Literatura

Sumen otro poeta a la Generación del 27: Edgar Neville

La obra del director de 'La torre de los siete jorobados' y otras películas singularísimas del cine español sigue siendo inabarcable: ahora, el Centro Cultural de la Generación del 27 reúne todos sus versos, escritos en su mayor parte en los últimos años de su vida, en 'Obra Poética (1964-1967)', que se presenta el jueves en el Centro Cultural MVA (a partir de las 20.00 horas)

Charles Chaplin y Edgar Neville, amigos y admiradores mutuos

Charles Chaplin y Edgar Neville, amigos y admiradores mutuos / La Opinión

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Edgar Neville sigue siendo un eterno olvidado y reivindicable, siempre chispeante y lozano, quizáslo más cerca que ha estado España de fabricar a un gigante polifacético del tamaño de Orson Welles. Su vida es el recuerdo de esa España de principios del XX, cosmopolita y secreta, singular y perdurable que a muchos les parece ya lejanísima. Reportero, diplomático, jailaife (conde de Berlanga de Duero, criado en un palacete), dramaturgo, director de cine y, sobre todo, un insaciable curioso, Neville (1899-1967) fue amigo de muchos de los intelectuales que forjaron el siglo pasado (Federico García Lorca, Ramón Gómez de la Serna, Miguel Mihura y, muy especialmente, Charles Chaplin, quien dijo del madrileño que era «el mejor conversador» que había conocido). Ahora, de la mano del Centro Cultural de la Generación del 27 y el investigador Rafael Inglada, se compila la obra poética del madrileño afincado en Málaga, porque, sí, también el hombre fue poeta en sus últimos años.

De niño, Neville gustaba de disfrazarse de la forma más carnavalera posible y de imaginarse las más curiosas situaciones en el huerto de su palacio; nunca cambió: cuentan que, ya de adulto, en una fiesta organizada por él, y a la que acudieron estrellas como Ava Gardner y Joan Fontaine, Edgar invitó a algunos de sus trabajadores del campo, los vestía de chaqué y les presentaba como terratenientes o artistas. Ese espíritu bromista y chascarrero, socarrón pero refinado por la exquisita educación, se encuentra en la vastísima y polifacética (de películas a libros de viajes por España, pasando por documentales de flamenco, todos productos astutos, originales y magnéticos). Los versos de 'Obra poética' nos retratan a un creador un tanto diferente, quizás por el hecho de nacer en las postrimerías de su vida: «Son poemas de desazón, de amor y de ímpetu de un hombre en los últimos años de su vida. Quizás vio una manera de exorcizar sus demonios a través de la poesía, como han hecho tantos poetas», apunta Inglada. 

Edgar Neville nunca ha sido considerado como un miembro de la Generación del 27 pero por personalidad, actitud, por su ecléctica mirada entre lo popular y lo cosmopolita lo debería ser. De hecho, le dedicó a un poema García Lorca en 1966, o sea, en plenitud franquista, cuando el nombre y el trágico destino del autor de 'Poeta en Nueva York' eran tabú, silencio. «Y hoy, Federico amigo, al pasar por Granada, he querido seguir ese camino por donde tus verdugos te llevaran en aquel espantoso último día, tu postrer madrugada». Y añadía el poema que, al preguntar dónde estaban los restos de Federico, «nos responden miradas angustiadas, sin arrogancia ibérica, de sujetos que fueron los vecinos del crimen más injusto de mi patria», para más adelante proclamar: «Ya dirán dónde está cuando vayamos para llevarlo en hombros a la Alhambra, a que repose a los pies de una fuente que murmure: El crimen fue en Granada».

 Málaga fue uno de los muchos escenarios vinculados a la provechosa biografía de Neville. Se casó con Ángeles Rubio-Argüelles, la creadora del Teatro ARA y otra intelectual de altura con la que viajó por medio mundo (codeándose con, ojo, Douglas Fairbanks y Mary Pickford, grandes amigos de la pareja). También aquí conversó entre café y puro con algunos de los poetas locales de la época, como José María Hinojosa y Emilio Prados. Además, en la legendaria imprenta Sur gestó sus primeros libros. Por no hablar de su mítica residencia marbellí Malibú (llamada así por la nostalgia de sus años californianos, que, a la muerte de Neville, fue vendida por su compañera sentimental, Conchita Montes, a ni más ni menos que Sean Connery) y de su constante trasiego por las clínicas de adelgazamiento de la zona (los excesos propios de un bon vivant como él). No es de extrañar, por tanto, que le dedicara un poema a la tierra donde tanto y tan bien vivió, titulado simplemente 'Málaga': «Si Málaga no fuera una palmera, si no fuera una sombra larga y fresca, / y si no fuese un tanto melillera, /con moros, con soldados, con chumberas… / ¿Sería Málaga, si todo esto no fuera? / Si no tuviera el callejón propicio, / la esquina misteriosa y recoleta, / y ese balcón con perfume de labios, / y aquella inesperada plazoleta… / ¿Sería Málaga, si todo esto no fuera?».

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