Más de dos décadas transcurrieron desde el fracaso de la versión veneciana de Simon Bocanegra hasta el éxito milanés con los arreglos en el libreto original de A. Boito. Versión de concierto ofrecida finalmente por el Teatro Cervantes al comienzo de la nueva programación lírica que puso de manifiesto que la ausencia del componente visual que facilita el vestuario y la escenografía, como la pasada, puede distraer de la profundidad psicológica alcanzada por Verdi en este título avanzando hacia un nuevo horizonte de la lírica italiana. Texto y música confluyen en un mismo plano. La música deja el mero acompañamiento para asumir los matices definitivos de la personalidad de los personajes que el músico presenta desnudos ante el espectador al que participa de su reflexión sobre la condición humana ensayada en títulos anteriores como Rigoletto o Il Trovatore. En definitiva, personajes imaginarios tan reales como los que pueden ocupar una página de sucesos de cualquier cabecera.

La versión del Simon Bocanegra del Cervantes fue una oportunidad, tal vez no entendida en la taquilla, para acceder a una versión de concierto sin aditamentos en lo que ha sido una lectura honesta, con oficio y sublime en la profesionalidad artística con la que se defendió el cartel. Lucas Macías Navarro asumiría la dirección musical de esta producción lírica ofreciendo una lectura en ocasiones esquemática y seca en las acentuaciones del conjunto sinfónico a pesar de encontrar en la Filarmónica de Málaga un instrumento sensible al lenguaje del compositor de Busseto. Con todo la OFM mostró ese músculo de gran orquesta dispuesta a mantener la tensión como demostró el trabajo del concertino Nicolae Ciocan al frente de las cuerdas.

Salvador Vázquez nuevamente, por encima de las torpezas de programación, asumiría nuevamente la dirección del Coro de Ópera de Málaga revalidando el listón de la veterana formación en un momento de sensible calidad artística. A pesar de las obligadas mascarillas y la distancia en la que se ubicó a los efectivos corales las cuerdas de sopranos y contraltos destacaron especialmente en los pasajes concertantes y en la definitiva caracterización de los personajes y los espacios en los que se desarrolla la historia.

El trío formado por Carlos Álvarez, Rocío Ignacio y Giacomo Prestia constituyó el núcleo duro del éxito de la producción en la que no cabe duda fue una lección de canto al más alto nivel. El barítono malagueño volvió a sorprender por el feliz momento vocal en el que se encuentra regalando un prólogo enmarcable junto al bajo Giacomo Prestia el otro gran puntal de la versión leída en el Cervantes. Destacar el inmenso dúo del tercer acto entre ambos cantantes o el recitativo y dúo del acto primero entre Álvarez y la reveladora Rocío Ignacio, inmensa en lo vocal, generosa en las notas altas e irresistible en el componente actoral destilado por el trío solista.

Menos convincente resultó la aportación del Adorno defendido por Andeka Gorrotxategi al enfrentarlo a la rotundidad aportada por Rodrigo Esteves consciente de la difícil encomienda como impulsor del drama. Subrayar también la aportación del Prieto encarnado por el también bajo-barítono David Lagares. Cerraban el elenco la siempre resuelta María Lourdes Benítez y un sobresaliente Jesús Gómez.

Lectura en definitiva llena de intención y buen oficio en lo que sin duda fue un acto de amor por la lírica en lo visible y en las entrañas que siempre rodea un cartel a defender.