Estoy oyendo la versión de la Chicago Symphony Orchestra dirigida por sir Georg Solti. Esta tercera sinfonía, la Heroica, expresa la capacidad de superación del músico de Bonn que, deprimido por su incipiente sordera fue capaz de escribir la que se considera una de las mejores, si no la mejor, de sus obras. A esa resiliencia del artista y a sus indudables valores musicales se une en esta obra una historia que nos habla del espíritu humano que en aquellos momentos, hacia 1802, acompañaba a Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827). Napoleón Bonaparte (Ajaccio, 1769-Santa Elena, 1821), fue casi coetáneo del músico. Ambos se sentían europeos y progresistas.

El siglo XVIII había traído a Europa la Ilustración como nueva forma de entender el mundo y a la sociedad. Las relaciones entre las distintas clases sociales no volvería a ser la misma tras la Revolución Francesa. Libertad, Igualdad, y en cierta medida, Fraternidad, eran las grandes divisas a las que se abrazaban los hombres y mujeres ilustrados de Europa. Pero comenzando el siglo XIX, nuestro continente estaba en tensión. Francia era un hervidero revolucionario que las monarquías de toda Europa temían que se contagiara a sus respectivas naciones. El general corso había invadido Italia para expulsar a los austríacos y sustituirlos por una República.

En Milán, en Bolonia, en Venecia, se le consideraba un libertador más que un invasor, sentimiento que aún hoy permanece. Los italianos del Norte adoran a Napoleón. La vida de Ludwig van Beethoven giraba en torno a la música. Era un pianista sobresaliente que se ganaba la vida con sus conciertos, su incipiente tarea de compositor, siempre a la sombra del mecenazgo de las grandes casas de la nobleza. Pero, como europeo ilustrado, se sentía partícipe de las nuevas ideas de las que parecía que Napoleón era su baluarte. En esos años vivía ya en Viena y allí se encontró con el mariscal Bernadotte, que le pidió o sugirió que dedicara una de sus obras a Bonaparte, en aquellos momentos Primer Cónsul de Francia. Y eso hizo Beethoven, llamando Sinfonia grande, intitulata Buonaparte a su Sinfonía nº3 que estaba acabando (1802-1804).

Y es que Beethoven veía entonces a Napoleón, como el libertador de Europa, capaz de acabar con la tiranía y opresión de emperadores, reyes y nobles. Sin embargo, cuando Napoleón, en 1804, se proclama y corona Emperador de Francia, Beethoven cambia el título de su obra, que ahora se llamará Sinfonia eroica, composta per festeggiare il sovvenire d'un grand'uomo y se la dedica al príncipe Joseph Franz von Lobkowitz uno de sus mecenas en la capital austríaca. Napoleón ya no era ese gran hombre que el músico idealizaba.

Quizá lo había sido pero ahora (lo tomo de Daniel J. Boorstin), el compositor le dice a su amigo Ferdinand Ries: «¿Tampoco él es, pues, otra cosa que un ser humano común? Ahora él también pisoteará los derechos del hombre y sólo perseguirá su ambición. Se situará por encima de todos los demás y se convertirá en un tirano». Y eso fue lo que pasó, la historia es bien conocida. Francia ha perdonado a Napoleón y, enterrado en el panteón de los Inválidos, recibe la adoración de los franceses. De Beethoven nunca recibió elogios.

Es más, una obra suya, que tuvo gran éxito, fue La Victoria de Wellington, escrita para conmemorar la derrota de las tropas francesas en Vitoria. También Beethoven se fue adaptando, mal, al paso de los tiempos. Compuso para el zar, para reyes y reinas y se transformó en un cortesano. Pero siguió componiendo y mejorando y hemos hecho de él un icono de la música y de la libertad. Tan es así que la Unión Europea lo eligió como compositor de su himno, el Himno a la Alegría, el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía. La letra, que no forma parte del himno oficial europeo, fue tomada, y retocada, a su vez por Beethoven del poema Oda a la Alegría, de Friedrich Schiller. El tenor nos canta: Alegres como vuelan sus soles,/A través de la espléndida bóveda celeste,/Corred, hermanos, seguid vuestra ruta/Alegres, como el héroe hacia la victoria.Seguro que este espíritu es el que prefería Beethoven que perdurase en su música y en su recuerdo: il sovvenire d'un grand'uomo.