjunto y todo un regalo para los muchos aficionados que pudieron asistir a este último encuentro de la Joven Orquesta Barroca de Andalucía.