Aún recuerdo, allá por los años 60, el impacto que me produjo el ritmo frenético de los Beatles cantando Roll over Beethoven. Y la letra provocadora: «¡Olvida a Beethoven! Necesito un trago de rhythm and blues». Creo que me dio artritis, sentado por las opiniones musicales. Olviden a Beethoven y denle a Tchaikowsky la noticia. No podía ser menos. Era la nuestra una sociedad gris y adormecida, sin más horizonte que la obediencia a la tradición. Supe después que la canción habia sido escrita por Chuck Berry una decena de años antes. Al parecer, Chuck Berry quiso protestar porque su hermana pasaba gran parte del día tocando en el piano música clásica, impidiendo así que él pudiera tocar con su guitarra la música de su interés, el rock. La revista Rolling Stone la colocó entre las 100 mejores canciones de todos los tiempos, y ha sido una de las que más versiones ha recibido por parte de grandes representantes de la música moderna.

Al margen de la anécdota de su origen, la propuesta de Chuck Berry en esta canción es clara: hay que sustituir la música clásica por el rock and roll y por el rithm and blues.

No parecen razonables estas intenciones exclusivistas. En la historia de los hombres han convivido siempre tendencias divergentes, incluso contrapuestas. La capacidad de producir sonidos sujetos a armonía, melodía y ritmo, del tipo que fuere, es decir, de hacer música, es algo inherente a la naturaleza humana, como es también de su naturaleza ser capaz de reír. Ahora bien, esta capacidad, como cualquier otra humana, se encuentra condicionada por un tiempo y un espacio. Grupos humanos de un lugar ejercen su habilidad musical de una determinada manera y con finalidades (estéticas, rituales, lúdicas, comunicativas) diferentes de otros situados en otras latitudes. Lo mismo ocurre entre los grupos humanos de épocas distintas. Hay un festival de música que se celebra en la ciudad de Cartagena todos los años, salvo caso de fuerza mayor, como el presente, cuyo título sugiere la idea que tratamos de exponer: La mar de músicas. En él se suele ofrecer un muestrario más o menos amplio, de variadas tendencias musicales, con frecuencia alejadas de los círculos comerciales. Un mar de mil tonalidades y matices sonoros. En ese mar caben todas las corrientes.

Volviendo a la proclama de Chuck Berry, tal vez su propuesta sea de mayor alcance. Abandonar la tradición clásica, aquí personificada en Beethoven, que produce anquilosamiento y activar el dinamismo incansable del rock. En definitiva, la vida que languidece frente al frenesí de la actividad incesante. La vieja contraposición entre Apolo y Diónnisos. El equilibrio de la razón y la exaltación sin medida.

Pero es una falacia aplicar esos términos peyorativos a la tradición clásica, y mucho menos a Beethoven. Su vida personal pudo estar sembrada de obstáculos. que hacen de En su ingente obra musical, sin embargo, podemos encontrar todos los registros la vida una aventura hermosa, digna de ser cumplidamente vivida. La ternura, la delicadeza, la pasión, la exaltación de la naturaleza y hasta el compromiso político.

No podemos olvidar a Beethoven. Estamos condenados a recordarlo eternamente, porque su música se ha fundido con la cultura que da soporte a la existencia. Parafraseando a Hegel, Beethoven es uno de esos seres en los que el Espíritu que se despliega en la Historia, toma conciencia de sí mismo.