Isabel Oyarzábal Smith (Málaga, 1878-Ciudad de México, 1974) es una de esas mujeres obstinadas y tenaces que lo dieron todo por cambiar el mundo pero que, lamentablemente, han terminado en un semiolvido flagrante. Diplomática, periodista, traductora, actriz y escritora, es un referente imprescindible del feminismo moderno y, durante el exilio, una de las españolas que difundieron los valores de la República en otros países; una mujer que nació en el seno de una familia acomodadísima que podría haber entretenido su vida enredada en los juegos de salón burgueses pero que eligió el compromiso contra las asimetrías del mundo. Los vaivenes de la Historia de España le llevaron a morir en el exilio mexicano un año antes de la muerte de Franco, después de haber hecho mucho, muchísimo: fue la primera mujer en aprobar unas oposiciones a inspectora de trabajo, líder feminista, actriz, periodista revelante, embajadora y delegada en la Sociedad de Naciones.

El Centro Andaluz de las Letras dedica esta semana unas jornadas a esta intrépida pionera; un encuentor en el que participarán destacados especialistas que abordarán las distintas facetas de la autora: su obra literaria, su labor como diplomática, sus trabajos periodísticos, su dramaturgia, la defensa del feminismo, las vivencias en el exilio o la escritura de su obra memorialística.

Hija de padre de ascendencia vasca y madre escocesa, la figura de su madre, Anna, fue vital para Isabel Oyarzábal. «La madre era muy moderna, le gustaba fumar, pasear sola, bañarse en la playa... Era un escándalo para la sociedad de su época», recuerda Matilde Eiroa, profesora titular de Historia en la Universidad Carlos III y ganadora del Premio Victoria Kent de la UMA por su trabajo sobre la malagueña Oyarzábal. Gracias a su madre, Isabel, estudiante de La Asunción poco convencida de la educación clasista que recibía, aprendió inglés y conoció la sociedad inglesa, mucho más abierta, participando de suvida cultural. «Ella no fue a la universidad, su formación fue autodidacta y lo que le dio la vida fue la biblioteca de su padre, pese a que a sus hijas les prohibía la lectura de ciertos libros», destaca la investigadora madrileña.

También con la ayuda de su madre y ya muerto su padre, se hizo actriz, marchando a Madrid. Esta vocación se inició actuando como voluntaria en el Teatro Cervantes ante los soldados que regresaban de la Guerra de Cuba. En Madrid edita una revista de moda, entra en los círculos intelectuales de la época y al saber idiomas es nombrada corresponsal del Daily Herald y el Laffan News Bureau.

Su carrera periodística no hizo más que empezar y con el pseudónimo de Beatriz Galindo - en recuerdo de la preceptora de Isabel La Católica, escritora culta, humanista y autodidacta como ella- fue una de las estrellas del prestigioso diario El Sol, de Ortega y Gasset.

Casada con Ceferino Palencia, a quien conoció en el mundo del teatro, adoptó el apellido del marido, en esa época porque «ante el mundo en el que se codeaba lleno de hombres, le hacía tener más respeto». Muy pronto participó en el activismo feminista, basado en el concepto de la libertad económica de la mujer, porque «si una mujer es autónoma es libre», cuenta Matilde Eiroa. Además fue nombrada junto con la también malagueña Victoria Kent vicepresidenta del elitista Lyceum Club Feminista Español, ganándose la enemistad con la Iglesia al declararse laicas.

Isabel Oyarzábal pensaba que el sistema monárquico constreñía los derechos de la mujer y aboga por la República. Militante de UGT y el PSOE, es nombrada delegada española en la Sociedad de Naciones de Ginebra y en 1930 forma parte del comité que en este organismo analiza la esclavitud. Al estallar la guerra, el Gobierno de la República le pide que viaje al extranjero para hablar de la situación de España. La malagueña imparte conferencias por EEUU y recoge importantes donaciones para el gobierno legítimo de España. Estando en ese país, recibe la noticia de que ha sido nombrada embajadora en Suecia y más tarde de todos los países nórdicos. Durante el desempeño de su trabajo ayuda a un grupo de voluntarios suecos que instaló un hospital sueco noruego en Alcoy, además de reclutar con discreción brigadistas internacionales. La victoria de los militares rebeldes forzaron su exilio en México, donde moriría en 1974.

Afortunadamente, poco a poco, su obra, su legado se va rescatando y difundiendo. Por ejemplo, en marzo de este año Ediciones del Genal publicó por primera vez en español Juan, el hijo del pescador (hasta ahora simplemente Juan, son of the fisherman), una obra escrita para lectores de habla inglesa, desconocedores de las costumbres más populares de nuestro país, la mayoría de ellas relacionadas con el mundo rural; un libro, por cierto, destacado por todo un The New York Times, cuya reseña resaltó «la autenticidad de la atmósfera y el estilo sencillo» del volumen.

Rescates como éste y las jornadas del CAL son una invitación al descubrimiento de una mujer que, en palabras de Rafael Cansinos Assens, vestía «con sencillez, y sin gastar pendientes, símbolo de la antigua servidumbre del sexo; una mujer seria, sin coquetería, una intelectual». Escribió la malagueña en su vejez: «A pesar de tanta lucha, tanto sufrimiento y tantas esperanzas frustradas en los últimos años de mi vida y en la de tantas personas, doy las gracias por haber estado ahí y por ser lo que soy». Gracias a usted.