Un avión de bandera ucraniana surca el cielo cada noche. Pasa sobre Córdoba y une Inglaterra y Marruecos. Esa aeronave no sólo describía un camino, sino que, al fin y al cabo, con su reumático zumbido, se convierte en una metáfora de vida para quienes lo oían avanzar. Y esa es la potente imagen que el poeta cordobés Antonio Luis Ginés (Iznájar, 1967) ha elegido para titular su último poemario, Antonov, publicado por Bartleby Editores a finales de 2020.

Rezuma el libro melancolía por los años que se fueron, a los que el poeta mira desde la atalaya de la madurez vital y creativa. A la vez, el poemario podría compararse con una fotografía ajada en la que se contiene un retazo de quienes fuimos, una imagen que miramos años después y, aunque no nos reconocemos del todo, sabemos que ahí late la esencia de quienes éramos entonces. Ginés teje con paciencia y solvencia una poética de las pequeñas cosas, filtrando sus versos a través, como hemos dicho, de la nostalgia o la melancolía, alumbrando así un castillo poético desde cuyas almenas nos observa el creador, que reflexiona sobre sí mismo y sobre lo que le rodea.

En la poesía que da título al libro, Antonov, el poeta recuerda: «El ruido del motor se pierde/ de forma gradual, hacia el sur» y poco después reflexiona: «Pienso entonces en todos los años/ que puedo salvar de la quema», el requiebro nostálgico, el yo anhelante del artista.

Hay también una reivindicación ahogada del propio poeta, de su obra, de su estilo, de su mirada, en definitiva: «Seré mucho menos que todos ellos, /Pero seré yo, /y a eso me aferro», llega a decir en ´Seré' tras hablar de sus referentes poéticos como Cernuda o Vallejo o Luis Rosales.

Pero en la obra destaca la poética, como digo, de lo cotidiano, de esos objetos que tenemos a mano y que para el poeta marcan la frontera de un mundo semántico propio. En La luz de la vela, traza el artista un bello paralelismo entre la luz titilante y la vida que se abre camino: «Nuestras sombras, calientes/ por la cera derretida, deseando que no volviese la claridad».

Naturaleza (con la que el autor tiene una relación especial, un vínculo casi sagrado), hombre, mujer, existencia, años perdidos, años recobrados, melancolía, el camino del conocimiento propio como metáfora de redención son los temas que componen la temática, las obsesiones poéticas del artista, como ocurre en el magnífico Viejas fotos: «La foto, en blanco y negro, / pronuncia mi nombre/ y tiemblo».

Hay también juegos metapoéticos (Cielo único), reflexiones sobre la muerte o el sueño, o pensamientos que basculan alrededor de la idea de la poesía como redención, escribir es vivir, escribir es seguir respirando, escribir porque uno no sabe parar: «Escribo y escribo, / no sé detenerme, / no aprendí a morirme».

Antonov es el séptimo libro de poesía de un autor cordobés que ha abrazado la madurez creativa y que traza su camino con voz callada y paso lento, un poeta con una producción personalísima que ha tenido el premio de la fidelidad de muchos lectores tras una sólida y, sobre todo, coherente trayectoria. Ginés, por cierto, también ha practicado el relato y el microrrelato con notable éxito, y su obra ha sido recogida en diversas antologías.

Entre otros poemarios ha publicado Rutas exteriores (IX Premio Nacional de Poesía Mariano Roldán, 1998), Animales perdidos (2005), Picados suaves sobre el agua (2009), y Aprendiz (2013). Entre sus libros de relatos se hallan El fantástico hombre bala (2010) y Teoría de lo imperfecto (2015). También ejerce la crítica literaria y es profesor de escritura creativa.