Teatro

Diálogos sobre el precio de la libertad

La obra, escrita y dirigida por Pablo Bujalance, ocupará las tablas del Teatro Echegaray los días 28 y 29 de este mes

Lorena Roncero y José Carlos Cuevas, en un momento de la obra.

Lorena Roncero y José Carlos Cuevas, en un momento de la obra. / jóvenes clásicos

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Pocos personajes históricos hay como Marco Bruto que nos plantean tantas preguntas. El dramaturgo, escritor y periodista Pablo Bujalance rescata y contemporaneiza al virtuoso político y militar romano que terminó participando en la conspiración que asesinó a Julio César en Marco Bruto. Sobre la traición, de la compañía Jóvenes Clásicos, para, precisamente eso, interpelarnos y sacudirnos: «El Marco Bruto que me interesa no es tanto el personaje histórico como el espectador. Me interesa no tanto el límite entre libertad y traición que traspasa Marco Bruto, sino el límite hasta el que cada cual cree que vale la pena luchar por el derecho a hacer y decir lo que queramos», dice Bujalance. La función, uno de los estrenos boquerones del XXXVIII Festival de Teatro, ocupará las tablas del Teatro Echegaray a final de mes, los días 29 y 30 (19.00 horas).

Plutarco, Shakespeare y muy especialmente Quevedo (su Vida de Marco Bruto marca el camino de la obra de Bujalance) abordaron la figura del político a partir de «un elemento común», explica el dramaturgo: «Todas las versiones que conocemos del personaje se apoyan en la idea de que la lucha por la libertad te convierte en un traidor. Es una máxima histórica que se da desde Sócrates a los líderes revolucionarios del siglo XX pasando por Jesucristo. Lo que hacemos nosotros es trasladarlo a la libertad de expresión, una concreción que nos permite dialogar de manera más directa con el público». ¿Y cómo se facilita esa conversación? En Jóvenes Clásico lo tienen claro: llevando a Marco Bruto a nuestros días. Así que aquí es un profesor de Historia en un instituto que, tras abordar en clase el Holocausto, establece ante sus alumnos, a modo de juego intelectual, una analogía entre el islam y el nazismo. Al día siguiente, el padre de un alumno musulmán acude al centro a pedir explicaciones y de inmediato presenta una denuncia contra el profesor.

«Entendimos que para dialogar con el espectador de hoy día, para llevar el asunto al mundo contemporáneo, había que abordar la cuestión de la libertad de expresión, porque es ahí donde la lucha por la libertad puede tener un sentido más reconocible», razona el dramaturgo. ¿Es la de expresión la libertad más amenazada hoy en día? «Podemos distinguir otras parcelas en las que los derechos fundamentales se han visto reducidos, pero el auge de la corrección política por una parte y del populismo por otra ha favorecido la asimilación del miedo a nivel social. Todo el mundo sabe que hay determinadas cosas que no se pueden hacer ni decir, y que hay determinadas figuras relacionadas con el poder a las que no se puede criticar. Aquí no ha habido un pacto, nadie ha tenido la ocasión de negociar nada, sino justo eso, una asimilación: la certeza de que ciertas ideas son peligrosas y de que no se deben vulnerar ciertos límites», responde. Al trasladar la acción de los pasillos políticos romanos a las aulas, paradójicamente, todo se vuelve más político aún, expone Bujalance: «Justo la decisión de hacer de Marco Bruto un profesor en lucha por su libertad de expresión le ha dado a la obra un tono mucho más político que el que hubiéramos logrado haciendo de Marco Bruto un diputado o un concejal, lo que por otra parte era la opción más fácil. Uno de los reveses más duros que sufre nuestro Marco Bruto es que la izquierda, con la que él se ha identificado desde siempre de manera, digamos, pragmática, le da la espalda; mientras que la derecha populista, o la extrema derecha, a la que él repudia, le ofrece su apoyo. Nuestro profesor comprende que la reivindicación de la libertad ha quedado en manos de extremistas. Así que está abocado a la soledad y la traición».

Marco Bruto. Sobre la traición, dice Pablo Bujalance, es un proyecto que ha tenido «dos comienzos». «El actor José Carlos Cuevas me propuso que leyera Vida de Marco Bruto, de Quevedo, y me llamó la atención sobre sus posibilidades dramáticas. Yo recordaba a Marco Bruto en el círculo de los traidores del Infierno de Dante. Y se me ocurrió la posibilidad de traer a Marco Bruto desde el Infierno para que explicara sus razones». Ése fue el primero. El segundo inicio tiene un nombre propio, Samuel Paty, el profesor decapitado en París por mostrar en clase unas caricaturas de Mahoma: «Este suceso nos iluminó el camino para conducir nuestro personaje justo a donde queríamos, a través de la historia de un profesor de instituto que que, durante un juego de simulación, establece una analogía en clase entre el islam y el nazismo y empieza a recibir amenazas. Entre la posibilidad de recular y la de reafirmarse, elige acogerse a la libertad de expresión. Y le sucede exactamente lo mismo a Marco Bruto: los suyos le consideran un traidor».