La primogénita de Lola Flores y Antonio Flores El Pescaílla ha retomado la gira teatral de La fuerza del cariño, que el coronavirus congeló hace unos meses. Pisará el Teatro Cervantes (junto a Luis Mottola, Sara Moraleda y Antonio Hortelano) los próximos 14 y 15 de noviembre. «El teatro es seguro. Mucho más seguro que un AVE o que un avión, donde no nos conocemos y donde realmente no hay distancia de seguridad», dice la artista. Y ha pedido al respetable que «tenga un poquito más de confianza, que vea la cultura, se divierta, ría, que vibre... Porque en el teatro se vibra». «¡Vamos a llenar el teatro! Eso sí hasta donde nos dejen», asegura con humor y a sabiendas de las reducciones de aforo. Desde el estreno de la gira en Madrid, hace un año, cuenta que La fuerza del cariño ha sido un éxito de público. La pieza es un drama con toques cómicos estrenado en 1983 como oscarizado largometraje, dirigido por James L. Brooks sobre una novela de Larry McMurtry. Lo protagonizaban Shirley McLaine, Jack Nicholson, Debra Winger y Jeff Daniels. Más tarde, el novelista Dan Gordon le dio forma de libreto teatral. Emilio Hernández lo ha traducido al castellano y Magüi Mira se ha encargado de adaptarlo.

Lolita Flores encarna a una madre protectora y viuda con altibajos en la relación con su hija. Pero que no busque nadie paralelismos ni coincidencias con su madre, La Faraona. «No tiene nada que ver», explica. «Además, llevar la parte real al escenario creo que es un error, y además te machaca, te agota. Cuando interpreto, sí que uso mis sentimientos, me meto la mano aquí [y la retuerce hasta su estómago] y me hago un revoltijo, y eso es lo que le doy a la gente», describe. «No soy una actriz de método, soy visceral, de riñón, de hígado, de alma y de corazón. No voy a buscar atrás, porque el agua pasada ya no mueve molinos», confiesa la que en el 2003 se alzó con el Goya a la mejor actriz revelación por su papel de Chelo en Rencor.

Asegura que no se considera valiente por subirse al escenario con la que está cayendo. «Me voy a ocupar de esto [el coronavirus], pero no me voy a preocupar. Me preocupo de los demás, pero yo me ocupo de mí. Intento lavarme las manos, tener mi distancia, ser coherente con lo que está pasando en el mundo. Pero por supuesto voy a seguir trabajando mientras Dios me dé salud y la gente quiera venir a verme», cuenta. Además, tanto ella como sus compañeros de reparto pasan periódicamente el test. «En la función nos tocamos bastante. Pero que la gente se quede tranquila, que nos tocamos porque podemos, somos todos negativos. Cada equis tiempo nos la hacemos», insiste.

Lolita, a sus 62 años, no puede parar de trabajar. Ni el confinamiento pudo con esa comezón: «O hacía algo o me tiraba por la ventana. Y decidí hacer algo, por mis hijos, por mi hermana... Y monté una productora, era algo que me estaba jirviendo». Le puso Lerele Producciones, como el famoso chalé de La Moraleja donde vivió el clan de artistas, que acabó quedándose Rosario después de comprarle a Lolita su parte, aunque al final lo vendió en el 2018 por dos millones de euros. Y con su productora ha puesto en marcha estos meses la obra Llévame hasta el cielo, también con Mottola. A finales de mayo puso en marcha la productora para «dar de comer a la cultura» y generar trabajo. Además, asegura que ahora mete sus ahorros en lo que sabe, en alusión al mal negocio que hizo con dos tiendas que tuvo que cerrar en el 2011 y que le dejaron una deuda de más de 30.000 euros que tuvo que ir saldando. Tras vender su chalé y posteriormente un ático, vive de alquiler en la Castellana, donde ha pasado la cuarentena con su hijo, Guillermo Furiase. «Hemos estado a punto de separarnos», bromea.

Lolita, en los escenarios desde que debutó con Amor, amor a los 17, está agradecida por el cariño del público. «La gente me quiere. Es un cariño heredado, el que le tenían a mi gente se ha repartido entre mi hermana y yo, y nuestros hijos, que también se dedican a este mundo», comenta. Aunque tampoco escatima echándose flores: «Soy alguien muy cercana a la gente. Soy como soy, no tengo ni trampa ni cartón. No sé mentir. Cuando tengo que reír, río, cuando tengo que llorar, lloro. Eso la gente lo agradece, porque hay mucho postureo».