Entrevista | Pilar Pascual Echalecu Escritora

«Nuestras madres no fueron libres pero nos educaron para serlo»

Acaba de publicar 'El viento que sopla salvaje' (Planeta), una historia de amor, también de un crimen, de la relación entre una madre y una hija, la reivindicación del poder del deseo y la libertad femenina y, de fondo, o no tanto, un fresco de la Málaga del 1918 - «Me he documentado mucho sobre la ciudad de aquella época pero no buscando su representación objetiva sino otra, más bien, impresionante», asegura la autora, nacida en Málaga

La escritora, con un ejemplar de su libro

La escritora, con un ejemplar de su libro / P. P. E.

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Ambientar la novela en la Málaga de comienzos del siglo XX habrá supuesto un desafío en términos de investigación y documentación, ¿verdad? Tengo la sensación de que usted es muy detallista en ese sentido…

La documentación fue una tarea ardua, pero yo conté con la ventaja de que conozco bien Málaga y, aunque no pude escribir la obra in situ, tengo bien grabados en mi memoria cuestiones igual de importantes para envolver al lector como son el olor del mar, el del jazmín o el de la dama de noche, la humedad, las texturas, la propia cadencia de la ciudad, sus colores… El color del cielo malagueño no es el mismo que el Madrid, por poner un ejemplo. Cuando me documentaba sobre la inauguración de Los Baños del Carmen y lo que supuso para la ciudad, más allá de los datos históricos, buscaba esos detalles que revivieran para mí cómo era en 1918 ese lugar que siempre me ha cautivado. Una vez has recogido todos los detalles, una vez los has interiorizado, te centras en tu historia y la imaginación dirige el barco. En ese momento, tengo todos los sentidos en sintonía, como cuando camino por el Paseo de Sancha: por mil veces que lo haya hecho antes, me fijo en los aromas, en los colores, en los sonidos, en la forma de andar de quién me cruzo igual que observo los árboles... cuando un lugar me gusta todo me embarga, todo me interesa.De todos modos, en la novela no he intentado hacer una representación objetiva de aquella realidad y seguro que no es perfecta en ese sentido. Es antes una novela impresionista que realista.

Leí en una reseña que El viento que sopla salvaje es «un homenaje a una Málaga que se nos fue, como tantas cosas del siglo pasado, con una huella que se difumina cada día que va pasando». ¿Ha sido esto consciente o salió así?

Supongo que la novela puede leerse en ese sentido, pero para mí tiene un regusto vital, no de nostalgia, en cuanto a lo que a Málaga se refiere. La belleza de esos parajes malagueños, del Limonar, La Caleta..., por poner dos casos, cuyos vestigios cualquiera puede visitar, son para mí un tiempo presente al que acudo cada ciertos meses. Yo ambienté El viento que sopla salvaje en Málaga porque mis veranos están asociados a la ciudad y a mi familia. No fue algo deliberado, pero parece lógico que fuera esa la elección: cuando tú escribes inventas, pero es imposible separar imaginación de memoria. En cuanto a la elección del contexto temporal, fue Verónica, la madre de Olivia cuya muerte es un misterio, la que me llevó hasta 1918. Yo tenía la pretensión de escribir una novela situada en la actualidad, pero cuando pensaba en Verónica ella me llevaba una y otra vez a ese tiempo entre sombreros canotier, la nueva moda que llegaba de París y los carteles de Penagos o los cuadros de Sorolla: me arrastró hasta allí y no pude resistirme a ese viaje en el tiempo. Lo he disfrutado mucho.

También habrá sido una experiencia muy personal para usted, ya que pasó, dice, algunos de los mejores momentos de su infancia en Málaga, de veraneo. ¿Ha habido mucho de buceo interior en ese proceso de documentación?

Sí, aunque yo vuelvo a Málaga siempre que puedo, en cualquier estación y normalmente cada año. Es mi otra ciudad, mi otro hogar: tengo una familia muy grande y muy unida aquí. El amor a la tierra, como otros afectos, puede trasmitirse. Yo lo heredé de mis padres, que se trasladaron de Málaga a Madrid siendo yo muy pequeña. Aparte, el verano aquí tiene una cualidad distinta al resto de recuerdos de otros momentos vitales míos en Málaga, y eso es porque la infancia es un periodo intenso, donde los estímulos están muy vivos y el corazón muy abierto.

El viento que sopla salvaje se presenta como una novela de intriga pero también de personajes. ¿Cómo se logra el equilibrio para que el peso no se decante por uno u otro? ¿Ha sido ése el principal reto en el proceso de escritura?

Por un lado, no creo en la distinción entre baja y alta literatura, es una división obsoleta y tal vez tenga su origen en un cierto elitismo intelectual. Es innegable que hay obras que ponen su acento en el entretenimiento, en lo que otras se afanan en ahondar en el sentido de la vida. Una obra no es mejor o peor per se por poner el acento en un aspecto, en otro, o en los dos. Yo, efectivamente, busqué ese equilibrio en El viento que sopla salvaje. Si lo he logrado será porque soy capaz de gozar con ambos aspectos mientras escribo y cuando leo. Más allá de esto, en la escritura en sí, los personajes son mi brújula, pero la historia es la que me marca siempre la temperatura.

También es una reivindicación del poder del deseo femenino, de aceptarlo, visibilizarlo. Verónica es una heroína trágica, inteligente, libre e idealista... ¿Ha conocido muchas Verónicas en su vida?

Sí, en la vida real y en la ficción también. Nunca olvidaré a Jo March, Escarlata O’Hara, o Elizabeth Bennet… ni tampoco a Sarah Connor y la teniente Ripley [Risas]. Todas ellas, mujeres reales y de ficción, me han marcado. Los referentes son importantes y necesarios.

Y luego está la relación entre Verónica y su hija, Olivia, quizás el corazón de la novela.

Ese binomio madre-hija es sobre el que yo quería hablar. Es una relación siempre intensa que marca la vida de cualquier mujer. Si además la madre tiene una personalidad solar, tan contundente como la de Verónica, supone un faro referencial para toda la vida, para lo bueno y para lo malo. Por otro lado, me interesaba mucho cómo una madre puede educar a su hija en el «mal de la libertad», como Verónica lo llama, sabiendo que eso puede convertir a su hija en una «apestada» por ir contra el mandato social. Verónica en eso no es una excepción: cualquier madre se ha visto en el dilema de tener que elegir entre educar a su hija en la libertad que es su derecho o reprimirla debido a los peligros que comporta vivir libremente en un mundo aún machista. No me parece una elección fácil: debemos mucho a las generaciones de nuestras madres que, con todas sus contradicciones, nos educaron para ser independientes y darnos cuenta de que nuestra libertad debía equipararse a la de nuestros compañeros. Ellas no la tuvieron, pero inculcaron esa semilla en nuestra generación. Por eso, más allá de las connotaciones particulares del carácter de Verónica creo que su experiencia como madre y como mujer es universal. También la de Olivia como hija lo es. Está relación madre-hija es la columna vertebral de la novela.