Crítica musical

Fuego eterno

Reseña del último concierto de abono de la OFM

Alejandro Fernández

Este pasado jueves amanecía con la triste noticia de la desaparición del maestro Antón García-Abril. Habitual de la Filarmónica de Málaga, su legado queda en las grabaciones realizadas por el conjunto sinfónico de páginas del compositor turolense e imprescindible del también triste desaparecido Ciclo de Música Contemporánea de la OFM, por no citar las páginas estrenadas por la orquesta. Quiso el titular de la Filarmónica dedicar este último programa de la OFM a la memoria de este trascendental compositor español.

El octavo abono centró la atención en el gran repertorio de la escuela rusa y su figura más sobresaliente, Tchaikovsky. Casualidad o no, este programa volvía a las hechuras clásicas de obertura, concierto y sinfonía. Para la ocasión la batuta de José María Moreno proponía tres vertientes que concentran buena parte de la capitalidad musical del músico ruso, como es el inagotable caudal temático y melódico, el color orquestal con el que viste a la orquesta y por último, y no menos importante, las angustias y confesiones que traslada al pentagrama.

Tras la gran 'Polonesa' que abre el acto tercero de 'Eugenio Onegin', guiada con energía y decisión por la batuta titular aunque con ciertos desajustes entre secciones, llegaba el turno del Concierto para piano y orquesta número uno en la inesperada sustitución en la última semana de Nikolai Demidenko por el valenciano Josu de Solaun. El pianista español hizo suya la página con el habitual ataque decidido en constante búsqueda de sonoridades y ese poso que evoca a los grandes maestros. Solaun es pura concentración, la más apasionada búsqueda de la sutilidad al teclado lo que lo sitúa entre los más importantes solistas españoles del momento. 

Orquesta Filarmónica de Málaga

Solista: Josu de Solaun, piano.

Dirección: José María Moreno.

Programa: Eugenio Onegin, op. 24 (Polonesa); Concierto nº1 para piano y orquesta en Si bemol menor, Op. 23 y Quinta sinfonía en Mi menor, Op. 64, de P. I. Tchaikovsky

Lugar: Teatro Cervantes

Las lecturas del maestro Solaun parten siempre de una estudiada disección de la partitura con la que acaba construyendo un discurso que camina desde lo enérgico a lo sutil como prueba la introducción del primer movimiento en contraste con los paisajes sonoros de los distintos momentos a solo que brinda el tiempo. El movimiento central caminó por la sensualidad con la que Tchaikovsky da rienda suelta a la tensión acumulada por el capítulo precedente antes de atacar con decisión y necesario énfasis el estallido que anota Tchaikovsky en el allegro con fuoco de cierre.  

En ocasiones, la música ofrece momentos de factura irrepetibles y el concierto pasado de la Filarmónica no fue una excepción en la interpretación de una partitura sobradamente conocida y habitual de los atriles de todas las orquestas. La Quinta Sinfonía de Tchaikovsky fue la protagonista de ese instante y en concreto el adagio cantabile que dibujó el maestro Moreno con la OFM. Si en el movimiento de apertura atesora muchas de las tribulaciones del compositor ruso, lo cierto es que sirvió de excusa para construir el ambiente para ese momento inspirado que fue el adagio continuado después por el tiempo de vals antes de abordar el encendido capítulo final de la sinfonía. Destacar el papel de maderas, metales y cuerdas graves.