Cuando se cumplen 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven, (Bonn, Colonia, 16 de diciembre de 1770 - Viena, 26 de marzo de 1827), recordamos la originalidad de su persona y, sobre todo, celebramos su impresionante legado musical. Pero nada mejor que sus propias palabras para guiar nuestra reflexión.

En la primavera de 1802, cuando contaba 31 años, se retira a Heiligenstadt, un pueblito cercano a Viena, para pacificar su espíritu, recuperar la salud y cultivar su inspiración artística en el ambiente apacible del campo. Ya se iba desvaneciendo la esperanza de superar la severa sordera sobrevenida en torno a 1798 a los 27 años de edad. Y en ese ambiente, entre los días 6 y 10 de octubre, se decidió a escribir algunas cartas, entre las que destaca la dirigida a sus hermanos Kaspar y Nikolaus, donde les abre su alma atormentada. La carta permaneció guardada celosamente en su secreter durante más de veinticuatro años, y se dio a conocer después de su muerte con el nombre de El Testamento de Heiligenstadt. Dejemos que Beethoven nos hable a través de ese testamento, y desde ahí intentaremos adentrarnos en su persona y en su obra:

«Vosotros, que pensáis que soy un ser odioso, obstinado, misántropo, o que me hacéis pasar por tal, ¡que? injustos sois!... Desde la infancia mi corazón y mi espíritu se inclinaban a la bondad y a los tiernos sentimientos aún cuando estaba siempre dispuesto a acometer grandes actos; pero pensad tan solo que desde hace casi seis años he sido golpeado por un mal pernicioso que médicos incapaces han agravado.

[...] ¿Cómo podría aceptar una enfermedad en el único de los sentidos que, en mi caso, debe ser más perfecto que los otros, un sentido que antes poseía en la más alta perfección, una perfección como pocos en mi profesión han gozado? € Mi estado me sobrecoge con una angustia espantosa. [...]

[...] Tales situaciones me empujaban a la desesperación, y poco ha faltado para poner yo mismo fin a mi vida€ Sólo mi arte me ha detenido. Oh, me parecía imposible dejar este mundo antes de haber creado todo aquello que soy capaz de crear; por ello he decidido prolongar esta miserable existencia. [...] ¡Dios mío, concédeme, por una sola vez, un día de alegría! ... ¡Adios y amaos!».

Desgarradoras palabras que denotan una brutal depresión; y entendemos que su enfermedad le sumiera en tal estado, aunque también su vida familiar había resultado demoledora: un padre alcohólico que vivía obsesionado por hacer de su hijo un nuevo Mozart, aunque para ello tuviera que emplear con él todo el rigor imaginable; un ambiente familiar donde la prematura muerte de la madre, cuando era poco más que un adolescente, agravó su sensación de soledad emocional; una responsabilidad con sus hermanos por la entrada en prisión del padre, que le llevó a actuar como músico ocasional para conseguir algunos ingresos; una sensación de fracaso amoroso tras distintas relaciones que no llegaban a consolidarse, ilusionándose con un amor platónico sin llegar a un compromiso concreto.

Tenía motivos para su estado de ánimo, aunque en ese momento el éxito musical le sonreía. Cuando aún no había cumplido 12 años publica su primera obra que auguraba un porvenir prometedor; y después de una sólida formación, contando entre sus maestros a Haydn y Salieri, mas la referencia a su admirado Mozart, inicia una carrera meteórica de éxitos ganándose el respeto de todos.

Con los antecedentes musicales de sus maestros, Beethoven se mueve en el contexto del clasicismo vienés, siendo sus principales creaciones la Sonata Patética, los seis cuartetos del op.18, y sus Sinfonías 1 y 2. Pero Beethoven imprime su toque personal, como se aprecia, además de en la sonata mencionada, en sus primeros cuartetos y en la canción Adelaida para solo de voz y piano, compuesta en 1795 sobre un poema de Friederich von Matthinsson.

En ese momento Beethoven ya había alcanzado su madurez musical, y con razón decía que la música le había salvado la vida porque sentía que aún le quedaba mucho por hacer. Prácticamente después de su confinamiento en Heiligenstadt, durante quince años va a producir sus más bellas obras, llevando la sonata a su culmen, innovando su estructura, potenciando su carácter expresivo, y sometiéndola a un proceso emocional más cercano al romanticismo.

En esta época nacen sus sinfonías que son como hitos que marcan los sentimientos profundos de un corazón inquieto, pero también tierno y amoroso, en las que expresa su compromiso por la libertad (3. La Heroica), el estremecimiento por la llamada del destino (La quinta), el gozo por el regalo de la naturaleza (6. La Pastoral), o el brío que nace en la lucha de la vida y que llega al gozo de su disfrute (La séptima). Pero el genio musical de Beethoven refleja su madurez en todas las formas: cuartetos, sonatas, incluso en su ópera Fidelio donde pretende apartarse de los cánones italianos y configurar una ópera genuinamente alemana.

Sin embargo, Beethoven no se sentía feliz. Era consciente de sus dificultades para relacionarse con los demás, así como de la acritud que se había apoderado de su carácter y sus reacciones, a veces incluso con toques de descortesía, como se refleja en la anécdota de su encuentro con la emperatriz María Luisa de Austria en el Balneario de Tepliz el año 1812, cuando paseaba con el literato y científico alemán Johann Goethe. Mientras este rendía pleitesía ante la emperatriz y el Gran Duque, Beethoven pasó de largo sin dirigirles el saludo.

Mucho pesaba también en él, tan sensible al amor de una mujer y con un corazón tan expansivo, verse obligado a vivir aislado de las personas, aquejado por lo que hoy definiríamos como una baja autoestima por sus problemas económicos que le obligaban a someterse a sus mecenas, por su origen de provinciano humilde, por sus aspiraciones amorosas a veces truncadas por su ascendencia social; y sobre todo, porque le podían más sus problemas físicos que la fuerza moral de su genio.

Pero hasta el final de su vida la música le fue dando motivos para vivir. En torno a la edad de 40 años, con una sensibilidad claramente romántica, manifiesta su genialidad superando las viejas formas musicales. En este tiempo nace su sinfonía 9 donde, con la ayuda de la voz, remonta unas cimas de expresión difícilmente igualables; incluso en música sacra, compone su Misa Solemnis donde apunta a una fuerza expresiva innovadora que coquetea con elementos de música profana.

En esta última etapa de su vida, su música trasluce una lucha interior permanente por pretender la alegría, externalizarla e incluso transmitirla, pero con la amargura de verla quebrada por la aparición permanente de sentimientos del dolor sangrante que le sobrepasa sin remedio. Quizás la novena sinfonía suponga un resumen de su vida, coronada en su esperanza por la oda a la alegría de Friedrich Schiller, que lo eleva a lo más sublime del gozo interior; un prodigio donde plasma aquellos sentimientos que ya expresaba en El Testamento de Heiligenstadt, cuando escribe: viven en mí el deseo de hacer el bien y el amor a la humanidad.

En realidad Beethoven compuso un reducido número de sinfonías, si lo comparamos con Heydn que compuso 106, o con Mozart que nos dejó no menos de 41; pero él abrió un camino definitivo para la música al encararla al romanticismo. Y si analizamos toda su obra musical en cada una de las etapas, veremos cómo va evolucionando desde el esteticismo clásico hasta llegar al absoluto de su novena sinfonía, a la simplicidad de sus bagatelas como expresión sencilla de los sentimientos íntimos, o a su aportación a las sonatas y cuartetos como fruto de su esfuerzo por liberarse de ataduras y dependencias.

Puede que, para algunos, el conocimiento de Beethoven no sobrepase la anécdota de su sordera, o los artilugios que le diseñaron para sobrellevarla, o determinadas melodías como la balada Para Elisa, o el minueto del septimino op.20, popularizado como sintonía de la serie de animación Érase una vez el hombre; pero la herencia musical que nos legó es inmensamente rica e imperecedera.

Evidentemente Beethoven fue un hijo de La Ilustración, guardando un asombroso paralelismo con otros coetáneos como es el caso del pintor Francisco de Goya. Asimiló sus principios para luego ir adentrándose en el siglo XIX donde el romanticismo intenta nadar en dirección contraria: el irracionalismo frente a la razón; el subjetivismo de la intuición, la imaginación y el instinto frente al empirismo; esto es, el idealismo que busca lo absoluto por encima de lo inmediato.

Beethoven muere en Viena el 26 de marzo de 1827 a la edad de 56 años, después de recibir los sacramentos católicos, envuelto en la soledad y aquejado por la sordera y los desastres familiares. Solo el acercamiento a Dios le hizo más llevadero el sufrimiento, con la lectura de Plutarco y el libro La Imitación de Cristo de Tomás Kempis. Con su muerte se cierra una etapa asombrosa que será definitiva para el futuro desarrollo de la música, aunque no faltaran también detractores que juzgaran su estilo como de verdadera locura.

Su nombre lo dice todo: Beethoven, el genio que nos legó una música eterna.