Chano Domínguez no ha parado de trabajar ni durante el confinamiento. El pasado diciembre publicó un disco junto a la flautista israelí Hadar Noiberg, Paramus, cuya gira se ha interrumpido. No obstante, ha recuperado el formato trío con sus colegas y amigos Horacio Fumero, en el contrabajo, y David Xirgu, en la batería, tres pesos pesados del jazz nacional; mientras inicia aventuras nuevas, como una con otro colega de las blancas y las negras, Diego Amador, con el que se presentará en el inminente Festival de Jazz de Málaga (7 de noviembre, 19.00 horas). Los dos artistas, maestros del piano, investigadores de sus posibilidades en el jondo, se unen para repasar sus amplios repertorios además de interpretar piezas clásicas del flamenco.

Una aventura más en las más de cuatro décadas de trayectoria inquieta e intrasferible del gaditano. Domínguez asegura que «las raíces son las mismas desde hace 42 años», de cuando empezó en este mundo en el 78 con la agrupación de rock andaluz Cai: «Ahí ya están las bases de toda la música que he hecho después. Ya había influencias de la música anglosajona y americana, que combinábamos con los ritmos que nos gustaban y que con los que habíamos crecido, los flamencos. Esa mezcla era y sigue siendo la esencia», explica el pianista, que empezó a cultivar sus habilidades con el teclado a los 20 años, «algo tarde».

«Empecé de crío con la guitarra flamenca, y el cambio hacia el piano fue un proceso muy orgánico. A los 14 años empecé a dirigir el coro de la iglesia de San José de Cádiz, y ahí había una armonio, y empecé a buscar acordes de la guitarra en el armonio. Con el grupo Cai toqué el teclado y sintetizadores, y fui desarrollando un lenguaje y un estilo. Pero no fue hasta que tenía 20 años que me di cuenta de que si quería tocar bien el teclado tenía que aprender a tocar el piano», cuenta.

Ahora, 42 años después, es uno de los músicos más consolidados a nivel mundial, conocido sobre todo por sus aportaciones al flamenco jazz, una etiqueta que no le molesta pero que tampoco le reconforta: «Me considero un músico abierto y ecléctico, no me gusta encasillarme en un estilo porque a mí me gusta la música, y la música no tiene límites. Hay dos tipos de música, buena y mala, en todos los estilos», sugiere, recordando las inmortales palabras de Duke Ellington.

Durante el confinamiento ha pasado mucho tiempo componiendo, y ha sacado algunas piezas. Aún así, explica que su relación con el piano siempre va «de extremo a extremo»: «Lo amo tanto como lo odio. El piano es uno de los únicos instrumentos que es como si fuera un señorito. Tú lo ves ahí, siempre vestido de charol, impoluto, esperando que tú vayas hacia a él. Te vacila, te reta, y cuando levantas la tapa parece que te ríe, que te dice: A ver si tienes cojones de tocarme, a ver si eres capaz de sacarme algo. Intento acercarme a él cuando estoy cariñoso. Los primeros días de pandemia, que fueron tan extraños, de pensar mucho... No quería ni verlo».

El músico, que vivía en Nueva York hasta que estalló la pandemia, se ha trasladado a Barcelona. Considera que son «momentos de cambio»: «La monarquía está a un plis de caerse. Hay muchas cosas establecidas que cambiarán».