Asegura James Turrell (Pasadena, 1973): «Creo espacios que proyectan luz pero no la creo; la luz es un tesoro, una sinfonía. ¿Cómo posees una sinfonía?». El arquitecto lleva décadas explorando la substancia de la luz, la energía que visibiliza lo que nos rodea, y, a la vez, cuestionando nuestra percepción de la realidad a través de obras enminentemente inmateriales y sensoriales. El Museo Picasso Málaga muestra desde este jueves 'Cherry' (1998), una instalación que, fiel a los propósitos del artista, constituye una experiencia inmersiva, que comienza con la desorientación de la oscuridad total y finaliza con una ventana recortada a modo de marco con esa luz cereza a la que alude el título de la pieza, una energía que, a medida que nuestros ojos van habituándose al espacio, parece ir cambiando y adoptando nuevos significados, de la misma manera que, en la definición de Brian Eno, la música ambiental es como un río, siempre igual y siempre distinto, siempre en movimiento.

'Cherry' restituye a la luz su verdadero poder, quizás despreciado por el exceso y el bling bling de espectáculos como nuestras luces navideñas de la Calle Larios. Formado en psicología de la percepción, matemáticas, historia del arte y bellas artes, el norteamericano huye de la luz como distracción o elemento decorativo, como aliciente para el consumo y la diversión; más bien al contrario: «La luz es lo que realmente conecta lo inmaterial con lo material, que conecta lo cósmico con la existencia cotidiana en la que tratamos de vivir». Por eso Turrell entiende su obra como una experiencia inmersiva en busca de epifanía. De hecho, como bien señala Inmaculada Abolafio, coordinadora de exposiciones en el MPM, lo que se vive en 'Cherry' no es muy diferente a lo que se siente al entrar en una iglesia: primero el cambio de luz al cerrar la puerta nos desorienta un tanto, nos evade de la realidad que acabamos de abandonar para iniciar un trayecto que siempre culmina con nosotros ante la luz, filtrada a través de vidrieras.

En la habitación en la que se encuentra el espectador, dos proyectores iluminan las paredes laterales y se ajustan para que su luz no entre en el espacio sensorial más allá de la ventana; el espacio sensorial, por el contrario, está indirectamente iluminado. Así, se puede ver una luz ambiental que llena el espacio y agrega color, rojo en este caso. A diferencia de la iluminación en el espacio de visualización, la luz no se utiliza para definir los límites físicos del espacio, sino para crear una sensación de volumen iluminado que el artista llama «atmósfera». No se fíen de mis palabras, que reducen y limitan la obra: 'Cherry' es una auténtica maravilla, un trabajo diseñado de tal manera que el artista y el espectador comparten la autoría porque ambos son responsables de una experiencia. La obra de Turrell no es física; aquí la percepción es el objeto, y nosotros, sujetos que nos vemos viéndonos. «Mi deseo es crear una situación en la que llevarte y dejarte ver. Sin objeto ni imagen, ¿qué estás mirando? Comemos luz, la bebemos a través de nuestras pieles», reflexiona el creador estadounidense

Hasta el próximo junio, el Museo Picasso Málaga, gracias a la colaboración de la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte (FABA) y de la Galería Almine Rech, nos reconcilia con la tan maltratada y explotada luz. Y nos invita a explorar la obra de un artista que compró un cráter volcánico en Arizona para crear un proyecto, aún por finalizar, en el que contemplar la luz, el tiempo y el espacio. O sea, la vida dialogando con nosotros.