Cine

'La naranja mecánica': 50 años de la película que inspiró crímenes

La cinta de Kubrick llegó como una bomba que el tiempo ha desactivado - Su capacidad para escandalizar se ha visto sobrepasada por la realidad

Nando Salvà

«Las aventuras de un joven cuyos principales intereses son la violación, la ultraviolencia y Beethoven», rezaba el eslogan promocional de «La naranja mecánica», anticipando así el estatus que el noveno largometraje de Stanley Kubrick no tardaría en adquirir: el de ficción de culto, de película peligrosa, de obra tabú. Fue prohibida durante años en países como Brasil, Singapur, Sudáfrica o la España de Franco, y en otros se la acusó de inspirar olas de atroces crímenes.

En los 50 años transcurridos desde su estreno mundial (19 de diciembre de 1971) ha sido emulada, parodiada e incorporada al código genético de la cultura pop. Su influencia se percibe en escritores como J. G. Ballard, Philip K. Dick, William Gibson y Chuck Palahniuk, y en ficciones celebérrimas como «American Psycho» y «Los juegos del hambre». Se asume que su protagonista inspiró a iconos musicales como Ziggy Stardust y Johnny Rotten, y su estética ha sido reciclada por adalides del «mainstream» como Madonna, Kylie Minogue y Lady Gaga. Es una de las películas más veces homenajeadas en «Los Simpson».

Basada en el libro homónimo de Anthony Burgess, recordemos, «La naranja mecánica» se centra en un joven sociópata llamado Alex DeLarge, que lidera una pandilla de maleantes aficionados al robo, el asalto y la agresión y que, tras ser encarcelado por el asesinato de una mujer, es sometido a un tratamiento pavloviano experimental que, se supone, eliminará todos sus impulsos criminales. A partir de esa premisa, la película propone una irónica reflexión sobre el libre albedrío y los mecanismos del control estatal sobre el individuo que queda perfectamente resumida en su secuencia más famosa, en la que Alex es forzado a contemplar con los ojos bien abiertos imágenes de sexo, violencia y Adolf Hitler.

Sexo salvaje

Más allá de los frecuentes momentos de brutalidad que su metraje incluye, lo que principalmente le otorgó su poder de seducción y su impacto cultural inmediato fue el concepto de futuro distópico ideado por Kubrick, basado en la agresiva combinación de efectos visuales, una escenografía apoyada en arquitectura brutalista e imaginería sexual tanto en el vestuario como en los decorados y una banda sonora llena de versiones futuristas de clásicos de Beethoven, Purcell y Rossini a cargo de la compositora trans Wendy Carlos. A ello sin duda contribuyó el trabajo interpretativo del actor Malcolm McDowell, un derroche de carisma insolente incluso cuando –especialmente entonces– su personaje canta y baila la canción «Singin’ in the rain» mientras golpea a una pareja o cuando, al final de su peripecia, practica sexo salvaje frente a una audiencia de mirones vestidos como miembros de la corte de Luis XIV mientras exclama: «¡Me curé bien!».

«La naranja mecánica» llegó primero a los cines en Estados Unidos, donde Kubrick se vio obligado a cortar 30 segundos de metraje para evitar la clasificación X y llegar así a un mayor número de salas; el revuelo causado por su estreno se vio rápidamente mitigado un par de semanas después, cuando la Academia de Hollywood incluyó su versión íntegra entre los títulos nominados al Oscar en cuatro categorías, entre ellas Mejor Película y Mejor Director.

Autor amenazado

En Gran Bretaña, en cambio, la controversia fue mucho más allá de iracundos debates en prensa entre defensores y opositores. Los periódicos se llenaron de cartas de lectores que aseguraban haber sido acosados en las calles por «jóvenes corpulentos vestidos casi exactamente» como Alex y sus secuaces, y varios informes tanto policiales como judiciales identificaron la película como fuente de inspiración de toda una serie de asesinatos, violaciones y actos de vandalismo. A principios de 1973 Kubrick exigió que fuera retirada de los cines británicos, en parte a causa de las amenazas de muerte de las que él y su familia eran objeto a causa de ella, y siguió impidiendo que fuera proyectada en el país, su hogar adoptivo, hasta su muerte 26 años después.

Fotograma de ’La naranja mecánica’, de Stanley Kubrick.

Fotograma de ’La naranja mecánica’, de Stanley Kubrick.

Responsabilidad moral

Hoy «La naranja mecánica» sigue planteando cuestiones, sobre la difusa distinción entre la violencia ejercida ilegalmente por el individuo y la sancionada por el Estado, sobre la responsabilidad moral que los artistas deben -o no- asumir a través de sus obras, y sobre si ver películas que exploran los aspectos más oscuros de la condición humana nos convierte en cómplices de la violencia que impera en la sociedad. Su estética retrofuturista, además, sigue siendo un referente.

Si a pesar de ello se la suele considerar como la que peor ha envejecido de todas las películas de su director es porque, inevitablemente, su capacidad para impactar, escandalizar y enfurecer se ha desvanecido. Cinco décadas después, acomodada en los catálogos de las plataformas de vídeo bajo demanda, ha sido objeto de una conversión similar a la que sufre su propio protagonista cuando su propensión a la violencia y el crimen le es convenientemente inhibida.