El hombre que odiaba a Paulo Coelho se publicó en 2016 y se reedita ahora para prologar el lanzamiento de la serie Nasdrovia, en la que se basa. ¿Qué tiene esta historia para que su autor no se aburra de ella después de tanto tiempo?

Tiene mucho de mi propia vida. Pero si lo pienso bien es lo mismo que te diría Melendi de su último disco; que es el más personal. Así que no creo que sea una buena respuesta. Supongo que lo que me atrae es que habla de cosas que conozco y por las que he transitado; la crisis de la mediana edad, la impresión de que estás viviendo una vida diferente a la que te hubiera gustado llevar, el miedo a morir sin haber experimentado otras cosas... Todo eso del mito de Sísifo y que estamos condenados a estar insatisfechos permanentemente, algo que Larry David simplifica con gracia en una sola frase: «Esté donde esté, quiero largarme ya». No me aburro de esta historia porque vivir con angustia es mi estilo de vida y supongo que es mejor escribir sobre ello y reírme de mí mismo que hacerme adicto al Lexatin.

Por cierto, ¿cómo se ha encontrado el libro después de los cambios a los que le sometió para hacer la serie?

Nacho Vigalondo dice que cuando te toca presentar una película ya no eres la misma persona que empezó a escribir el guión tres años atrás, que de alguna forma te toca defender ideas en las que no crees de la misma forma. En ese sentido, aunque yo no sea el mismo que en 2016, me sigue pareciendo una novela divertida, en la que me reconozco y con la me identifico. Y si encima ahora viene con un prólogo de Leonor Watling, solo puedo decir que me he encontrado un libro mucho mejor de lo que esperaba. A pesar de que hayamos añadido muchos cambios en la adaptación, las intenciones siguen intactas, lo que quieren contar la novela y la serie es prácticamente lo mismo aunque discurran por caminos diferentes. Me parecen dos versiones complementarias de las que me siento igual de orgulloso.

Dice Hugo Silva que cuando leyó el guión del primer capítulo pensó «que no había ningún referente en España, que no había algo parecido a eso» aquí. ¿A qué cree que se refiere?

Viniendo de un actor con la trayectoria de Hugo y tan dotado para la comedia como él, me parece un gran halago. Creo que se refiere a que en España no es muy habitual mezclar el thriller con la comedia, como puede ocurrir en series como Fargo, donde la vida de personas corrientes se ven de repente mezcladas con las de mafiosos y asesinos, y a medida que pasan los capítulos la situación se hace cada vez más insostenible, desesperada y... divertida. Por otro lado, Nasdrovia tiene algunas particularidades poco frecuentes aquí como que la protagonista hable a cámara derribando la cuarta pared o que la comedia no venga marcada por los chistes sino por las propias situaciones surrealistas a las que se enfrentan los personajes.

No es muy habitual que una cadena le dé el OK a la segunda temporada de una serie cuya primera temporada aún no ha emitido. ¿Dónde está el secreto?

No lo sé. No creo que haya ninguna fórmula secreta en televisión. Lo que funciona una vez, no siempre funciona cuando lo repites. Es un medio en el que se trabaja con intuición. En mi opinión, lo inusual de Nasdrovia no es que estemos trabajando en la segunda temporada sin haber estrenado la primera sino que haya habido tanta conexión con el equipo de desarrollo de Movistar, con Globomedia, con el director y con los actores. Ha sido un proceso muy fácil donde hemos podido trabajar sin prisas y eso no es tan frecuente en esta industria. Antes de rodar, hemos tenido tiempo de sobra para revisar los guiones con la cadena, con Marc Vigil, con los actores... Todo el mundo sumó para que la historia creciera y creciera y eso se refleja en el resultado. Si existe algún secreto con esta serie, para mí es la buena sintonía que ha habido con todos los departamentos. Todos teníamos muy claro cómo tenía que ser Nasdrovia y hemos hecho la serie que queríamos hacer. Aunque eso no es un secreto, es un milagro.

¿Es cierto que la writers room

Sí, es completamente cierto. Gran parte de mi vida laboral, y de la de Miguel Esteban y Luismi Pérez, los otros dos creadores de Nasdrovia, ha transcurrido en sótanos donde no veíamos la calle ni la luz del sol. Aunque parezca que te esté hablando de un taller textil clandestino en Camboya, te estoy describiendo cómo son la mayoría de redacciones de programas de televisión. Lugares cerrados con luz artificial donde pasas de media doce horas al día frente a un ordenador. Así que en cuanto se dio la oportunidad, nos apetecía escribir en sitios con luz natural y con ventanas a la calle. Y lo más parecido que encontramos fueron cafeterías. Por otro lado, escribir es una profesión solitaria que se suele desarrollar en casa y, a veces, se corre el riesgo de caer en el ensimismamiento y perder el pulso y el lenguaje de la calle. Trabajar en cafeterías hace que tengas despierto el oído, lo cual es básico para escribir diálogos naturales y, además, ayuda a estar conectado con los problemas diarios de la gente. Y encima tienen Alhambra Reserva en lugar del café insípido de máquina de las oficinas. Todo es bueno.

Parece que nuestras cadenas de televisión se toman la comedia, el humor, de una manera muy seria, con auténticos estudiosos como Daniel Castro, Diego San José... ¿Ha notado esa evolución?

No sé si nos lo tomamos más en serio, lo que tengo claro es que si tomamos más riesgos que hace unos años. Se ha perdido el miedo a jugar con los silencios, a reducir el número de chistes, a que el espectador no esté en una permanente carcajada. Incluso ha cambiado la realización. Ahora las cámaras se mueven; se ha salido del plató y se graba en la calle. Se cuidan los planos, la fotografía, se hacen travellings... Además de Dani Castro y Diego San José, me gusta mucho el trabajo de Paco León y Anna Costa. Me parece muy interesante que una comedia como Arde Madrid apueste por el blanco y negro, por la profundidad de los personajes e incluso por recrearse en escenas dramáticas. En ese mismo sentido, Capítulo 0 me parece un prodigio, con apuestas arriesgadas de guión y dirección en cada episodio. Definitivamente, la comedia más que tomarse en serio, está tomando riesgos.

¿El humor en España se ha desprendido de su gran lastre, el chiste, para poder evolucionar?

Creo que el gran lastre del que se ha desprendido la comedia es la duración. El humor tiene un tempo y un ritmo muy concreto y su duración ideal son 23-25 minutos. En España se han estado haciendo comedias de más 50 minutos hasta hace relativamente poco, lo cual desvirtuaba por completo el formato; se alargaban las tramas, se estiraban los gags... Es muy difícil hacer comedias en esas condiciones. Con la llegada de las plataformas, se le ha devuelto al género su tiempo exacto y por eso creo que tenemos la sensación de que han mejorado. Por otro lado, a mí personalmente me gustan más las comedias que no viven ancladas al chiste. Creo que los personajes ganan más cuando reaccionan con cierta naturalidad. Es decir, si están tristes o están viviendo una situación traumática, deben actuar en consonancia. Me cuesta creer que respondan con un chiste o una frase ingeniosa en situaciones límites. En la vida real, alguien que hiciera eso parecería un psicópata.

Estuvo un tiempo, digamos, exiliado de la comedia, supongo que la década larga en El Intermedio le dejaría exhausto, así que trabajó en Malaka, publicó su segunda novela, un thriller. ¿Qué ocurrió?

Agoté todos los chistes posibles con Bárcenas, le hice hasta una procesión en plena sequía de ideas. Trabajar en El Intermedio es muy divertido, pero muy exigente, y me apetecía hacer cosas diferentes que no estuvieran tan ligadas a la actualidad. Probé con el thriller y me gustó. De hecho, mi segunda novela, Cuando nadie nos ve [un noir con la Semana Santa sevillana como telón] se va a convertir en una trilogía y estoy escribiendo la segunda parte, que como adelanto puedo decir que tiene como escenario principal la ciudad de Málaga. En realidad, me siento cómodo con todos los géneros, pero sí que me gusta afrontarlos con sentido del humor. Me provoca rechazo la solemnidad. Las frases grandilocuentes. Se puede hablar de la soledad, la muerte o el desamor sin tomarse demasiado en serio. Siempre que me sale un párrafo rimbombante, lo imagino con la voz de Fernán Gómez en El viaje a ninguna parte cuando recita afectado «señoritooooo». A veces parece que para hablar de sentimientos profundos hay que ser muy dramáticos y pomposos, y con frecuencia caemos en la parodia involuntaria.

Como currante del medio, suele defender formatos y programas que otros califican como «telebasura», como, por ejemplo, Sálvame. ¿Por qué solemos ser tan despectivos y crueles con programas-acontecimiento tipo La isla de las tentaciones?

Por regla general solemos ser despectivos con todo aquello que es popular. No solo con ese tipo de programas, también con un bestseller o una canción que triunfa en Los 40 Principales. El pensamiento recurrente es que si algo le gusta a mucha gente es automáticamente una basura. A mí todo eso me da mucha pereza. Tan solo equiparable a los que presumen de no tener televisión en su casa, como si eso les convirtiera en intelectuales de mayo del 68 y a mí ver cómo una chinchilla le araña la cara a María Patiño me transformara en un salvaje que no sabe disfrutar de los verdaderos placeres de la vida. Creo que si no te gusta algo, basta con no ver Sálvame, no leer a Dan Brown o no escuchar el último disco de Maluma. No es necesario sermonear a los demás. Cuando necesitas dejar tan claro que tus gustos son mejores que los de los demás, me parece que hablamos de un cierto elitismo. De la televisión siempre me ha atraído que es un medio muy pop sin demasiados prejuicios donde cabe todo, desde Los Soprano a La isla de las Tentaciones pasando por una retransmisión deportiva... y cada uno se entretiene con lo que le da la gana. Es complementario disfrutar un día de comerse una pizza de supermercado y otro comer en el restaurante de Dani García. Ninguna de las dos opciones te hace mejor persona.