Entrevista | José Luis Gil Actor

«El Gobierno parte de la idea equivocada de que el teatro es una actividad de ocio»

El intérprete aragonés encarna en Eduardo II. Ojos de niebla al monarca Eduardo de Carnarvon (1284-1327), un rey presionado hasta el chantaje por los poderes fácticos debido a su inaceptable homosexualidad. Un texto de Alfredo Cernuda dirigido por Jaime Azpilicuet que llegará este sábado al Teatro Cervantes (20.00 horas) tras driblar con éxito de crítica y público el desastre de la pandemia

José Luis Gil, en una imagen promocional de «Eduardo II».

José Luis Gil, en una imagen promocional de «Eduardo II». / LA OPINIÓN

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Eduardo II vivió entre 1284 y 1327. Hoy, tantos años después, ¿estamos preparados para aceptar a un rey homosexual?

No, sinceramente, creo que no. Hemos evolucionado muy poco en algo así con respecto a la monarquía. Es posible que lo hubiera, por qué no, pero se vería abocado a cosas tremendas, como Eduardo II.

El monarca de su obra es una figura de poder, pero, en realidad, es un pelele, una marioneta desprotegida frente a los poderes fácticos reales, los económicos y religiosos. ¿Tampoco se ha avanzado nada en este sentido?

Tampoco. La monarquía se ha convertido en una institución de relaciones públicas contrada porlosgobiernos, que deciden qué es lo que debe o no hacer en cada momento. Un rey de la época de Eduardo II tenía que ir a la guerra, por lo menos a organizarla, y eso era lo que les daba la imagen de monarcas fuertes; eran soldados, básicamente, con una dudosa preparación para ejercer un buen gobierno en la ciudadanía, y por eso estaban temerosos de no perder sus privilegios. Así sigue siendo, y me temo que así será durante mucho tiempo mientras exista la monarquía.

Dice que el teatro ha quedado un «poco más desatendido que el resto de manifestaciones culturales» durante la pandemia. ¿Qué apoyos han faltado, qué se podía haber hecho?

Es que el Ministerio de Cultura ha partido de un profundo desconocimiento, de una opinión equivocada según la que el teatro, el cine, la cultura en general, fuera una actividad de ocio; ha entendido que uno coge un libro cuando no tiene otra cosa que hacer, que uno va al teatro por hacer algo distinto y salir a cenar después... En otros países tenían cerrado los teatros a rajatabla pero han estado protegidos. Los que hemos estado en activo durante la pandemia hemos echado de menos ese apoyo, pero, eso sí, hemos visto a un público tremendamente cariñoso y con muchas ganas de participar en esa pequeña fiesta cultural que es el teatro.

¿Ha cambiado de alguna manera la pandemia tu manera de vivir tu oficio? Me da la sensación de que a los actores de vocación y de carrera aquilatada como la tuya ha sido como una manera de reforzar aún más su compromiso con las tablas.

Lo ha descrito perfectamente, es lo que me movió a hacer Eduardo II Ojos de niebla, a estrenarlo con todas las dificultades con las que lo hicimos.

Algunos de sus primeros trabajos fueron en Estudio 1. ¿Por qué no hay un programa así en la actualidad?.

Pues eso me pregunto yo. Con la cantidad de canales temáticos de televisión, que a ninguno le haya parecido interesante algo así... Consideran que no es rentable, claro, y punto final. Hay muchísimas personas, gente joven, generaciones enteras, que no han visto un Shakespeare, un Lope de Vega, un Bernard Shaw en una televisión y eso es un error que pagaremos, como muchas otras cosas que se han desechado porque no dan votos ni dinero, que es lo único que interesa a políticos y empresarios.

Si fuera un chaval, ¿qué le parecería lo del bono cultural?

Estaría encantado de recibir un dinero que no existía en mi casa, porque había grandes dificultades para llegar a final de mes. Eso sí, no tengo claro si esta medida es algo eficaz e interesante o, simplemente, dará titulares.

Pero usted, gracias a su popularidad por La que se avecina, seguro que ha conseguido llevar al teatro a públicos no asiduos a la escena...

Sí. A la salida de Cyrano de Bergerac o Eduardo II he visto a muchas personas que me esperaban y que me contaban que jamás habían ido al teatro. Me daba pena ver a personas de 40 años pisar por primera vez un teatro pero sentía la satisfacción de comprobar en su cara la ilusión por haber visto algo que las había gustado mucho y que repetirían, que volverían al teatro.