OFM: vuelta con aniversario
Alejandro Fernández
Orquesta Filarmónica de Málaga
Solista: Leticia Moreno, violín.
Dirección: José María Moreno.
Programa: Rosamunda, D. 797 (obertura), de F. Schubert; Concierto para violín y orquesta en Mi menor, Op. 64, de F. Mendelssohn y Octava Sinfonía en Si menor, D. 759, «Incompleta», de F. Schubert.
Lugar: Teatro Cervantes
El regreso de los programas de abono de la OFM tras el habitual parón de enero y febrero traía bajo el brazo varias sorpresas. En primer lugar, el reconocimiento a los treinta años de andadura del conjunto sinfónico por parte de la Delegación de Gobierno de la Junta de Andalucía en Málaga, premio más que merecido que hubiese sido aún más festejado si viniese con un auditorio bajo el brazo. La segunda sorpresa fue la entrega del último trabajo discográfico de la Filarmónica junto a su titular José María Moreno, que en el mes junio llevó al estudio de grabación la Quinta Sinfonía de Mahler. Y finalmente, en lo estrictamente musical, el programa para el reencuentro reservaba para la ocasión la visita del Gagliano de Leticia Moreno.
Programa de gran repertorio centrado en el romanticismo alemán y dos de sus figuras clave, el malogrado Franz Schubert y Felix Mendelssohn. Dos compositores que en los atriles de la Filarmónica de Málaga encuentran acomodo, aunque en momentos como el vivido en el último abono el grado de excelencia y el notable trabajo realizado por el maestro Moreno con el conjunto prometen encuentros de factura sólida y convincente asentados en el diálogo entre secciones y una mayor sensibilidad tanto en empaste como en la emisión. Prueba de esta afirmación la encontramos en la evolución orgánica de la obertura 'Rosamunda' que avanza desde la oscuridad de las cuerdas graves y los primeros destellos de las maderas en lo que resultaría un ejercicio de pulso hasta el tono chispeante de la conclusión.
Estrenado en 1845 el 'Concierto para violín y orquesta' de Mendelssohn en las cuerdas de Leticia Moreno fue sin duda una experiencia reveladora. La violinista madrileña adopta una interpretación que huye del efectismo y regresa a presupuestos centrados en los acentos y el valor de la forma, algo que pone en valor la alargada influencia bachiana que en ocasiones aflora como en el caso de la cadenza que la violinista madrileña aprovechó para dotarla de sentido orgánico y expresión. La estructura sin solución de continuidad de este imprescindible concierto sirvió tanto para solista, batuta y conjunto para construir un discurso sólido en cuanto a dinámicas oscilantes y contrastadas. Destacar el andante central donde el violín de Moreno adquirió un tono lírico sin impostación que quiere asomarse a los primeros compases del tiempo de cierre antes del arrojo técnico del molto vivace.
Los dos movimientos que llegó a escribir Schubert de su inacabada Octava Sinfonía constituyen en sí mismos una pieza de excepcional factura que los profesores de la OFM no dudaron en aprovechar para el lucimiento de las maderas y la densidad desplegadas por las cuerdas, especialmente en el excepcional andante con moto conclusivo. Sin duda alguna el concierto pasado estuvo lleno de gratas intenciones.
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