Fuera de compás
La banda más influyente

The Velvet Underground, con Nico, en su primera etapa. / L-EMV
Fernando Soriano
Me costó lo mío. Horas peleándome con una manzana para acabar comiéndome un plátano, pero al final pude ver el documental de la década, el esperadísimo «The Velvet Underground», que presentó Todd Haynes en Cannes. Una maravilla cinematográfica que, por su carácter pentecostal, merece ser expuesta en las salas de pantalla grande y no en móviles, tabletas y televisiones.
Se tarda una hora, la mitad del documental, para llegar hasta el primer disco. Una señal de la profundidad de un artefacto que, a lo largo de ese tiempo, incide en plasmar el contexto sociocultural y el marco teórico donde se plantó el germen conceptual de una de las epopeyas más misteriosas y monumentales del arte del siglo XX. La de una banda de rock valiente, tenebrosa, libre, desconcertante y original. Que combinaba guitarras desafinadas, electricidad y ritmos tribales con herramientas propias de la música contemporánea. Que reflejaba las personalidades de dos genios, Lou Reed y su literatura agresiva, sórdida y oscura, repleta de drogas, degradación social y personal, sexo sadomasoquista, marginalidad, peligro y dolor; y John Cale y su formación de músico vanguardista, alucinado por el minimalismo, el ruidismo y la improvisación. Rhythm and blues mezclado con Wagner, dijeron. El perfecto equilibrio entre elegancia y brutalidad.
Haynes emociona con una peli que trasciende el género de rockumental, porque habla de arte, de cine, de literatura, de música y de otras expresiones que, en los años sesenta, podían parecer ajenas a la música popular, pero que fue justo en ese momento cuando convergieron en la creación de un nuevo modelo representado en un par de discos del que ha emanado casi todo lo moderno que ahora conocemos. De una banda que, en su día, fue insignificante, pero que con el paso de los años demostró tener una influencia inconmensurable con sus canciones obscenas, abrasivas y demoledoras, pero también inspiradoras, hermosas y sorprendentes. Lo cuenta de una manera sensacional, seria, con rigor y devoción, apoyado en las escasas filmaciones del grupo, en secuencias evocadoras que apuntalan su música, en fotos, carteles, rostros, cine, actuaciones de otros músicos, alternando el color y el blanco y negro, en un montaje veloz, hipnótico y arrollador.
Pese a todo ello, la responsabilidad del relato recae en las entrevistas de los miembros de la banda, familiares, amigos, compañeros de viaje, artistas coetáneos, colaboradores y fans. Entre otros hablan Bowie, Jackson Browne, John Waters o Johnathan Richman, impagable describiendo las sensaciones que le proporcionaba la hiriente y lasciva música de la Velvet, del respeto que le infundían sus miembros, de la tensión que se mascaba en sus conciertos y del magnetismo que irradiaban escupiendo su incomparable sonido. De que, como tantos y tantos de nosotros a lo largo de cinco décadas, en sus cuatro discos encontró la Verdad Revelada. En definitiva, una soberbia película sobre un grupo de rock que comenzó como un divertimento de Andy Warhol condenado al fracaso comercial pero que, años después de su disolución, terminó alcanzando el puesto de mejor banda de la historia dejando una travesía repleta de épica, crudeza, talento y unos postulados estéticos que todavía hoy parecen provenir de otra dimensión.
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