Critica

A solas con De Solaun

Crítica del concierto de Josu de Solaun en la Sala María Cristina

Josu de Solaun.

Josu de Solaun.

Alejandro Fernández

Solista: Josu de Solaun, piano

Programa: obras de F. Chopin, F. Liszt y R. Schumann

Lugar: Sala María Cristina

Dos grandes programas en el mes de marzo, de temática sacra, y seis grandes conciertos, que arrancaron a mediados del mes de abril, en la Sala de Conciertos María Cristina constituyen la vuelta de los encuentros de la decana Sociedad Filarmónica. Citas imprescindibles, con enjundia y habilidad para conseguir las habituales cotas de excelencia tanto en lo musical como en lo interpretativo. Prueba de esta afirmación fue el esperado reencuentro con el piano del español Josu de Solaun, que en marzo pasado imprimió su inconfundible personalidad en el Concierto para piano y orquesta de Tchaikovsky junto a la Filarmónica de Málaga.

Josu de Solaun reaparecía en la agenda musical con tres grandes nombres del piano del diecinueve, Chopin, Liszt y Schumann. Tres pianistas, tres personalidades y una sola sensibilidad capaz de establecer conexiones entre compositor e intérprete. Solau tiene esa habilidad natural de entablar diálogos con el oyente al que hace partícipe del programa. El músico valenciano opta siempre por ocupar la mínima atención para focalizarla en lo que entiende que es el hecho musical en sí mismo, arrastra al auditorio no a la perfección de la emisión, innata en el maestro, sino al corazón mismo de la partitura que asume con sentido crítico, interpretativo pero sobre todo como lectura personal y es aquí, en este punto donde el piano de Solaun cobra sentido y valor.

Aunque el programa se sucedió sin solución de continuidad es posible distinguir tres grandes bloques temáticos encabezado por el piano de F. Chopin con cuatro páginas del amplio catálogo de músico polaco comenzando por el delicado Impromptu nº 2 página que crece de unos delicados acordes dibujados por la mano derecha que poco a poco va creciendo y moviendo el registro grave hacia el agudo reservando para la coda conclusiva espacios para el virtuosismo que Solaun subordina a la visión de conjunto de la partitura. El Nocturno nº1 del op. 62 y su estrutura ternaria se sucedió sin apenas interrupción en el lo que apetecía el motivo central de marcado sentido lírico en contraste si se considera el enérgico Scherzo del op. 39 lleno de color y energía. Toda una experiencia musical coronada con la Balada del op. 62 que completaba este sueño a caballo entre lo épico y lo lírico. Solaun concibió estas cuatro páginas como si de un solo movimiento se tratara aportando así cierta unidad estética pero también expresiva.

El primero de los Mephisto-Walzer de F. Liszt serviría de puente entre el piano de Chopin y la esperada Gran sonata op. 11 de Schumann articulada en cuatro tiempos contrastantes de gran exigencia técnica en la que Solaun volcó toda la tensión acumulada a lo largo del recital. La Gran Sonata sirvió para concluir oficialmente el concierto pero la insistencia del auditorio que llenaba la Sala María Cristina llevó al gran maestro a prolongar el concierto hasta con cuatro propinas ya fuera del programa.