Monarquía en ascuas

Tormenta real

La popularidad de la Corona británica se ha mantenido gracias a Isabel II, pero la situación será diferente tras su desaparición. La identificación de los más jóvenes con Enrique y Meghan pone en cuestión el futuro de la institución en las islas y echa nuevo combustible al debate global sobre la monarquía

Una de las últimas apariciones de la familia real británica al completo en el balcón del Palacio de Buckingham. | R. I.

Una de las últimas apariciones de la familia real británica al completo en el balcón del Palacio de Buckingham. | R. I.

Begoña Arce

El 19 de mayo de 2018 lucía un sol radiante en Windsor. Desde muy temprano, la policía había cortado al tráfico en las calles y miles de personas se apostaban en las aceras para ver pasar a los novios. Enrique y Meghan Markle recibieron una gran ovación cuando, recién casados, se pasearon en coche de caballos entre la multitud. Una boda real perfecta. «El día en que la monarquía abraza el futuro multicultural de Gran Bretaña», pregonaba el Daily Mail, que echaba las campanas al vuelo. Los duques de Sussex «reflejan verdaderamente a la Gran Bretaña moderna». «Las personas birraciales -proseguía el tabloide ultraconservador- son el grupo étnico que más rápidamente crece en el país, pero pueden a veces sentirse marginadas e incomprendidas. Tener a alguien como Meghan hablando de esos asuntos puede ser lo que hace falta». Seguramente hacía falta, pero cuando finalmente Meghan ha hablado de «esos asuntos», lo último que ha recibido de la familia real o de la prensa como el Mail son parabienes y mensajes de agradecimiento.

Así es, si así os parece

La brutalidad y rapidez de la ruptura entre los Sussex con la institución monárquica ha sido un reflejo de los tiempos que corren. La interpretación de la entrevista de Oprah Winfrey ha mostrado la brecha generacional a la hora de valorar lo dicho en ella. Un «así es, si así os parece», porque cada cual ha sacado las conclusiones que ha querido.

Los defensores de la pareja han visto confirmadas las sospechas de racismo, de incomprensión con los problemas de salud mental y la incapacidad de la monarquía británica de acoger a los que llegan nuevos a La Firma, como ya ocurriera con la princesa Diana. Pero también se han sentido validados quienes recelaban de las intenciones premeditadas de una estrella menor de la televisión americana; una arribista, pensaron, y no han dado crédito a sus acusaciones de racismo y maltrato psicológico contra la familia real.

Los sondeos han mostrado que en el primer grupo están la mayoría de los norteamericanos y muchos de los jóvenes en el Reino Unido. En el segundo, los británicos de cierta edad, nostálgicos del pasado, aferrados al ejemplo inamovible de una soberana que ya ha cumplido 94 años y lleva 70 en el trono.

En América han alabado a Meghan, Michelle Obama, Hillary Clinton e incluso el presidente Joe Biden. Los asuntos a los que ha aludido la duquesa trascienden su experiencia personal y traumas, reales o fingidos. El semanario británico The Economist apunta a que quizá la más dañada con la entrevista no sea la monarquía, sino «la reputación británica de sociedad liberal, tolerante con la diversidad racial».

Las acusaciones llegan en un momento de confrontación en el Reino Unido, con la revisión crítica del pasado imperial o la relación de grandes personajes históricos con la esclavitud. En los últimos años se han derribado estatuas y se cuestiona el origen colonial de antigüedades guardadas en los museos.

La monarquía atrapada

El historiador británico Simon Schama, profesor de la Universidad de Columbia, cree que «todo es un asunto de crisis de identidad». Schama ha hablado en el New Yorker de la polarización sufrida con el brexit y de cómo la unidad del Reino Unido se ve amenazada por la posibilidad de un referéndum de independencia en Escocia. «Hay una especie de neurosis nacional, que normalmente aplacaría la monarquía. Pero la monarquía está atrapada, tratando de hacer dos cosas contradictorias -señala Schama-. Para calmar una crisis nacional debe ser una institución intemporal, pero para la gente joven británica en particular debe ser una institución de nuestro tiempo».

En un sondeo de Opinium publicado por el dominical The Observer, el 46% de los consultados cree que la familia real ha sido racista «en los últimos años». La mayoría, un 55%, piensa que el Reino Unido debe seguir siendo una monarquía, pero esa aceptación ha caído 6 puntos desde noviembre de 2019.

Una vez pasada la primera avalancha de reacciones al talk-show de Oprah Winfrey, empieza a haber consenso de que -por el momento- la Corona británica no se tambalea. La institución, anteriormente, ya había salvado otras papeletas iguales o peores.

Estos días se compara exageradamente la espantada de Enrique y Meghan con la abdicación en 1936 de Eduardo VIII por Wallis Simpson. Aquel fue un terremoto que trastocó la línea de sucesión al trono, algo que ahora no está en cuestión. La propia boda de Isabel II suscitó tensiones al haber elegido por esposo a alguien demasiado próximo a la Alemania de Hitler. Las hermanas del duque de Edimburgo estaban casadas con altos oficiales nazis. Hace 25 años, las revelaciones de adulterio de Diana de Gales y la volcánica reacción popular tras su muerte pusieron contra las cuerdas a los Windsor. Los británicos cuestionaron la reacción de la reina Isabel II y la reputación del príncipe Carlos, cuya popularidad nunca ha sido excesiva, quedó destruida.

La última década había discurrido en relativa calma. Guillermo y Catalina han resultado ser una pareja muy aburrida, que se ha amoldado a las exigencias de la institución y a la consigna de lavar los trapos sucios en casa. El escándalo retornó con la entrevista fallida del príncipe Andrés a la BBC, sobre su relación con el pederasta americano Jeffrey Epstein. Quien ha tenido fama de playboy desde sus años universitarios, cuando trabó amistad con Ghislaine Maxwell -inculpada en la red de tráfico de chicas menores de edad-, niega haber mantenido relaciones sexuales con una de las menores del caso. El FBI aún trata de interrogar al hijo de Isabel II, que ha sido apartado de todas las tareas oficiales de la familia real.

Un chequeo a la realeza europea

  • Bélgica:  La aparición de una hija ilegítima del rey Alberto y un desvío de 175.000 euros de la Marina por parte del príncipe Laurent para decorar su casa (monto que acabó devolviendo) son las principales muescas de una Corona que aún mantiene su imagen de discreción y unidad ante flamencos y valones y que hace poco pidió perdón por la barbarie colonial del rey Leopoldo. «Un rey no puede ocultarse, ha de enfrentarse a lo que a él le toca vivir y a lo que su dinastía hizo antes que él», dijo Felipe. 
  • Holanda:  De abril a diciembre, la Corona holandesa ha sufrido un apagón de popularidad. Si en primavera tenían una aprobación del 76 %, al acabar el año este índice se despeñó hasta un 47 %. Entre una marca y la otra, dos incidentes covid. En agosto, Guillermo y Máxima se fotografiaron sin distancia social ni mascarilla con un chef en Grecia. Y en octubre, los sorprendieron de vacaciones en su casa del Peloponeso cuando el Gobierno había decretado una cuarentena parcial y había pedido no viajar al extranjero. Los reyes tuvieron que volver y pedir disculpas.
  • Dinamarca:  Tras los sainetes conyugales entre la reina Margarita y su marido, y la afición del príncipe Joaquín por las juergas y la velocidad, el año pasado trascendió que el príncipe heredero Federico había adquirido en el 2010 un chalé de lujo en las pistas de esquí suizas, sin que el Parlamento tuviera conocimiento, y lo alquilaba por 12.000 euros semanales. La celebración, en abril, de los 80 años de la reina Margarita, supuso una reparación de daños. 
  • Suecia:  En los últimos años, la Corona sueca ha alternado las informaciones sobre las orgías del rey Carlos Gustavo de Suecia -con pagos de los servicios secretos para acallar a testigos y participantes- con las gestos de sobriedad de la institución, que ha descabalgado a varios miembros de la familia de los presupuestos.
  • Noruega:  Los altibajos de la Corona noruega han sido básicamente emocionales: en los últimos tiempos han llorado la muerte de Ari Behn -que estuvo casado durante catorce años con la princesa Marta Luisa- y se han asombrado con el novio chamán de la princesa. Las cuentas son claras: se fiscalizan de forma interna y externa, y tanto el presupuesto como sus negocios personales se someten al escrutinio público.  

Futuro incierto

A pesar de las crisis, la monarquía británica ha mantenido la popularidad década tras década gracias a la figura de la reina. Sin embargo, cuando desaparezca, es de prever que las cosas van a ser muy diferentes. El anacronismo de la institución se cuestionará con más vigor, al igual que se está cuestionando en otros países. De cara a un futuro cercano, el no haber sabido, o no haber querido, encontrar un hueco en la familia real para Meghan puede haber sido una oportunidad perdida.