Orquesta Filarmónica de MálagaSolista:

Tilman Mahrenholz, violonchelo.

Dirección: Charles Olivieri-Munroe.

Programa: Concierto nº 1 para violonchelo y

orquesta en Mi bemol mayor, Op. 107 , de D. Shostakovich y Sexta Sinfonía en Re

mayor, Op. 60 , de A. Dvorák

Lugar: Teatro Cervantes

El debut del director invitado Charles Olivieri-Munroe, titular de la Philharmonie Sudwestfalen y de la North Czech Philharmonic, fue el coprotagonista del último abono de la Orquesta Filarmónica de Málaga, que contó asimismo, con el violonchelo de Tilman Mahrenholz cuyo arco lidera los chelos del conjunto sinfónico. En programa, dos perspectivas musicales emparentadas como es la escuela nacionalista checa encarnada por Dvorák y su perspectiva más académica y purista y la rusia socialista de D. Shostakovich a caballo entre el horizonte musical y la ortodoxia impuesta.

Alejado del temor stalinista y con M. Rostropovich como dedicatario, el Concierto nº 1 para violonchelo y orquesta se articula como el Cuarteto de cuerda nº 2 en cuatro movimientos y donde el allegretto de apertura sirve de prólogo a los tres tiempos que completan la partitura. Olivieri-Munroe dibujó en la interpretación las tensiones opresivas del primer movimiento para continuar en el moderato estableciendo un diálogo más íntimo entre conjunto y solista. Que el repertorio ruso sea una de las grandes bazas de la Filarmónica no es a estas alturas ningún secreto, pero en el caso de Shostakovich existe un especial maridaje como quedó demostrado. Por su parte, el cello de Tilman Mahrenholz puso de relieve el compromiso musical del capo de violonchelos de la orquesta.

Shostakovich somete al solista a lo largo de este concierto a una larga travesía técnica, expresiva y al servicio de ambas virtuosística como así demostró el maestro Mahrenholz tensionando el instrumento en el allegretto inicial para continuar en el moderato dibujando una escena más serena y etérea continuando con la cadenza que ocupa buena parte del tercer tiempo para finalmente desembocar en el allegro de cierre donde entró en juego toda una suerte de exigencias técnicas en lo que apetece un profundo conocimiento del instrumento por parte del compositor y solista.

Tras una brevísima pausa la Sexta sinfonía de A. Dvorák centró toda la atención de la segunda parte. Escrita a comienzos de los ochenta del diecinueve nuevamente, como en la página anterior, cuatro capítulos organizan la sinfonía influenciada por el motivo central del allegro que sirve de pórtico a toda la obra a la que dota de un carácter cíclico al utilizar este mismo motivo en el finale de la sinfonía. El trabajo expuesto por Olivieri-Munroe estuvo centrado especialmente por el color orquestal, la importancia del pulso dada la inspiración popular de los temas que conforman la sinfonía como prueba el 'Furiant' del tercer movimiento y el hilado ofrecido por las distintas secciones de la OFM con especial interés de las maderas y metales de la orquesta.

La nueva realidad obliga a tomar decisiones con escaso margen de maniobra, algunas intencionadas pero otras como los nuevos horarios para los abonos de la OFM por parte del Teatro Cervantes exceden de cualquier consideración al analizar la escasa perspectiva con la que se ha valorado. Es imposible mantener sin elegir. Jueves y viernes a las cuatro de la tarde nada ayudan en este sentido. No vale el argumento de la programación cuando lo programado está muy por debajo de la decisión tomada. Está en peligro el abono de Navidad, la temporada lírica. Tampoco es admisible obviar las opiniones de los aficionados. Para quien está sujeto a una jornada laboral de lunes a viernes estos horarios obligan a elegir entre almorzar o responder a la OFM. Por lo demás, y especialmente de quien escribe, la decisión apetece cuanto menos cuestionable por improvisada, por no hablar de la nula sensibilidad demostrada. Error gravísimo y afeable a la dirección del teatro que siendo de titularidad municipal margina a uno de sus puntales en la programación y olvida lo más importante que la Filarmónica se debe al público y a lo público y esto último es lo que hubiese sido deseable que primase en la toma de decisiones. La OFM necesita su auditorio, sí, efectivamente, pero no ahora desde hace más de treinta años y lo peor es que nadie se mueve. Lamentable.