Entrevista | Antonio Báez Escritor
«Creo que la literatura solo redime a los pobres, en sentido material y espiritual»
La editorial madrileña Talentura acaba de publicar 'La radiante edad', una novela del profesor y escritor malagueño Antonio Báez - Es un certero trabajo en el que lo autobiográfico pasa por el tamiz de la ficción para alumbrar un texto que peca de intimista, conmovedor, soez e injusto (con el propio autor) a partes iguales

Antonio Báez, autor de ‘La radiante edad’ / L. O.

Antonio Báez no escribe para agradar a nadie. Menos mal. Ya lo sabíamos. Escribe porque sí. Y eso ya es suficiente. En 'La radiante edad' (Talentura), su última novela, ajusta cuentas con su propio pasado y consigo mismo, lo que desemboca, sin duda, en un libro bellísimo y duro a partes iguales.
Este libro es, claramente, una autoficción que recrea una vida, la suya. ¿Es más fácil contarse a uno mismo que inventar toda la historia, si es que los escritores siguen inventando hoy algo y no escriben más que de sí mismos?
Tengo en mente una especie de autobiografía novelada de Stendhal titulada Vida de Henry Brulard, publicada siglo y pico después de su escritura, entre otras cosas por su franqueza, de la que extraigo una de las citas que encabeza mi novela: «Suplico al lector, si alguna vez llego a tener alguno, que recuerde que mis únicas pretensiones de veracidad son las que atañen a mis sentimientos; en cuanto a los hechos, siempre he tenido poca memoria». En La radiante edad hay ciertos elementos autobiográficos transparentes para quien me conoce. Escribir sobre mí mismo de manera desenfadada, y ese era uno de mis objetivos, creo que me ha ayudado a convertir en literatura el material con el que contaba. Me gustan, como lector, los libros de esos no-escritores que por una vez escriben para contar su vida con más o menos fortuna, esas obras ingenuas y amateurs en los márgenes de la escritura, a veces muy torpemente redactadas, por lo que también tienen de una verdad al borde de lo literario. Vida y literatura siempre andan ahí suplantándose o complementándose o negándose. Mi idea era darles un empujón a las dos y hacerlas caer una sobre otra. Pienso siempre en un lector extraño y lejano, por ejemplo en un finlandés, nunca en el lector próximo, así que los efectos que busco quedan un poco en el aire, sin comprobación, pero me gusta fantasear sobre ellos.
Hay en su caso una mirada inmisericorde a su propio pasado. Su infancia es, por cierto, calcada a la de muchos hijos de la emigración que vinieron desde los pueblos del interior a la capital, pero creo que no se había retratado bien ese episodio de nuestra historia. Decía que no hay misericordia en su mirada, ni para los suyos ni para sí mismo…
El punto de vista del narrador tiene cierta impudicia y su manera de trabajar con los hechos de su supuesto pasado es lenguaraz y desinhibida, sin embargo, me gustaría que también se transparentase su nulo interés por emitir juicios de valor y que se notase que tiene compasión por sí mismo y por los demás. Así que me aterra que me digas que no hay misericordia en su mirada. Pero si inmisericorde es sinónimo, como creo que es, de nada complaciente te digo que sí.
Pero también hay luces (la literatura como redención. Eso sí, todo se tiñe de melancolía…
Creo que la literatura solo redime a los pobres, en sentido material y espiritual, a quienes siempre se les han ofrecido libros como consuelo; la gente optimista, vitalista, sin problemas materiales, sin problemas psicológicos que son, en muchas ocasiones, una deriva de las estrecheces, esa gente se redime haciendo cosas, va a esquiar, hace deportes náuticos, organiza fiestas muy aburridas en terrazas de verano, donde llegan a acuerdos muy beneficiosos. Personalmente los libros son ya, con el paso del tiempo, un vicio que mantengo. Vengo de una educación en la que el estudio te daba un plus si querías salir adelante, eran otros tiempos, hoy día ni así se sale adelante. Por encima de estudiar estaba leer, soy una víctima de ese discurso, de hecho lo hago mío muchas veces. Había ejemplos, quién no tenía un tío que había perdido la chaveta de mucho frecuentar los libros; esos eran los mitos de mi época.
«Me gustan, como lector, los libros de esos no-escritores que, por una vez, escriben para contar su vida con más o menos fortuna»
También las mujeres que pasan por su vida son importantes en el libro...
Es uno de los temas sobre los que los escritores heterosexuales más fantaseamos y más trolas metemos. Mi casa estaba llena de hombres, todos hermanos y yo tengo tres hijos varones, así que las mujeres me provocan muchísima curiosidad. Hoy día la naturalidad entre los sexos es maravillosa y está dando otro tipo de literatura; soy consciente de que pertenezco a un siglo que ya pasó.
¿Qué se puede aprender observando a otra persona?
Pienso que observando a los demás se aprenden muchas cosas. Es un entretenimiento barato. En la novela hay observación y también hay espionaje. Los demás nos dicen mejor que nosotros mismos quiénes somos, pero nos lo dicen no tanto cuando nos hablan y comparten nuestra vida como cuando son ajenos a ella. Nos volcamos en los demás, pero sobre todo en su ausencia. Los otros nos hablan cuando desaparecen de nuestra vista con un lenguaje mucho más directo que cuando están con nosotros, eso sí que son verdaderas psicofonías a las que hay que prestarles atención.
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