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Los piratas, proletarios del mar que desafiaron a la sociedad burguesa

El ensayista austriaco Gabriel Kuhn aporta una nueva visión de la piratería al presentarla como una comunidad de hombres libres, equitativa y autogestionada

Walter Matthau (en el centro) fue el protagonista de «Piratas», de Roman Polanski (1988).

Walter Matthau (en el centro) fue el protagonista de «Piratas», de Roman Polanski (1988). / EPE

Eduardo Bravo

«Los piratas pueden haber sido brutales, pero sus hazañas fueron una simple nota a pie de página en comparación con la violencia sistemática ejercida en las colonias, en los barcos mercantes y militares o bajo los regímenes autoritarios de Europa, para lograr el desarrollo del capitalismo y el imperialismo», explica Gabriel Kuhn, autor de La vida bajo bandera pirata (Katakrak, 2022), un ensayo en el que se cuestionan muchos de los mitos y mentiras en torno a los piratas.

Entre las afirmaciones que rebate este filósofo austriaco afincado en Estocolmo, se encuentran aquellas leyendas que describen a los piratas como seres amorales, violentos y sin escrúpulos. Si bien es cierto que no eran unas almas cándidas, la razón para ese retrato tan poco amable radicó, principalmente, en el deseo de las autoridades de la época por criminalizar a ese colectivo. «Las clases dominantes no querían que la gente conociera la verdadera realidad de los piratas y su organización social. De haber sido así, podría haber inspirado la resistencia de la clase obrera y esto era algo que la oligarquía quería evitar a toda costa», explica Kuhn.

Lo más curioso de esa estrategia es que las mismas clases dirigentes que decidieron dar una visión tergiversada de los piratas, se habían servido de ellos, apenas unos años antes, para aumentar sus riquezas o fortalecer su posición geoestratégica. «Muchos piratas eran antiguos corsarios, es decir, ladrones de mar empleados por los gobiernos europeos para perjudicar el comercio de sus rivales», recuerda Kuhn, que llama la atención sobre el paralelismo que existe entre esa colaboración entre piratería y gobiernos nacionales y algunas situaciones históricas recientes. Por ejemplo, el apoyo de Estados Unidos a los grupos islamistas, que fueron aliados durante la guerra de Afganistán y, posteriormente, participaron en los atentados del 11-S.

«En el fondo, es así como suelen acabar las alianzas de conveniencia. Durante cierto tiempo los intereses de todas las partes coinciden: por ejemplo, determinados grupos quieren armas y una autorización para llevar a cabo libremente sus acciones y, mientras eso sirva a los intereses de un estado en particular, ese mismo estado estará dispuesto a apoyarlos. Sin embargo, en un momento dado, las cosas cambian: los gobiernos dirigen su atención a otro lugar o, sencillamente, pierden su influencia sobre esos grupos que, a partir de entonces, se convierten en una fuerza descontrolada que puede volverse contra los estados que los apoyaron».

Los acuerdos entre naciones europeas y piratas fueron clave para el desarrollo global del comercio y del colonialismo, especialmente en las zonas del Caribe, en la costa de África Occidental y en el Océano Índico. De hecho, para Kuhn no es arriesgado afirmar que el mundo actual y la sociedad burguesa contemporánea comenzaron a tomar forma entre 1690 y 1720, en plena edad de oro de la piratería. No obstante, al igual que contribuyeron a la aparición y fortalecimiento de esa sociedad, los piratas se convirtieron en una forma de vida alternativa y romántica que cuestionaba los principios burgueses.

«La vida pirata, por muy peligrosa que fuera, representaba la libertad y la aventura, dos aspectos que la conformidad y la monotonía de la vida burguesa no podían proporcionar. Eso provocaba que los piratas fueran populares incluso en los círculos burgueses, porque permitían a las personas soñar con aquellas cosas que anhelaban, pero no se atrevían a hacer», comenta Kuhn, que destaca otro rasgo poco conocido de esos grupos de marineros y que también ha contribuido a construir su imagen distorsionada: «Los piratas eran lo que hoy llamaríamos ‘expertos en medios’. Eran muy conscientes de su imagen y sabían el efecto que causaban las barbas largas, la ropa extravagante o la bandera pirata. De hecho, ellos mismo exageraron su brutalidad en sus relatos para provocar terror en el enemigo y conseguir apoderarse de los barcos sin necesidad de entrar en combate»

Forma de vida alternativa

Los piratas de la edad de oro no eran simples ‘ladrones de mar’ que se embarcaban de manera puntual para robar, como hubiera hecho cualquier criminal que viviera en la costa, en los bosques o en las montañas.

En ese sentido, más que una actividad lucrativa, la piratería era una forma de vida alternativa en la que la única autoridad moral y legal era el código del barco, el cual era redactado y consensuado por toda la tripulación.

«En relación a su época, las sociedades piratas fueron muy progresistas. Los capitanes eran elegidos por votación y podían ser destituidos por el mismo sistema, la parte del botín era bastante equitativa, los objetivos de los ataques se decidían por mayoría e incluso había una especie de seguridad social para los miembros de la tripulación heridos en batalla», relata Kuhn. No obstante, para el escritor resultaría una exageración afirmar que las sociedades piratas eran comunidades cuasi anarquistas o comunistas: «Había jerarquías claras, tanto formales como informales, y tampoco eran Robin Hoods, desde el momento en que no había redistribución de la riqueza más allá de la propia tripulación o que los barcos de pesca pobres podían ser un objetivo tan válido como los barcos mercantes ricos».

A pesar de esas contradicciones, Kuhn sí ha detectado en las tripulaciones piratas una actitud que podría ser calificada de protoconciencia de clase. «Los piratas eran gente común que formaba parte de lo que se podría llamar ‘proletariado marítimo’, el cual se enorgullecía de enfrentarse a los oficiales de la marina o a los capitanes de barcos mercantes para defender su honor y su dignidad».

En lo referente a género y diversidad, en las sociedades piratas se daba una relativa aceptación de la homosexualidad, que los códigos del barco no prohibían expresamente como sí lo hacían los de la marina mercante o la armada. También hubo alguna célebre capitana de navío, pero el autor deja claro que no se puede hablar de igualdad entre hombres y mujeres.

«Si nos preguntamos si lucharon por una sociedad mejor, la respuesta es complicada. Es innegable que lucharon por una vida mejor para ellos, lo que siempre tiene connotaciones revolucionarias, pero, ¿era su objetivo cambiar las estructuras sociales para mejorar la vida de todos? No lo creo. No eran ese tipo de fuerza política», concluye Kuhn.

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