El sector de la cultura en vivo se encuentra en una situación más que complicada; la pandemia y las restricciones impuestas por las autoridades lo han situado al borde del abismo. Por eso, y por primera vez, el mundo del espectáculo se ha unido para activar su alerta roja y pedir a las administraciones soluciones urgentes. Lo harán hoy a través de una protesta simultánea en 28 ciudades españolas, entre ellas Málaga. «Será una manifestación silenciosa, que comenzará a las 18.30 en la plaza de la Marina y llegará hasta la plaza de la Merced», avanza Paco Lo, coordinador local de la iniciativa.

La manifestación, organizada por la plataforma Alerta Roja y MUTE (Movilización Unida de Trabajadores y Trabajadoras del Espectáculo), reclama un rescate urgente para uno de los colectivos más perjudicados por el coronavirus. La movilización pretende visibilizar una situación límite y exigir la reactivación inmediata de las agendas culturales y de eventos, cumpliendo con las medidas de seguridad higiénico-sanitarias, la prórroga del cese de actividad de los trabajadores, entre otros puntos.

«Somos conscientes de la realidad sanitaria y de la necesidad de la aplicación de unas normas que protegen la salud de todos, pero también es necesario el compromiso de las administraciones con el sector cultural, para favorecer su sostenimiento y desarrollo, para facilitar su reactivación», dice Juan Antonio Vigar, gerente del Teatro Cervantes y director del Festival de Málaga. «Los espacios culturales no han generado en estos meses ningún tipo de problemática ni contagio», sostiene Vigar. La propia cita cinematográfica que capitanea, el primer gran acto cultural tras la pandemia, es el ejemplo más claro de ello.

En Málaga, las salas de conciertos y espectáculos escénicos siguen cerradas. La Cochera Cabaret es de las pocas que ha reabierto sus puertas. El actor Salva Reina, su máximo responsable, asegura que las severas restricciones en los aforos impuestas en estos espacios están impidiendo el desarrollo de la programación. «Muchas compañías directamente están anulando eventos porque las ganancias así son imposibles», dice. Tanto él como los empleados de la sala participarán en el movimiento del 17S, un acto que califica como «necesario». «No entiendo las distintas varas de medir: en los transportes y bares están las personas casi apiñadas, mientras nosotros sí respetamos las medidas pero no se nos deja abrir con normalidad», recalca Reina.

En su misma línea se manifiesta Eduardo Pérez, responsable de comunicación de la sala París 15, que asegura que el sector está «abandonado y criminalizado por las autoridades»: «Aquí sólo interesan los toros y el fútbol, la cultura no», declara.

Tanto él como los 50 trabajadores de la sala celebrarán el décimo aniversario de ésta aún cerrados: «Estamos en una situación precaria. Somos una sala con capacidad para 3.000 personas, podemos poner mesas y sillas con suficiente distancia, pero no podemos porque se nos tilda de discoteca, cuando solo somos una sala de conciertos», afirma.

Jesús Vez, encargado de The Hall, ha sido de los pocos que ha podido seguir abierto a pesar de las restricciones; su sala tiene capacidad para 200 personas pero desde el 12 de julio solo admite a 80: «Yo no abro con expectativas económicas; de hecho desde que reabrí solo tengo pérdidas», asegura con resignación. A pesar de que no estará en la manifestación, apoya y se solidariza con el movimiento: «El problema está en que somos un mundo minoritario, discriminado y demonizado por los políticos». Desde antes de las restricciones, The Hall cerraba a las 12 de la noche y ahora lo hace por imposición: «Abrimos con distancias de seguridad, geles y obviamente la obligatoriedad de usar mascarilla».

Desde la sala La Trinchera también se unen a «cualquier reivindicación en favor de la cultura,en especial de la música en directo, a la que parece que las administraciones no quieren considerar cultura», dice su encargado, José María Ochoa. Con las nuevas restricciones, la sala se ha visto obligada a cerrar. «Que nos impongan las restricciones y medidas necesarias y coherentes; al menos que se nos dé una oportunidad», dice. Y visualiza el futuro con pocas esperanzas para su sector, que según él «sufrirá durante lo que queda de 2020 y todo 2021»: «Parece que la solución más acertada es cambiar de profesión, pero después de todo lo peleado, cuesta tirar la toalla», lamenta. Como tantos otros, confía más en la ciencia que en las autoridades, y cree que la vuelta a la normalidad pasa por «una vacuna o tratamiento efectivo contra la Covid».

El sector espera que con esta movilización se pueda salvar a un colectivo que se encuentra en la cuerda floja y que necesita ayuda para poder sobrevivir. Al menos, será un primer paso, quizás el más necesario.