Serie de televisión

Esclavos y esperanza, según Barry Jenkins

El director de la oscarizada Moonlight habla sobre El ferrocarril subterráneo, su grandiosa adaptación de la novela de Colson Whitehead, premiada con el Pulitzer en 2017. El cineasta estadounidense no elude ni suaviza la violencia de la esclavitud en EEUU. La serie ha llegado este fin de semana a Amazon Prime Video

Una imagen de «El ferrocarril subterráneo».

Una imagen de «El ferrocarril subterráneo». / AMAZON PRIME VIDEO

Juan Manuel Freire

A estas alturas de la última edad dorada de las series ya no nos sorprende que cineastas recientemente oscarizados se decidan a hacer una serie en lugar de otra película. Ya no existe un medio inferior al otro. Simplemente, se trata de escoger el mejor para contar determinada historia. Barry Jenkins, autor de la oscarizada Moonlight, sabía que su adaptación de El ferrocarril subterráneo, la novela que valió a Colson Whitehead su primer Pulitzer de ficción, debía ser una serie. La estructura del libro, inspirada en el trasvase entre mundos de Los viajes de Gulliver, se prestaba a esa clase de narración episódica. Y rodar casi 600 minutos (distribuidos en diez episodios) en lugar de 120 serviría para transitar orgánicamente de las partes más cruentas de la historia a las más luminosas.

El primer capítulo de El ferrocarril subterráneo (Prime Video, el pasado viernes) no concede respiro. Como el del libro, se desarrolla en la plantación de Georgia donde la esclava Cora (Thuso Mbedu) nació, creció y ha sufrido toda clase de calamidades. Su madre no está ahí para cuidarla. Sufrió una violación múltiple. Fue expulsada a la peor casa y nadie acudió a ayudarla. Tras proteger a un niño como un escudo, es castigada con el látigo durante tres mañanas seguidas. Jenkins no elude ni suaviza esa historia de violencia: hacerlo sería casi como borrar la tragedia de sus ancestros, quitar peso a una institución tan monstruosa como la esclavitud.

«La ventaja de hacer una serie era también que el espectador podría pasar una escena si le parecía demasiado», nos explica a través de videollamada. «Pero tengo el deber de presentar esas imágenes de forma tan directa como sea posible. Hay que reconocer lo que fue Estados Unidos. No puedo no decir la verdad».

Cuando el esclavo Caesar (Aaron Pierre) habla a Cora sobre la posibilidad de escapar por medio de un ferrocarril subterráneo, esta decide arriesgarlo todo y viajar hacia el norte. Este ferrocarril no es ninguna metáfora para una red clandestina de rutas secretas y casas seguras: es un ferrocarril con sus vías, sus conductores y sus ingenieros. Durante la huida, Cora hiere fatalmente a un chico blanco, lo que convierte a los fugitivos en objetivo de Ridgeway (Joel Edgerton), cazador de esclavos sin compasión.

Para Edgerton, lo más interesante del proyecto no era solo «Jenkins, aunque su nombre habría bastado», sino «la oportunidad de introducirse en los mecanismos mentales de la supremacía blanca, sobre la que siempre me he hecho muchas preguntas: ¿Cómo se crea un supremacista? ¿Cómo se genera esa clase de moral?».

Una visión nueva y personal

Quienes hayan leído el libro de Whitehead no tendrán excesiva sensación de déjà vu: Jenkins, director de todos los capítulos, ha hecho bastantes cambios argumentales y convertido lo que eran imágenes abstractas en portentos tangibles. «Estoy empeñado en trabajar con el material de genios. Tarell Alvin McCraney, cuya obra originó Moonlight, es un genio. También lo era James Baldwin, autor de El blues de Beale Street. Cuando hice esta última película, quise ser tan respetuoso con el autor que era difícil decir dónde empezaba mi propia creación. Colson, a pesar de ser un genio, supo entender que tuviera ganas de hacer algo nuevo y no atarme a lo que pasaba en su libro. Cuanto más avanzamos en el proyecto, más libertad nos dimos a nosotros mismos para crear».

A menudo se habla de la televisión como un medio limitador, poco amigo del supuesto verdadero arte y los supuestos verdaderos artistas. El ferrocarril subterráneo, una serie llena de cine, quita peso a esa concepción como pocos títulos recientes. Un poco como el Paul Thomas Anderson de Pozos de ambición y The master, Jenkins combina los principios cinematográficos de vieja escuela con bellas erupciones de experimentación. Por supuesto, no faltan las preciosas miradas a cámara heredadas de ese gran humanista llamado Jonathan Demme.

Los actores que entregan esas miradas son una revelación. Thuso Mbedu, conocida en Sudáfrica por su trabajo en telenovelas, ofrece una precoz clase maestra en el papel de Cora. «Cuando trabajo –nos explica–, trato de sumergirme a fondo en la psicología del personaje. Y para ello es importante conocer el contexto. Jenkins me envió un puñado de lecturas y cosas para escuchar y eso fue todo lo que leí y escuché durante varios meses».

Otra revelación, Aaron Pierre, deslumbra como el poco expresivo a la vez que imposiblemente emotivo Caesar. «Esa quietud aparecía ya en el guion», señala el actor. «Pero fue algo en lo que insistí. Me parecía más interesante y profundo encarnar a Caesar como un hombre quieto; un hombre quieto que, al mismo tiempo, guarda un volcán en su mente». El gran William Jackson Harper (Chidi en The good place) encarna a Royal, un hombre libre que intenta liberar a gente esclavizada. «Es confiado, es amable, es alguien adelantado a su tiempo», dice Jackson Harper. «Es muchas cosas que algún día me gustaría ser».

Pero Jenkins no se ha rodeado solo de nuevos colaboradores. En la serie no faltan hombres de confianza como James Laxton (director de fotografía) y Nicholas Britell (compositor), esenciales en la creación de no solo un mundo, sino varios; cada uno de los estados geográficos y mentales por los que pasa Cora.

Para cerrar los capítulos, sea como sea, Jenkins no tiró del score de Britell sino de canciones de diversas épocas que se ajustaban como un guante a dramas de los Estados Unidos preguerra civil: diez guindas de emoción.