Me ha dedicado el libro con esta frase: «Estos muertos están muy vivos». ¿Qué nos enseñan los muertos de Europa?

Una de las ideas que me propuse con esta novela era ahondar en el interior del concepto de Europa. Cuando llegué al centro vi que era un lugar con grandes manchas de sangre, pero también lleno de pueblos esperanzados y de una civilización en el buen sentido de la palabra. Mi intención no es didáctica, no quiero que la persona que lee Centroeuropa se convenza de nada; mi intención es que esa persona realice, mientras lee la novela, su propio viaje al interior de Europa, de su Europa. Y que se cuestione ideas y convenciones históricas que nos han sido dadas por supuestas, presentadas como válidas sin más, para remover un poco la tierra sobre la que vivimos, como hace el agricultor protagonista, Redo, con sus tierras junto al río Oder.

¿Es inevitable mancharnos a la hora de excavar, de investigar en los diferentes estratos de lo que somos?

Claro, pero no sabremos quiénes somos si no lo hacemos. Esto lo explicó bien Sigmund Freud al describir la psique humana como un terreno formado por capas superpuestas. Él decía que la parte más honda y oculta es una de las más importantes, porque esconde los traumas irresueltos y los problemas que realmente nos angustian, que se quedan ahí abajo, sin curarse. Las pastillas son un modo de evitar la bajada a los propios infiernos, pero creo que de vez en cuando conviene descender a ellos, con ayuda. La literatura es un modo de ahondar en el infierno íntimo, bastante más barata que los tratamientos psicoanalíticos o psiquiátricos, y sin más efecto secundario que una cultura más amplia. Por eso cuando presento Centroeuropa recuerdo que no es una novela histórica, sino arqueológica: excava en los estratos de lo que fuimos.

«En los Balcanes hay demasiada Historia. Es imposible moverse con esa carga a las espaldas», se lee en el libro. A veces tengo esa misma sensación con nosotros, los españoles. ¿Y usted?

La península balcánica tiene mucha más historia, para su desgracia, desde antes de la invasión otomana del siglo XV; la cuestión de oriente del XIX late en el inicio de la I Guerra Mundial del XX, nada menos. Al leer libros sobre los Balcanes, como hice para documentar mi novela Alba Cromm, los terminaba con la angustiosa impresión de que apenas cabe esperanza, de que parece una zona en incendio permanente. Creo que no son situaciones comparables. Aquí tenemos cierta homogeneidad social -dentro de las particulares diferencias y disparidades- que allí no tienen. Espero que hayamos aprendido la lección y creo que somos capaces de vivir en paz. Una paz tensa a ratos, sí, pero vivible, manejable.

Me imagino que pocas novelas hay sobre un cementerio tan optimistas como ésta o, quizás, llena de esperanza. Ese final con esa reivindicación de la identidad personal y el amor, «lejos de las expectativas de los otros, de cualquier rastro de las guerras, lejos del hielo y de la sangre», es casi utópico, ¿no cree?

No, no lo creo. Hay países en Europa que llevan muchas décadas en paz, y en los que hay generaciones enteras que han vivido y fallecido tranquilamente sin conocer más violencia que la pequeña delincuencia callejera. Eso es lo lógico, lo ilógico es lo contrario. No podemos vivir pensando que las existencias penden de un hilo, aunque eso suceda en otras partes del mundo, o sucediese en el pasado. Nuestra obligación como sociedad es procurarnos una vida decente y digna a nosotros mismos; en caso contrario, ¿para qué necesitaríamos una estructura social?

«En estas tierras azotadas por la historia, lo que encuentras nada más abrir el suelo son anchos ríos de sangre», leo en una de las primeras páginas de Centroeuropa. Me parece que es la novela que condensa y compacta sus múltiples facetas como autor, con bastante de poesía, de ensayo... ¿Es así? ¿Qué lugar cree que ocupa en su producción?

No me preocupa la categoría o adscripción de las cosas que escribo, bastante trabajo requiere llevarlas a cabo€ En lo de la poesía en Centroeuropa acierta usted, y no sabe hasta qué punto; de hecho, hay un secreto en la composición de la novela que revelaré dentro de unas semanas. La novela absorbe cualquier cosa, sí, pero su problema es ser incompatible con lo demás, por razones de tiempo: lo ocupa todo, es una labor a jornada casi completa. Por eso sólo puedo escribir novelas en las escasas temporadas que el trabajo me lo permite, cada varios años. Suena terrible, pero en realidad es positivo: cuando llegan esos momentos, sabiendo que son pocos, les dedicas la mejor idea que tienes, toda tu motivación y el mayor esfuerzo, lo que te asegura no molestar a los lectores con tus obras de menor valía, que no llegan a escribirse.

Como crítico seguido y temido, conocido y reconocido por su criterio independiente, me imagino que tendrá miedo de que algún que otro colega de gremio le esté esperando con el palo preparado...

Como diría Oscar Wilde, si mis compañeros de labor crítica son justos y sabios, no espero de ellos más que la admiración incondicional... Es broma, no lo ponga de titular, por favor. Sólo espero que los compañeros pongan el cuidado que yo pongo al reseñar libros, con eso será suficiente: si llega algún varapalo, estará debidamente justificado y podré aprender de él.