Opinión

El Festival de Málaga se asegura una vez más su propio horizonte

Balance de la vigésimo cuarta edición del certamen de cine en español

Villaronga y uno de sus productores, antes de subir a recoger la Biznaga de Oro

Villaronga y uno de sus productores, antes de subir a recoger la Biznaga de Oro / Gregorio Marrero

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Lo único positivo de remar a la contra es que el mero ejercicio de resistencia, sin más, otorga una cierta cualidad heroica que disipa errores y problemas. Y está bien que así sea cuando lo importante es sobrevivir, ese la vida y nada más, como diría Bertrand Tavernier. Ya habrá tiempo de lupas, detalles y exigencias; ahora lo que tocaba era apostar por la cultura, por el cine como barricada en tiempos complejos, difíciles y perturbadores. Así que quizás el mayor éxito de la vigésimo cuarta edición del Festival de Málaga sea su propia celebración, como lo fue el de la vigésimo tercera, la anterior.

Dos ediciones para la historia

Me da la impresión, o quizás sea más bien un deseo, de que el coronavirus marcará una muesca importante en la historia de nuestro certamen. Juan Antonio Vigar, su director, siempre ha diseñado la cita para ser «de utilidad» para el audiovisual español y creo que la prudente valentía de estas dos convocatorias con mascarillas servirán para dar pasos de gigante en este propósito: el sector, me cuentan, se siente en cierta deuda con un festival que se lió la manta a la cabeza, dio un paso adelante y marcó el camino a muchos acontecimientos culturales posteriores. Ojalá el compromiso de la ciudad con la gente del cine español se traduzca en mayores oportunidades para el certamen en las batallas en los despachos por hacerse con determinados nombres y películas y también de una mayor sensibilidad de algunas instituciones.

El certamen ya tiene personalidad

En cualquier caso, hace ya bastantes años que el Festival de Málaga tiene una personalidad marcada, inclusiva y popular. Toda su estrategia está planteada desde la invitación al mayor número posible de espectadores y cineastas, a no hacer demasiadas distinciones que pudieran ser, en realidad, discriminaciones. El DNI del certamen esdecididamente ecléctico: lo mismo se estrena aquí 'Operación Camarón' que se premia un filme contundente y hondo de Agustí Villaronga en blanco y negro (El ventre del mar). ¿Por qué son excluyentes ambos filmes? ¿Acaso también se equivocan en Cannes cuando programan como estreno sorpresa la novena entrega de 'Fast and Furious'? Hace tiempo que los responsables del certamen malagueño se dieron cuenta de que hay que acercarse a otros niveles, que ahora la noción de cultura implica la de acontecimiento (nos guste más, nos guste menos, con su escala de grises, por supuesto), de que, a veces, hay que salir de la sala y de que desmintiendo a Luis Eduardo Aute «no todo en la vida es cine».

Bravo por el «scouting»

El tiempo le está dando la razón al Festival en algunos, bastante asuntos. Los creadores jóvenes y con hambre necesitaban un escaparate promocional con posibilidades, un espacio en el que ser descubiertos y, después, ser catapultados a los premios mayores. Y ahí llegó 'Las niñas', de Pilar Palomero: primera vez que un Goya al Mejor Filme va a una Biznaga de Oro a la Mejor Película. Objetivo cumplido. La apuesta de scouting del certamen sigue siendo redonda: atención a Júlia de la Paz ('Ama'), Ainhoa Rodríguez ('Destello bravío') y Carol Rodríguez Colás ('Chavalas'), nombres que trascenderán las fechas del certamen y que se oirán mucho a lo largo de la temporada y las próximas. Pues aquí las vimos primero.

¡Que vuelvan los gritos, por favor!

¿Qué cita cultural masiva se organiza ahora dando la espalda al público? Pues en Málaga creyeron en que el cine español tiene un star system propio que atrae a un numeroso conjunto de la población. Y muchos pensaron que iban a ser cuatro chavales frikis y carpeteros con autografitis. Pero no fue así. Y ahora, después de dos años en dique seco por la maldita pandemia, quién se imagina un Festival de Málaga sin gritos ni fenómeno fan (quién me iba a decir a mí hace unos años que iba a escribir esto); ahora, cuando necesitamos imperiosamente regresar a la vida, la experiencia colectiva y la diversión, nos damos cuenta de que quizás menospreciábamos todo eso, de que quizás la circunspección puede ser elitismo y que el elitismo es... un rollo.

Bien por la implicación de Antonio Banderas

Qué bien que Antonio Banderas esté más presente que nunca en el Festival de Málaga. Y es que resultaba un tanto raro que el presidente de Honor del certamen apenas se pasara por él, pero parece que por fin hay sincronía y complicidad. Por cierto, como siempre, el actor malagueño y líder del Teatro del Soho-CaixaBank supo estar en su sitio: lo fácil habría sido llamar más la atención, sobresalir al entregar la Biznaga de Oro a la Mejor Película pero el intérprete hizo justo lo contrario, saber de que era la velada de los galardonados, no la suya.

La importancia de los jurados

Un elemento fundamental de un certamen pero del que apenas se habla: sus jurados. Elegir a los tribunales cinematográficos no es poca cosa: de ellos depende que una de las señas de identidad de un festival, su palmarés, sea riguroso, independiente, interesante. Este año, se podía haber continuado la línea de aupar debuts de realizadoras, como en convocatorias previas se hizo con Carla Simón ('Verano 1993'), Elena Frapé ('Las distancias') o la citada Pilar Palomero. Casi cualquiera de las también mencionadas Júlia de la Paz, Carol Rodríguez Colás o Ainhoa Rodríguez podrían haber sido más que dignas ganadoras de la Biznaga de Oro, desde luego. Pero la intrépida Nora Navas, presidenta del jurado, decidió que era el momento de Agustí Villaronga, uno de los grandes realizadores de nuestro cine pero al que, sin embargo, le cuesta Dios y ayuda levantar sus proyectos (bien es cierto que no son fácilmente asimilables por el público masivo y, por tanto, ahuyentan a los productores más peseteros). Tiene 68 años, está en plena efervescencia creativa y ha hecho una película para recordar. Me gusta que un certamen tenga su personalidad, y que, de vez en cuando, la drible de alguna manera.