"Os aseguro que tengo la sensación de estar volando y me siento tan incapaz de articular palabra que creo que me va a costar un tiempo asimilar este sueño y este viaje, del que siempre formaréis parte". Así anunció hace unos días el escritor malagueño Javier Castillo que ya ha despachado un millón de ejemplares de sus cuatro novelas hasta el momento. Hablamos con el exasesor financiero de Fuengirola que empezó a escribir en el Cercanías y autopublicándose vía Amazon, uno de los grandes autores de best sellers de nuestro país

Primera pregunta inevitable: ¿Qué supone para usted el millón de ejemplares vendidos? Debe de ser más que una simple cifra, ¿no?

No me gusta ver el millón de ejemplares como una cifra que se acumula y ya está, sino como un millón de momentos distintos, repartidos por toda España en estos tres años, de gente que entra en una librería y, de pronto, decide llevarse uno de mis libros y leerlos en casa, de camino al trabajo o de madrugada en la cama. Esa suma de momentos es muy abrumadora.

¿Cuál es el secreto de su éxito?

Ha habido algunos críticos que han intentado desmenuzar mis historias para descubrir qué gustan tanto de ellas, analizando elementos individuales: la sorpresa inicial, el continuo baile de giros de trama, el tratamiento de temas universales desde una perspectiva muy inquietante. ¿La verdad? Nada de eso funcionaría por sí solo sin pasión, que no está en palabras, pero se siente entrelíneas.

Su carrera reivindica el poder de los lectores. ¿Su éxito supone la democratización de alguna manera de la literatura?

La literatura siempre ha sido democrática. Es más. Creo que ahora mismo es más democrática que la propia democracia española. Cualquiera puede escribir y luego publicar o autopublicar (en plataformas como Amazon, en wattpad o incluso en blogs o redes sociales). Si a mucha gente le gusta una historia la recomendará y regalará y, al final, ese libro subirá en las listas de más vendidos hasta el primer puesto de ventas el tiempo justo hasta que deje de gustar. Las ventas de un libro en Cataluña importan lo mismo que las ventas de alguien de Cuenca. ¿Podríamos decir lo mismo de nuestra democracia?

¿Qué es lo mejor que alguien puede decir de sus libros?

El mejor piropo que puede recibir un escritor, sea del género que sea, es que alguien ha sido incapaz de dejar de leer. Cuando eso sucede es porque se han hecho muchas cosas bien. El género en el que escribo (suspense), tiene algunas herramientas más para poder llamar la atención y hacer que esto ocurra desde la primera página hasta, si lo haces bien, el epílogo.

¿Y lo peor?

Lo peor, sin duda, es que alguien haya abandonado la lectura por aburrimiento. Este es uno de los mayores miedos de cualquier escritor.

A lo largo de estos años, le habrán pasado cosas increíbles, cuénteme alguna.

He firmado junto a grandísimos escritores, a los que admiraba y sigo admirando, pero nada supera a mi compañero de firmas en Costa Rica. En una de las firmas, en una librería de Costa Rica con un jardín trasero, que es donde habían colocado la mesa para la firma, se coló un armadillo. Estuvo un rato deambulando por la mesa mientras yo dedicaba ejemplares. Es un recuerdo especial porque vinieron más de quinientas personas a la firma, en un país tan lejano de casa, sintiéndome muy arropado, pero la guinda fue aquel compañero de firmas tan duro, nunca mejor dicho.

Alguna vez ha contado que de adolescente los libros fueron su refugio. ¿A qué se refieres exactamente? ¿De qué, digamos, se escapaba con la lectura?

La lectura siempre fue el lugar al que acudía cuando no me gustaba lo que veía a mi alrededor. Como decía Tolstoi, todas las familias infelices lo son a su manera. Yo vivía en un entorno muy feliz, con una familia que me quería y con muy buenos referentes, pero siempre hay situaciones y momentos que te hacen pasar por malas épocas, aunque creas tener todos los ingredientes para ser feliz.

¿Hubo algún libro o autor concreto que le llevara a decirse: «Yo quiero hacer eso, yo quiero escribir»?

Sí. Sucedió con Diez negritos, de Agatha Christie. Tras acabarlo, me dije: ¿cómo ha podido estar engañándome una y otra vez durante toda la novela? Yo quiero hacer lo mismo. Escribí un relato inspirado en Agatha Christie llamado Cuatro negritos, que era malísimo, porque desde el primer párrafo ya casi se sabía quién era el culpable. Pero a partir de ahí, surgieron mis ganas por engañar y divertirme con la escritura.

Estamos acostumbrados a que los escritores estén rodeados de un cierto aura de misterio, de autoimportancia, mientras que usted se define como «un padre de familia normal», comparte su día a día, su vida doméstica. ¿Le repatea ese aire de mística que se dan muchos escritores?

Me costaría muchísimo comportarme con ese aura mística distante, aunque entiendo a los autores que lo hacen por márketing. Al final, se necesita también proyectar una imagen personal que va asociada a lo que escribes. En mi caso, prefiero que ese aura la tengan mis novelas. Que cada una de ellas genere un enigma y atracción por sí mismas y no precisen que yo me convierta en nada que no soy. Prefiero ser transparente y natural. Sería muy cansado estar fingiendo ser una persona fría, lejana y enigmática, cuando en mis firmas puedes venir y comprobar que soy todo lo contrario. Prefiero la naturalidad.

¿Por qué escribe en la biblioteca pública de Fuengirola en vez de en un despacho en su casa?

¡Ahora escribo en mi despacho! [Risas]. Acabamos de mudarnos a una casa nueva y me he asegurado de tener un despacho en el que escribir. La biblioteca me gusta para escribir, me parece el mejor lugar para hacerlo, porque te sientes parte de algo: hay gente estudiando, preparando oposiciones, todos con su rutina, y la escritura es muy solitaria. En realidad, lo echo un poco de menos, ahora que me he mudado. El protocolo de ir a un lugar, sentarme en tu sitio y ver que los compañeros son los de cada día, me ayudaba a entrar en el modo trabajo.

Me imagino que habrá conocido a autores consolidados, muchos de ellos ídolos suyos, a lo largo de los muchos actos y firmas a los que ha asistido. ¿Ha habido muchas decepciones, sorpresas negativas pero también positivas?

Ha habido un poco de todo. Autores famosísimos que me han decepcionado con gestos y descalificaciones, autores de fama mundial que ahora casi puedo considerar amigos, e incluso desconocidos que ahora son amigos y también otros del mismo tipo que te tratan mal. Por suerte y por desgracia, la escritura es muy solitaria y no necesita ruido exterior para escribir. Es más. Cuando más se evite mejor se escribe. Así que intento rodearme de la gente a la que admiro por cómo es su persona y no cómo escribe o cuánto vende.

Hay una cosa que se llama mundillo literario. Me da la sensación de que usted vive muy ajeno a él, ¿es así?

Participo en todo lo que me acerque a los lectores y en todos los eventos que pueda que implique charlar o hablar con ellos. Al margen de eso, intento seguir dentro de mi entorno y mi familia, aunque tenga muchos amigos escritores.

¿Le preocupa que lo que empezó como un hobby apasionante pierda frescura al convertirse en profesión? ¿Tiene algún truco para evitarlo?

Tengo la suerte de que me apasiona lo que hago. Creo que he sido muy afortunado en cuanto a poder dedicarme a un trabajo tan apasionante. Un día estás investigando cómo funciona el Departamento de Justicia americano y otro cuánto tarda la sangre en coagularse a veinticinco grados. Luego, creando una escena específica que muestre cómo tu personaje se enamora o pierde algo que quiere. Es apasionante. ¿Cómo me aburriría?

¿Qué le diría el Javier Castillo que ha despachado un millón de ejemplares de sus libros al Javier Castillo que escribía su primer libro en el Cercanías?

No me diría nada. Me observaría y analizaría las caras que pongo tras escribir un giro, y dejaría que siguiese haciendo lo que hace, con esa ilusión. No se me ocurriría influir en lo que ese chico consiguió y está aún por conseguir.