Toros

Sinfonía de toreo en dos tiempos de Morante de la Puebla, que corta una oreja en la Corrida Picassiana

El diestro protagonizó una inspirada tarde de toros en el regreso de las corridas al coso de La Malagueta. El pobre juego de los astados condicionó las actuaciones de Juan Ortega y Pablo Aguado

Daniel Herrera

726 días han pasado desde que, por última vez, sonara el tradicional ‘Pan y toros’ en La Malagueta. Ayer, por fin, el pasodoble con el que cada tarde de toros en Málaga arranca el paseíllo, volvía a resonar en los tendidos del coso del Paseo de Reding.

Con lleno dentro del aforo permitido del cincuenta por ciento, la plaza lucía bellísima, resplandeciente entre la ilusión de los aficionados y la responsabilidad por cumplir el exhaustivo plan de seguridad habilitado para la ocasión.

Las ya clásicas toreografías en las tablas y sombreros de picador multicolores que cubrían las barreras contrastaban con el homenaje al diestro Pepe Luis Vázquez en el centenario de su nacimiento. En un ejercicio de diplomacia magistral, dos tierras andaluzas como son Málaga y Sevilla se hermanaban en este festejo.

Pepe Luis, hispalense de madre malagueña, ha protagonizado el cartel de una mini feria que comenzaba con uno de los carteles más rematados que se pueden anunciar en esta segunda temporada de pandemia. Morante, Ortega y Aguado, sevillanos ellos, se veían por primera vez a las orillas del Mediterráneo.

La expectación máxima dependería su resultado, triunfal o decepcionante, del juego de las reses de Juan Pedro Domecq, criador jerezano que recibía en ese mismo festejo un trofeo que el Colegio de Veterinarios tenía pendiente entregar desde que en 2017 se indultara por parte de Enrique Ponce al ya famoso toro Jaraiz.

Esta Picassiana, a diferencia de aquella anunciada con el sobrenombre de Corrida Crisol, fue en lo musical más sobria. Pasodobles orquestados y piezas clásicas en los entreactos contribuyeron al espectáculo completo que proponía, nada más salir el primero de la tarde, Morante de la Puebla.

El diestro Morante de la Puebla estuvo absolutamente entregado. | GREGORIO MARRERO

El diestro Morante de la Puebla estuvo absolutamente entregado. / GREGORIO MARRERO

Como en la mayor de las ceremonias, la Orquesta Sinfónica Provincial ponía las notas musicales al regreso de la tauromaquia a su templo malagueño; acrecentado además con el carácter personal que le dota cada año a la Corrida Picassiano ese boquerón parisino que es Loren Pallatier.

Una tarde llena de disposición

Los lances de recibo con una rodilla en tierra ya nos delataban una imagen añeja que provocaba los primeros olés con rotundidad cuando se estiraba a la verónica para ir ganándole terreno hasta los medios. La media en el centro del anillo parecía insuperable, pero no fue así. Repitió la suerte en el quite que realizó tras llevar al toro al caballo con chicuelinas al paso llenas de gracia. Aún mejor. Tras parear con la brillantez que nos tiene acostumbrados Juan José Trujillo, que compartió el saludo con su compañero Sánchez Araujo, Morante quiso redondear su obra con la muleta comenzando junto a tablas con una mano en el estribo. Lamentablemente, la falta de fuerza que había mostrado de inicio el animal se fue acrecentando hasta impedir los momentos mágicos que nos tenía preparados el matador. Las estimables tandas, fundamentalmente por el pitón izquierdo, no fueron suficientes para pasar de una fuerte ovación tras una estocada casi entera y muy tendida.

Toda la ilusión estaba depositada en su segundo, pero el primero de Parladé que saltaba al ruedo presentaba una acusada debilidad en los cuartos traseros. Cuando pensábamos que el diestro iba a abreviar, comenzó la faena con ayudados por alto para cerrar una primera serie con una trincherilla marca de la casa. Había margen para la esperanza, sobre todo porque Morante está en un momento en el que las musas de la inspiración se desbordan de su alma torera. Y así fue, por encima de cualquier expectativa, con un diestro absolutamente entregado, enrazado y valeroso. La última tanda, citando de frente y metido entre los pitones, fue un auténtico manjar. Morante, ayer en Málaga, estuvo para comérselo. Mató de un pinchazo y estocada, y la petición de oreja fue incontestable. Justo premio a la sinfonía de toreo que regaló a la afición malagueña. En dos tiempos, con el capote en el primero y con la muleta en su segundo.

Pablo Aguado llegó al coso malagueño ya como figura del toreo. | GREGORIO MARRERO

Los aficionados dieron su calor a las cuadrillas. / Gregorio Marrero

Una corrida de pobre juego

Juan Ortega es uno de los toreros que más se ha revalorizado en estos años de pandemia. Ya lo apuntó antes, pero fue en 2020 cuando dio el salto definitivo a los grandes carteles de arte. Ayer en Málaga tenía una nueva prueba de fuego, y no estaba dispuesto a dejarla pasar. Ya lo demostró osando a realizar un quite a Morante en el que abría plaza. En el suyo, cargaba la suerte de salida en verónicas acompasadas a las embestidas de un burel con nobleza pero falta de raza. Lo fue mostrando conforme avanzaba la lidia, a pesar de que se le quisieron hacer las cosas bien tanto en el caballo como en banderillas. Las ilusiones estaban en todo lo alto para la faena de muleta, que comenzaba con gusto hasta que el animal se rajó. Le quiso consentir en la querencia, sin obligarle lo más mínimo, pero ni por esas…

El segundo de su lote ratificó que no tuvo suerte en el sorteo. Este toro no le permitió estirarse a la verónica como le habría gustado, y a la muleta llegaba parado y defendiéndose. Quiso justificarse, pero realmente no había materia prima para sacar lucimiento, y no le quedó otra que coger la espada y desistir.

Los aficionados dieron su calor a las cuadrillas. | GREGORIO MARRERO

Pablo Aguado llegó al coso malagueño ya como figura del toreo. / GREGORIO MARRERO

Por fin pudo debutar en La Malagueta Pablo Aguado, que se perdió la Picassiana de 2019 en la que estaba anunciado por un percance. Dos años después, ya no como revelación sino consagrado en figura del toreo, se encontraba en primer lugar con una birria de Juan Pedro. Sin fuerza ni raza. No era un animal incómodo para el torero, pero no ofrecía la más mínima sensación de emoción. Una tanda en redondo pareció levantar los ánimos, y hacía que el maestro Víctor Eloy López hiciera sonar a su Sinfónica. Lamentablemente, el toreo se convertía en acompañamiento a la música en una faena tan insípida como el toro que había en el ruedo.

Cuando saltaba el último del encierro, los espectadores seguían sedientos de disfrutar de la pureza del torero, que al fin y al cabo es de lo que se trata por encima de otros accesorios estéticos o musicales que puedan servir de complemento. No se vivió con el capote de Pablo Aguado, inédito aún en Málaga. Afortunadamente, subió en nivel con la franela, con algún natural con hondura a otro toro de Parladé que se dejó. No fue una faena para la historia, simplemente vistosa, y rematada con una estocada perpendicular que hizo que asomaran algunos pañuelos en una petición sensiblemente inferior a la anterior y que el palco no concedió.